ANGEL OROPEZA 22 de marzo de 2016
@ANGELOROPEZA182
Los
venezolanos vivimos, objetivamente, en un caos disfrazado de país.
Nuestra
realidad cotidiana de escasez, inseguridad, aumento acelerado del
empobrecimiento colectivo y dificultad creciente para al menos sobrevivir,
están generando dos consecuencias principales. Por una parte, un progresivo
sufrimiento y tribalización de las condiciones de vida de la mayoría. Y, por la
otra, un ambiente psicológico generalizado de angustia, disgusto y frustración.
Permítanme detenerme hoy en este último punto.
La
frustración es una respuesta emocional aversiva que se produce cuando las
expectativas de las personas sobre cómo desean que sean las cosas no resultan
satisfechas, o cuando no se logra conseguir lo pretendido. Ante la frustración,
las personas reaccionan de maneras diversas, pero una de las conductas típicas
y más frecuentes es la búsqueda de responsables de la situación frustrante.
La
adjudicación de responsabilidades actúa como un mecanismo básico en el
funcionamiento psicológico de las personas, porque tendemos a creer que un
suceso queda explicado satisfactoriamente cuando descubrimos, o creemos
descubrir, por qué ha ocurrido. El mecanismo es tan básico que la conducta de
mucha gente depende más de su interpretación atribucional que de los hechos
objetivos. Lo importante es que el proveerles de una explicación, no importa su
certeza, reduce al menos parcialmente el malestar asociado con la frustración.
El
problema con tales explicaciones es que, dado que su objetivo funcional es más
importante que su grado de veracidad, resultan muchas veces equivocadas. Veamos
solo unos pocos ejemplos.
Para
mucha gente, si no se consigue comida es por culpa de los “bachaqueros” o de la
gente que compra más de lo que necesita. Si tenemos el más alto nivel de
embarazo precoz del continente es por culpa de las familias que no educan bien
a las niñas, o quizás porque estas últimas son muy “sinvergüenzas”. Frente a la
explosión de violencia y delincuencia, es porque el venezolano “ha perdido los
valores”. Si el madurocabellismo continúa haciendo desastres en el país es
porque la MUD está dormida, ya no sirve, o a lo mejor “se está vendiendo”.
Lo
cierto es que no tenemos comida porque el gobierno se empeña en un modelo que
en todas partes donde ha sido aplicado produce el mismo resultado de escasez y
hambre. Y tanto los “bachaqueros” como las “compras nerviosas” son una
respuesta adaptativa lógica e inevitable a esa situación. Nuestro alto nivel de
embarazo precoz no es culpa de nuestras niñas ni de sus familias, sino que está
asociado a la cada vez más temprana deserción escolar y a la ausencia de una
política de integración de las adolescentes al trabajo y al estudio. La
delincuencia se nutre de la altísima impunidad del sistema judicial, la cual a
su vez se asocia con razones de naturaleza político-partidista. Lo que vivimos
en Venezuela no es un asunto de “pérdida de valores” de los ciudadanos ni de
ninguna “descomposición moral” del pueblo. Es, por encima de todo, la
consecuencia trágica e inevitable de un modelo fracasado que solo sirve para
enriquecer a unos pocos a costa del dolor y desdicha de la mayoría.
Y, en
cuanto al último ejemplo, baste recordar que contra todo pronóstico y por
encima de las voces derrotistas, la MUD desarrolló el año pasado una estrategia
política tan inteligente y exitosa que culminó hace apenas tres meses en una
victoria contundente que abrió el camino para los cambios necesarios por venir.
Frente a esto, el gobierno ha hecho lo que se esperaba, que es recurrir a su
fortaleza judicial y a su capacidad inmensa de represión. Por eso el camino de
los cambios no es lamentablemente tan rápido y fácil como lo demanda con lógica
justicia el dolor y la angustia de la gente. Pero la natural frustración por
ello no puede llevarnos a diagnósticos errados que al final contribuyen a
perpetuar lo que hay que combatir.
En
esta labor colectiva de acelerar los cambios que todos queremos, parte del
trabajo es no escupir para arriba.
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