Por Leonardo Padrón
“Este es un año de cansancio.
Verdaderamente es un año muy viejo.
Este es el año de la necesidad”.
Antonio Gamoneda
Hace algún tiempo Laura
Restrepo escribió un artículo legendario titulado “La cultura de la muerte” a
propósito del drama del sicariato en Colombia. La frase inicial era demoledora:
“Una nueva generación de colombianos no sabe que es posible morirse de viejo”.
Esa línea, en su perturbación, en su carácter sísmico, la podemos trasladar a
nuestro país, hoy, en este cuarto lustro del siglo XXI. Cuando entrevisté a la
novelista para Los Imposibles y desbrozamos el tema de la violencia crónica en
su país me hizo énfasis sobre el “intolerable contubernio de la vida con la
muerte”. Ambas frases me rondan sin pausa. Eso es justo lo que estamos viviendo
los venezolanos. Nunca como hoy ha sido tan fácil morirse en este país.
“Los padres nos estamos
quedando huérfanos de hijos”, dijo hace poco una madre venezolana, acercándose
–sin saberlo– a la inquietante afirmación de Restrepo.
Nos ha sobrepasado la
violencia. Estamos asistiendo a la deshumanización de nuestra existencia. La
muerte se coló en los productos de la cesta básica. Somos más fugaces que
nuestra propia condición. La periodista Thays Peñalver escribió una frase muy
gráfica, aunque destinada a envejecer en términos aritméticos: “A más de medio
millón de venezolanos les metieron una bala en el cuerpo en poco más de una
década”. La escribió hace cinco años.
Plo, plo. Que mueran las
estadísticas.
***
Cualquier excursión por las
redes sociales puede revelar un pasillo siniestro: la pornografía de la
violencia. El horror tiene camarógrafos. Puedes toparte con un video de minuto
y medio de un criminal destajando a su adversario en pedazos. O la imagen
hórrida de la cabeza cercenada de alguien apodado “El Junior”, dejada como
escarmiento frente a la puerta de la casa de su madre en Cúa. O el video de una
poblada en Petare quemando vivo a un violador hasta convertirlo en carbón. Todo
eso pasa por tus ojos sin buscarlo. Por más rápido que desvíes la mirada, la
centella del horror quedará gravitando en tu memoria. No es el templo del cine
gore. Es Venezuela, año 2016.
Minutos más tarde, en las
redes, te toparás con un video que muestra a una multitud que pelea entre sí
para acceder a un supermercado que acaba de abrir sus puertas. Hay ancianos que
caen al suelo, niños que pierden la mano que los sostenía, mujeres que lanzan
un chillido de dolor, empujones, malicia y encono contra tus semejantes. Es el
caos estableciendo territorio, sembrando su bandera. No hablamos de un día
excepcional. Son escenas cotidianas. Es un martes de pañales y café o un jueves
de pollo y harina. Tanto las escenas filmadas de degollamientos, quema o
linchamiento de personas como los testimonios de la indignidad que significa
comprar comida hoy en Venezuela nos dan cuenta de algo. Esta es una sociedad
formalmente enferma.
La violencia tiene muchos
códigos. La sangre es uno. El hambre es otro. La degradación humana es su
consecuencia.
***
“Le supliqué al guardia que me
dejara pasar, pero no dejó y mi nieto se murió”. Ese es el hiriente titular de
un reportaje firmado por la periodista Eleonora Delgado, publicado el 7 de
marzo en El Nacional. El incidente ocurrió en la frontera del Táchira. Una
frontera cerrada por orden presidencial desde hace medio año. Jean Carlos, el
nieto de la denunciante, sufría de leucemia y tenía 7 meses recibiendo en Cúcuta
su quimioterapia. El niño ardía en fiebre, convulsionaba y tenía los labios
morados. No importó. El guardia fue taxativo, robótico. La orden era
inalterable. El niño y su abuela no pasaron. A la mañana siguiente murió. Pero,
vaya alivio, el guardia conservó su puesto.
Y uno se pregunta, ¿noticias
como esas no las lee Nicolás Maduro? Si las lee, ¿no le asombran, no le duelen,
no le sobreviene un ramalazo de culpa, por más mínimo que sea? A ver. Seamos
comprensivos. Quizás no tiene tiempo por estar pensando cómo ganarle al menos
un día, una escaramuza, un round de tres minutos, a los autores de la supuesta
guerra económica. Pero sabemos que le sobra vida para hacer cadenas
presidenciales en el despilfarro de horas-hombre más grande de trabajador alguno
en el mundo.
Le sobran relojes para enhebrar insultos y amenazas al país
opositor. Se le derraman las noches y las almohadas para ver películas del
Hombre Araña o contar cuántas veces lo nombran en la televisión española. Y no,
al parecer, no tiene una pírrica media hora de su tiempo presidencial para
alarmarse, para reaccionar, con la muerte absurda de este niño, con la
desesperación de los enfermos, con las lágrimas y arañazos de las amas de casa,
con el trauma indeleble de los secuestrados, con el penar de aquellos que
deciden irse, con las noticias oscuras y sangrantes que ocurren
frenéticamente en el país. ¿De verdad no se estremece de vergüenza ni un
instante? Cualquier ser humano, en el sentido humano del adjetivo, se tiene que
remover al leer las noticias, al revisar las redes sociales, al escuchar el
larguísimo y hondo quejido de la gente. Para decirlo con el viejo verso del
poeta Caupolicán Ovalles: “¿Duerme usted, señor presidente?”.
Un jefe de Estado en propiedad
de su rol no debe disimular sus responsabilidades. No debe gastar un solo dólar
en conmemoraciones inútiles. No debe hacer chistes pueriles. Su primer
mandamiento es, debe ser, resolver el derecho a la vida de la gente que
gobierna.
Diga, señor Maduro, ¿quién
responde por la muerte de Jean Carlos? ¿O por la de los 22 venezolanos que han
muerto intentando cruzar el puente que une a Venezuela y Colombia buscando
remedio a su salud? ¿Y la de los muchos otros enfermos que han fallecido en el
resto del país porque se quedaron sin tratamiento para sus urgencias? ¿Cuántos
muertos habría que achacarle a usted por su incompetencia para garantizarle
mínimamente la vida a los enfermos de “la patria”?
El régimen insiste hasta el
paroxismo en imputarle a la oposición la responsabilidad en la muerte de 43
venezolanos durante el convulso año 2014, atizado de protestas y guarimbas. ¿A
quién le carga el enjambre de cadáveres que hacen cola en la morgue cada fin de
semana? ¿De quién son los muertos de la pasmosa inseguridad? ¿Seguirá
diciendo el señor Maduro, con un cinismo inmejorable, que la “derecha
venezolana” les da armas a los delincuentes? ¿Será Leopoldo López también
culpable de la sangría cotidiana que sufren los venezolanos?
La indolencia es una forma de
crueldad.
***
Hoy el horror agrega una palabra
a nuestro largo prontuario: Tumeremo. 28 personas desaparecidas. La certeza más
terrible, la de los testigos, asegura que han sido masacradas, desmembradas y
enterradas en una trinchera oculta. 28 personas es mucha gente. Mucha sangre.
Hoy las minas del sur son el titular donde la muerte ha hecho su nuevo festín.
¿Y con qué se topa uno? Con un gobierno que hace malabares para atenuar el
espanto. Con la triste declaración de Ileana Medina, secretaria de organización
del partido Patria Para Todos, quien despacha la tragedia con una afirmación
irracional: “Esas muertes tienen como fin afectar los 14 motores de la economía
que activó el gobierno”. Agota leer algo así. Cansa. Todo cansa.
***
Así andamos. Intoxicados de
malas noticias, agotados de tanto perseguir nuestros alimentos, alarmados de
las violaciones que hace el régimen al dictado de las mayorías. Cualquier
aproximación a la realidad venezolana es caminar sobre un paisaje de escombros.
El glosario de nuestros días está repleto de términos que aluden a la zona más
oscura de la especie humana: homicidios, linchamientos, saqueos, secuestros,
descuartizamientos, sicariato. En rigor, la violencia es hoy la primera
combatiente del país.
Ha ocurrido una mutación en el
alma del venezolano. Tanto escupir palabras de guerra desde la tribuna
presidencial terminó inundando al país. Cansan los titulares de nuestro
infortunio. Cansa la lista de policías y civiles asesinados. Cansa la cola, la
larga cola, la reptante cola, la noche cola, la madrugada cola. Y, como música
de fondo, los lemas oxidados de un socialismo convertido, nuevamente, en
fracaso. El exceso de ideología nos tiene empachados, hartos.
Ya no podemos más. Es obvio
que los actuales dirigentes no son aptos para la administración de la vida en
Venezuela. Es urgente cambiar el estado de las cosas. Hay dos signos
preocupantes: hay gente cansada y hay gente violenta. No esperemos a que el
cansancio termine de cruzar la calle que lleva a la violencia.
Sería el capítulo más doloroso
de nuestra historia contemporánea.
13-03-16

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