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sábado, 5 de marzo de 2016

El fin de la ilusión de la Venezuela bolivariana: tres años de la muerte de Chávez, por @alfredomeza



ALFREDO MEZA 05 de marzo de 2016
@alfredomeza

La historia es conocida. Después del golpe de Estado de 2002, el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, reunió a sus más cercanos colaboradores y les pidió trabajar con determinación para que nunca más lo tomara por sorpresa una situación como la vivida. A pesar del inmenso carisma que tenía, Chávez no concentraba todo el poder, ni podía disponer a su antojo del dinero proveniente de las exportaciones petroleras, que hoy aportan el 96% de las divisas que ingresan al fisco. El comandante presidente había vivido quizá las 72 horas más rocambolescas de su vida. Un grupo de militares había desconocido su autoridad hasta que otra facción, con mayor poder de fuego, lo restituyó en su cargo al rechazar al empresario Pedro Carmona Estanga como presidente de facto. Fue un golpe de suerte.


Desde entonces parecía clara la intención del caudillo bolivariano, quien cumple hoy tres años de fallecido, de liquidar todo obstáculo que se antepusiera en su objetivo de permanecer indefinidamente en el cargo. A finales de aquel año, después de sobrevivir al paro de la industria petrolera, echó a 20 mil trabajadores involucrados en la conspiración para luego tomar el control con sus incondicionales, prohibió la libre venta de divisas y le asignó a una oficina recién creada -Comisión de Administración de Divisas (Cadivi)- la potestad de administrarlas. Poco a poco limitó el poder económico de sus adversarios y concentró en el Estado casi toda la actividad productiva. Al mismo tiempo, liquidó a sus adversarios políticos tomando ventaja de los errores estratégicos de éstos y aprovechó el incremento de la demanda de energía para iniciar una agresiva política exterior a partir de los altos precios del petróleo.

Que consiguiera casi todo lo que se propuso fue posible, más que a su indudable carisma y liderazgo, al valor al alza del crudo venezolano. El promedio de las cotizaciones anuales publicadas por el Banco Central de Venezuela muestra que entre 2002 y 2012 la cesta local promedió unos 60.56 dólares por barril. Con esos ingresos, manejados sin control alguno, el gobierno inició exitosos programas sociales -viviendas gratuitas, entre ellas- asignó divisas a empresas de maletín o a compañías que sobrefacturaron sus requerimientos sin mayor rigor o subsidió los viajes al exterior de la clase media. Fue un festín inolvidable. La vocación importadora de la economía venezolana se ratifica en estas cifras: si en 2003, el año del establecimiento del control cambiario, el sector público importó en bienes 2.600 millones de dólares mientras que el sector privado 8.010 millones, en 2012 las cifras siguieron su imparable ascenso: el sector público importó 23.172 millones de dólares y los privados 36.167 millones de la moneda estadounidense

Los altos precios del petróleo disimularon también la baja productividad del sector privado, que, acosado por un régimen hostil que establecía controles de precios y no reconocía a estructura de costos, se limitó a mantener la operación indispensable para sobrevivir. Los más inescrupulosos se dedicaron a simular importaciones para recibir dólares preferenciales que luego revendían en el mercado negro. Era y es la forma de hacer una fortuna en poco tiempo y con poco esfuerzo.

El gobierno de Chávez fue mutando en un régimen que socavó paulatinamente la democracia. Este hecho, apenas perceptible para la comunidad internacional, dadas las enormes cotas de su popularidad, se hizo más visible con su muerte y la persistencia de sus herederos de imitar su conducta política con las arcas vacías. Después de tres años Venezuela es un país arrasado, El gasto social de Petróleos de Venezuela (Pdvsa) ha caído 80%, el país tiene el récord mundial de la inflación -180,9% en 2015- su capital, Caracas, es la más violenta del mundo según la organización mexicana Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal, sufre una acuciante escasez de toda clase de productos y un conflicto de poderes que profundizan aún más el caos. En medio de esa hecatombe la única forma de tener una vida digna es pagando el sobreprecio de los productos que comercializan las mafias en el mercado negro.

El presidente Nicolás Maduro se niega a reconocer que el modelo de desarrollo diseñado por su antecesor ha colapsado y considera como una traición las correcciones que recetan los economistas ortodoxos. Ha preferido declararse víctima de una conspiración internacional que busca derrocarle. Es una forma de ganar tiempo y de encomendarse a un milagroso repunte de los precios del crudo. Ante la caída de la cesta petrolera -que esta semana cerró en 26,36 dólares- el gobierno busca recursos a la desesperada en las riquezas mineras del sur del país y ha planteado a sus socios internacionales en las empresas mixtas reducir su participación a cambio de dinero en efectivo.

Hay un trasfondo político de fondo. Si Maduro coloca de nuevo a Venezuela en la ruta de las democracias liberales estaría cediendo el poder que con tanto afán acumuló su sucesor. El gobernante no está dispuesto a pagar el costo de esa decisión. En medio de esa tierra arrasada que es hoy Venezuela, un país que vive una profunda crisis humanitaria, es casi un consenso: La revolución bolivariana fue una ilusión posible mientras duró el festín petrolero.

NOTA:

DIEZ DÍAS DE CONMEMORACIÓN

Tres presidentes vendrán a Caracas para acompañar a su homólogo venezolano Nicolás Maduro en el tercer aniversario de la muerte del presidente Chávez: los mandatarios de Bolivia (Evo Morales), Nicaragua (Daniel Ortega) y El Salvador (Salvador Sánchez Cerén) participarán de las ceremonias programadas “para conmemorar la siembre de nuestro querido presidente y líder de la revolución”, expresó la canciller Delcy Rodríguez. También estarán en la capital los primeros ministros de San Vicente y las Granadinas, Antigua y Barbuda y Dominica, así como el vicepresidente de Cuba.

Los actos continuarán durante diez días en el Cuartel de la Montaña, el mausoleo donde reposan los restos del líder bolivariano.

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