CARLOS PADILLA ESTEBAN 08 de enero de 2016
La
vida está llena de misterios. Hay muchos secretos que sólo
descubriremos cuando lleguemos al cielo. ¡Hay tantas preguntas para las que no
encontramos respuestas! Y tal vez muchas de ellas en la vida eterna dejen de
ser tan importantes.
En
ocasiones me veo queriendo saberlo todo, deseando conocerlo todo. El pasado, el
presente y el futuro. El mío propio y el de los que me rodean. Me gustaría
desvelar todos los secretos. Conocer todas las informaciones.
Es un
ingenuo afán por querer saberlo todo. Es una fuerza interior que me lleva a
querer desentrañar todos los misterios de la vida. Para que todo esté claro.
Para saber a qué atenerme. Para desvelar secretos ocultos.
¡Qué
común es este deseo! ¿Por qué nos empeñamos en querer saberlo todo? Lo que ya
ha sucedido. Lo que está por venir. Creo que el saber es un poder muy
atractivo. Tener información nos hace poderosos ante los demás.
Me
encuentro con muchas personas que disfrutan poseyendo informaciones que los demás
desconocen. O descubriendo verdades sobre otras personas que el mundo ignora.
El morbo del escándalo. Ese deseo insano de querer saberlo todo de los demás.
Conocer
el futuro antes de que ocurra. Desvelar misterios y hacer así que la magia
desaparezca. ¿Por qué no nos asombramos sencillamente ante los
misterios de la vida sin querer resolverlos? No quiero tener
respuestas a todas las preguntas.
No
quiero manejar tanta información que no sepa hacer buen uso de ella. Es un
poder demasiado peligroso en nuestras manos pobres.
Con el
paso de la vida llegará un momento en el que no tenga el poder de la
información. El tiempo se encargará de ello. Y me costará no ser tomado en
cuenta por mis conocimientos. Me dolerá no poseer la última noticia, la que
nadie conoce. No ser capaz de desvelar los misterios más interesantes.
Quiero
aprender a vivir la vida con sus luces y sombras. Con sus muchas oscuridades.
Asombrado, sorprendido. Hay mucha noche en el camino. Quiero aprender a
vivir descifrando signos. Buscando luz en las estrellas del cielo. En
realidad, es la misión que tenemos por el hecho de ser cristianos.
Dios
se esconde en los pequeños signos que la vida nos oculta. Allí está su amor. Su
presencia silenciosa. Allí nos abraza y guía. No nos da todas las respuestas.
No hace lógica nuestra vida. Simplemente nos sostiene. A veces no notamos su
presencia.
Los
Reyes que venían de Oriente buscaban al rey de reyes en las sombras de la
noche. Y eran las estrellas las portadoras de buenas noticias.
Me
alegra mirar a esos sabios que levantaban la mirada al cielo buscando
respuestas. Yo a veces me quedo mirando el suelo, o mi
preocupación más pequeña y dejo de mirar las estrellas.
¿Hacia
dónde tengo que seguir caminando? Las estrellas marcan el rumbo. Como
las flechas amarillas en el camino de Santiago. Como las voces de Dios ocultas
en los días de mi vida. Como sus huellas perdidas en las arenas de un desierto.
¿Cómo
se descifran los signos de Dios en mi vida? No hay recetas para
conocer el camino. Me gustaría poseer un manual de google para aprender a
vivir. Algo así como unas instrucciones y muchos pasos que me indicaran la
respuesta.
Pero
la vida no se encierra en un manual, en un montón de reglas claras. En
respuestas bien formuladas a todas mis preguntas. La vida no se vive siguiendo
instrucciones.
Más
bien la vida se vive empezando a andar. Dando el primer paso.
Buscando entre las sombras un poco de luz. Cargados de incertidumbres, llenos
de sueños. A oscuras, con la luz que brilla en el alma. Como esos sabios que
dejaron de leer en los libros para vivir en el camino y desentrañar las sendas.
El
Papa Francisco nos dice: “Los magos nos enseñan a no conformarnos con
la mediocridad”. Me gusta esa mirada que se eleva y deja de mirar el
suelo. Una mirada que no se conforma nunca, que no quiere llevar
una vida mediocre.
Una
persona rezaba: “Quiero deslizar mi mirada entre las hojas caídas del
jardín. Entre las ramas secas. Desentrañando las sombras. Descubriendo luces
nuevas ocultas. Me asusta cuando me aferro a mis sueños egoístas. ¡Tanta
incertidumbre me desconcierta! ¡Tanto tiempo de espera para saber lo
que Tú quieres! Sin certezas. Con pobres deseos. Dame un corazón
nuevo. Un corazón capaz de amar la vida siempre. Allí donde me encuentre. Allí
siempre me encuentras. Quiero soñar con lo que ahora no sueño. Quiero aceptar
las cosas como vienen. Con alegría. Pase lo que pase”.
Me
gustan esos pies valientes que se ponen en marcha y dejan de lado seguros y
apegos. Me gusta esa mirada que no se centra en la pérdida, sino en lo que está
por venir. Sin querer saberlo todo. Me gusta esa audacia para iniciar con
asombro un camino tan desconocido.
Me
alegraría tener un corazón así cada mañana. Un corazón que sueña y busca. Libre
y valiente. Que mira las estrellas y se pone en camino. Dejándolo todo. Con
las manos vacías. Sin temer las sombras del camino. Arriesgándolo todo.
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