Por Faitha Nahmens
El gobierno en su afán
de controlar la información ha cerrado y comprado medios, ha encarcelado y
amenazado disidentes, ha bloqueado las fuentes oficiales y, sin embargo, el
periodismo da la lucha noticiera. La encrucijada más reciente, la del semanario
del Diario Correo del Caroní, condenado a cuatro años de cárcel, justo en
tiempos de investigación en el caso Tumeremo. Porque las comunicaciones han de
ser plurales. La democracia urge. La libertad es un derecho impostergable
“¿Y qué más vamos a hacer? Resistir,
resistir como hemos hecho. No nos pasa por la cabeza otra cosa que continuar
escribiendo, descubriendo y denunciando, Tal Cual no va a parar”,
responde airado Teodoro Petkoff, convencido, porfiado desde su punto fuerte, la
dignidad. Quien ha sido líder guerrillero, candidato presidencial, ministro de
economía, autor, diputado y, desde hace 15 años, editor, como dice el
periodista Alonso Moleiro, este hombre de pensamiento y acción “con uno solo de
esos roles tiene suficiente carga de voltaje como para electrocutar en la
credibilidad del más pintado de los carismáticos”. Con la autoridad moral que
le envidian, a quien es cabeza de la consciencia de este país, también le
temen. “Porque incluso los chavistas, que lo detestan, en el fondo lo
respetan. No se atreven a confrontarlo intelectualmente. Ni siquiera Hugo
Chávez lo hizo. Solo lo insultan… y lo demandan”, atiza.
Son 22 los editores y
periodistas que tienen ahora mismo a Venezuela por cárcel por decir lo que
pretenden atajar, negar, disfrazar, ocultar los cultores del bozal; y el
director de Tal Cual está en la lista, claro; el editorialista que se
ha dado a la tarea de desmontar la farsa con argumentos demoledores les
obsesiona. Como respuesta —la democracia a la cuneta—, el periódico detenta un
récord: suma una decena de demandas en su contra. Igual ahora que es semanario
mantiene intacta su condición de vocero irreductible de la realidad que se
pretende tapar con floreros, como añade Moleiro. “Sí, es que es insólito
lo que sucede”, consigna por su parte el jefe de redacción del medio, Xavier
Coscojuela, “no ha comenzado el juicio en el que se expondrán los supuestas
evidencias en contra con las que de nuevo se nos indicia, en este caso el
delito habría sido registrar una información publicada en el diario
españolABC y ya Diosdado Cabello anuncia la prohibición de salida del país
a los que la registramos, también El Nacional y el portal La
Patilla: pues ya eso es un fallo”. (¿Y no deberían intentar, más bien, demandar
los medios ABC, Wall Street Journal o New York
Times los que publicaron de primero las noticias engorrosas -y sin duda de
interés- que los medios locales reprodujeron?)
Babel, escamoteo, camuflaje,
rumores, embustes, censura, lápiz rojo, el ejercicio del periodismo venezolano
es cada vez más una causa casi quijotesca cuyos adalides defienden bajo presión
y con riesgos, asumiendo la escasez que también se aplica a las estadísticas,
las cifras, datos, estudios comparativos, voces. Una audacia que se asume
contra viento y marea socialista. El comunicólogo Marcelino Bisbal citaría, en
un acto de respaldo al medio de las editoriales impecablemente razonadas, dos
frases escupidas por Chávez que sin duda retomarán sus sucesores como mapa en
medio del caos y a favor de sus intereses —el poder—: “Los medios de
comunicación privados son enemigos de la revolución”, y “La prensa debe estar
al servicio de la política de estado”.
Una sucesión manifiesta de
episodios relacionados —ya hace largo rato encendida la señal de alarma—,
confirmará el axioma que recitan los cada vez más escuálidos prosélitos de la
tóxica verborrea imperante. Que van desde el cierre de RCTV, y el de 34
emisoras de radio, hasta la adquisición de 14 canales de televisión que
armarían el monopolio partidizado de la comunicación. Desde reglamentos, normas
y penalizaciones que cada vez encorsetan más el oficio de informar hasta
acciones aviesas contra la tinta y sobre las carnes, intimidaciones, agresiones
físicas y demandas jaladas por los cabellos.
Provea, Ipys y Espacio público
manejan cifras pasmosas: suman más de 2000 las denuncias de violaciones a la
libertad de expresión desde que comenzara a gestarse el hombre nuevo y
socialista. En otros países ni tan remotos se precian de tener una prensa libre
—aun cuando parezca una utopía, aun cuando solo es posible en democracia, a su
vez, modelo ideal per sé en búsqueda de su plenitud— y la exhiben
como derecho jamás negociable desde y pese a los intereses que siempre entran
en juego; “aquí la sociedad no considera ese derecho tan fundamental”, se
lamente el periodista Elides Rojas, mientras que Lisette Boon, del portal
Runrunes dirá que “la avidez de información de la gente es asombrosa”. Lo
cierto es que fuera de los linderos vernáculos cada vez más los escollos para
el ejercicio del periodismo son menores, ya no existen por ejemplo penas de
cárcel para quienes escriben, sea lo que esto sea, eso quedó en el pasado, y
los problemas de confirmadas tergiversaciones y demás equívocos posibles se
resuelven con el derecho a réplica; porque lo importante es que la información
fluya. Incluso se toma como riesgos o gajes del oficio ciertos gazapos o
camándulas, y cualquier desliz del rigor anhelado es considerado siempre mejor
opción a la censura o al corrosivo silencio, caldo de cultivo de rumores,
estanque donde ovan las mentiras.
En el país las leyes relativas
al desempeño periodístico no lo facilitan, al contrario. Mañosas, sectarias,
retrógradas, las nuevas normas lo acosan, lo sitian, lo desdeñan. Son incómodo
borde, un zumbido incesante en los oídos de quienes quieren oír lo que dicen
las fuentes cada vez a un volumen más bajo. Cercos y prohibiciones para dar con
la verdad o aproximarse a ella, nulo acceso a voceros oficialistas a menos que
el micrófono tenga el logotipo de un medio de confirmada afinidad de línea
—entrar a la Asamblea Nacional requiere permiso expedido por el Minci que
otorgará a discreción—, la versión oficial se alza como único credo a través de
cadenas interminables de desinformación en el monólogo reiterativo, errático, amenazante,
distorsionador, incompleto, imparcial, desprolijo, hostil del monopolio
(in)comunicacional. Horas y horas de febril discurrir —casi 3 mil al sol de
hoy—, el saldo es la misma ausencia de respuestas a los interrogantes.
“Fuero que debe tener todo ser
humano digno para que le cuenten las historias completas, la libertad de
información fomenta la democracia del conocimiento y contribuye al progreso y
el aprendizaje de las sociedades; no hay forma de que un cuerpo social madure
si no conoce cuáles son sus máculas, quiénes son aquellos que trafican con las
necesidades ajenas”, añadirá Alonso Moleiro. Tal Cual, ejemplo de
resistencia en medio de un implacable asedio legal, vigorosa boya de
legitimidad y cultura es así mirado fuera de la vecindad. El Premio Ortega y
Gasset, entregado al semanario local por el diario español El País es
un reconocimiento a la terquedad democrática de Teodoro Petkoff, adalid de la
libertad de información, “y al equipo de los talcualeros”, como dirá él mismo.
Que el país está desportillado
y los índices que nos miden como sociedad están todos rojos y por los zócalos
son realidades que, en el registro inevitable de los días, saltan a la vista;
no son primicia, se sienten en la piel y en las alforjas. Pero es menester
rastrear con obstinación la impronta de este albur, su desarrollo, la tramoya
que sostiene el tinglado, la agenda de la contingencia, la ruta de la
insensatez en proceso. El plan oficial, sin embargo, es otro, queda claro.
Impedir que se conozcan los entuertos que nos marcan, el trasfondo oscuro que
enhebra el dislate. Es empeñosa política gubernamental evitar que el mensajero
cuente.
Se le ha llamado hegemonía
comunicacional y, como suscribe el catedrático Antonio Pasquali, es un término
aberrante, contradictorio, excluyente. Autor imprescindible en la materia,
Pasquali apunta que “la comunicación, como lo dice la ley, ha de ser plural; la
palabra hegemonía, a su lado, la ensucia”. Más que búsqueda de equilibrio,
oficio para equilibristas, el periodismo ha sido una piedra, roca en el zapato,
bota, que compite en condiciones desiguales con la propaganda gratuita y
machacona que acomoda la ley resorte. “En dictadura, la verdad se rasura, se
esconde, se le pone trapo rojo: desde el poder se invierte muchísimo dinero para
que se escuche, lea y vea una sola versión de la realidad”, refrenda el
sociólogo y columnista Tulio Hernández”. La prensa es, pues, cada vez menos el
espejo de esa realidad.
“Como para mantener el poder
necesitan ocultar la realidad, vender, a como dé lugar, la imagen de un mundo
ficticio que les permita conservar cierto apoyo popular, y como la imagen que
tenemos de las cosas parece tener más peso que la cosa en sí, al depender tanto
de la propaganda para su existencia, el control de los medios de comunicación
se hace indispensable. Es totalitarismo”, asesta el psicólogo social Axel
Capriles, hace radiografía: “Si algo sabe el gobierno, no es generar
bienestar sino ejercer poder”.
Las revoluciones dicen que el
rol de los medios es formar, no informar. Salvador Allende de 1971 asentiría:
“La objetividad no debería existir en el periodismo, el deber supremo del
periodista de izquierda no es servir a la verdad sino a la revolución”. Progresivos
síntomas dan cuenta del menoscabo. El manejo a discreción de la venta del papel
a la prensa crítica, el despropósito de que haya temas inabarcables y chito
—cuándo murió aquél, dónde nació este, bienvenido el rumor—, los cierres
calamitosos, las compras en tiempos de publicidad esporádica, inflación,
pasivos, de la emisora Cultural de Caracas, Globovisión y la Cadena Capriles —y
en todos la línea editorial dio un viraje—, las demandas a los que resisten y
el llamado a comparecencia a los dueños de medios, cual reos.
“El Universal ha estado
legítimamente alineado con la defensa de la libertad de industria y la
iniciativa privada; la libre competencia y el mercado abierto. Eso generó duros
choques con un gobierno socialista, cuya línea de pensamiento va justamente en
la dirección contraria. Pero ¿sabes? La verdad es que dentro de poco no habrá
nada que defender… dentro de poco será en redes sociales, en medios digitales y
en los blog o páginas que cada quien tenga… No veo otra cosa”, diría Elides Rojas.
Ya ocurrió. Nuevos portales informativos mueven las noticias con deleite por la
inmediatez y al amparo del paraguas esencialmente libertario del ciberespacio
para intentar destapar las herméticas gavetas donde se entierran bajo candado
las informaciones. Tendencia universal, en el país deviene salida no solamente
a la modernidad sino escapatoria de la mala hora.
“Siento que nos expropiaron,
la venta de la Cadena fue eso, acabaron con una manera de hacer periodismo a
fondo que ahora mismo es imposible reeditar. Se arremetió contra una fórmula
exitosa de trabajo en equipo y contra ese grupo periodístico vistoso, afanoso,
no solo en el país sino en la región”, consigna Lissete Boon. “Pero tras
embestir contra la unidad de investigaciones que integraba a la gente de Ultimas
Noticias y El Mundo todos nos ubicamos en portales de noticias
no menos exigentes, en los que la calidad no se sacrifica en pos del vértigo
del tiempo contrarreloj que resulta adrenalínica, y seguimos”. Según Boon el
aprendizaje ha sido intenso, urgente, sobre la marcha. “Venimos todos de hacer
periodismo impreso, pero hemos comprendido que no es menos fascinante la
comunicación digital, y en medio de la ‘infoxicación’ que así se le llama a la
avalancha de dimes y diretes, detectamos y podemos hacer que se imponga la
verdad que surge, se difunde, y cuenta, en tiempo real, con los aportes de los
llamados ‘agregados’, la locura del robo de datos y los colaboradores que
añaden, descubren y hacen todos red, porque en el territorio virtual hay también
solidaridad y sí, libertad, aunque no te salvas del todo, La Patilla es
un ejemplo, pero creo que contra las redes no podrán”.
Mismas letras peligrosas las
de pensar y prensa —a las que se ataca con la casi exacta prensar—, fue siempre
esa, la información uniformada y única una de las cartas a barajar con deleite
por los dictadores de siempre. Borrarle el rostro a los indeseables, escribir
la historia otra vez sedujo por igual a Stalin, Mao, Hoxha, Kil Il Sung, Fidel
Castro y siguen más nombres. Desde los portales del inicio, Noticiero Digital y
Código Venezuela tantos más han aparecido en contrapartida, con tenacidad,
porque sí: Efecto Cocuyo, Clímax, El Estímulo, Runrunes, La Patilla,
Poderopedia, Armandoinfo, Prodavinci y pare usted de contar. La noticia tiene
sus propios recursos, y mientras la mentira necesita cómplices, la verdad vale
íngrima. Carga pilas, se conecta y corre por prestos dedos —no se escurre—, y
al dedillo.
11-03-16
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