Carmen Beatriz Fernández 23 de marzo de 2016
Barack
Obama tenía escasamente un año en funciones como presidente electo de los
Estados Unidos cuando recibió el Premio Nobel de la Paz 2009. No era tanto lo
que había hecho, como lo que, esperaban los otorgantes del premio, iba a hacer.
Como una profecía auto-cumplida ese premio auguraría lo que iba a ser la
Doctrina Obama en materia de política internacional. Evitar el conflicto,
abrazar los acuerdos comerciales, trabajar los puntos de unión y eludir los de
separación, rechazar la intervención militar. Y en las horas en que la
intervención fuera imprescindible contar con las tropas más leales, acudiendo
siempre a los generales de más confianza: General Electric, General Motors y
los de nuevo cuño, que comandan ejércitos comunicacionales: Google, Twitter y
FaceBook.
En
parte por personalidad y en parte por convicción, Obama prefiere el consenso
que el conflicto. Confía en que la forma más efectiva de lograr una victoria
ideológica no es a sangre y fuego, sino facilitando la apertura comercial, el
desarrollo económico y la fluidez de la información. La expansión de la
democracia sigue en la mira de la política internacional, pero la forma de
alcanzarla ha variado respecto a los esfuerzos precedentes. No existe factor
que explique mejor el éxito de la democracia en una sociedad que la prosperidad
económica, y por ello aboga Obama. Abre mercados, potencia el intercambio
comercial y se proclama adalid de las telecomunicaciones. El pre-anuncio de un
acuerdo con Google para ampliar el acceso a Internet en la isla con más
conexiones de wifi y banda ancha, fue uno de los pocos tópicos que se filtraron
a la prensa antes de la visita.
Pero
además, para entender la política internacional norteamericana no basta hacer
el análisis de la doctrina dominante, también es clave entender la política
local, particularmente si estamos en un año electoral. El diputado demócrata
norteamericano Tip o´Neill escribió un librito sobre la vida parlamentaria que
llevaba como título “Toda política es local”. Es ése un concepto clave en la
vida de cualquier político, incluido un presidente saliente que quiere allanar
el camino a su sucesora, para quien la opinión más importante es la de sus
electores, o incluso un dictador que haya heredado fraternalmente una primera
magistratura.
Y la
opinión del electorado norteamericano viene cambiando a velocidad de vértigo en
relación al tema cubano. “¿Usted apoya o rechaza que los Estados Unidos
terminen con el embargo comercial a Cuba?” es una de las preguntas que la
encuestadora Gallup viene incorporando a su cuestionario desde hace unos quince
años. En 1999 el 48% del electorado norteamericano estaba a favor de terminar
el embargo y el 42% se oponía. En la medición del 2015 el 59% estaba a favor de
terminar con el embargo y sólo el 29% lo rechazaba. También han cambiado
radicalmente las percepciones acerca de la nación caribeña. Ante la pregunta
“¿En general su opinión sobre Cuba es favorable o desfavorable?” Gallup
encontraba en 1996 que un 81% de los norteamericanos tenían opinión desfavorable
y sólo un 10% tenía opinión positiva. Doce años más tarde, al comenzar Obama su
mandato, la relación había mejorado para ser 67% negativa y 27% positiva. Pero
en el año 2015 las curvas de opinión se cruzaron. Hoy un mayoritario 54% de los
norteamericanos ve con buenos ojos a Cuba, mientras que un 40% tiene una
opinión negativa sobre la isla.
Con
toda seguridad esos cambios en la opinión pública norteamericana y esa mirada
afable con la que la mayoría del electorado percibe ahora a la caribeña isla,
hayan contribuido a la puesta en escena familiar que el matrimonio Obama quiso
imprimirle a la visita. La pareja presidencial, sus hijas, y hasta la suegra en
una visita que dotó de un talante turístico, vistoso y nada riesgoso al viaje.
Casi como un paseo a DisneyWorld. El vestido florido de la primera dama y hasta
el paraguas negro, podrían incluso rememorar a MaryPoppins.
Igualmente
cuenta para los cálculos de Castro la opinión pública cubana, quien también
cuidó su puesta en escena y se benefició de la excelente imagen con que cuenta
Obama, quien le dobla en popularidad. Un 80% de los cubanos tiene una opinión
positiva del presidente estadounidense, mientras un 48% se atrevió a decir que
tiene una opinión negativa del actual presidente cubano (Bendixen&Amand
2015). El hecho de no acudir al aeropuerto a recibir a Obama implica mandar a
los cubanos un mensaje de que no hay sumisión en la visita del primer
mandatario estadounidense, por el contrario: es un triunfo de la revolución.
“WAO!” tuiteó Donald Trump “El presidente Obama acaba de aterrizar en Cuba, un
gran acontecimiento, y Raúl Castro no estaba allí para saludarle. Había
saludado antes al Papa y a otros. No hay respeto”. Como decíamos: all politics
is local.
En
añadidura, para la elección presidencial del próximo noviembre en los Estados
Unidos hay un segmento que es singularmente importante: el del elector hispano.
El candidato que lo conquiste hará suya la Casa Blanca. El ya casi seguro
candidato republicano Donald Trump ha hecho lo mejor que ha podido para lograr
ahuyentar a los electores hispanos de sus filas. Los demócratas parten con
ventaja en este terreno, pero aún resta trabajo por hacer. Tanto Obama como
Hillary Clinton están en ello. Entre los votantes cubano-americanos más
jóvenes, por ejemplo, el porcentaje de quienes se oponen a que continúe el
embargo se eleva hasta el 62% del segmento (FIU 2015). Un 68% de todos los
cubano-americanos están a favor del restablecimiento de las relaciones
diplomáticos, y en los segmentos más jóvenes el número crece hasta el 90%.
Hacia ellos se está llevando de manera determinante un mensaje en esta visita.
Si
bien es cierto que ya una mayoría norteamericana apoya el restablecimiento de
las relaciones entre USA y Cuba, no menos cierto es que esa foto Obama con el
Che Guevara de fondo puede causar urticaria entre ciertos grupos electorales
relevantes en los Estados Unidos. Por eso fue fundamental para Obama pautar el
viaje a Cuba como primera parada en una escala latinoamericana que continúa
hacia la Argentina, y que hace esa foto mucho menos costosa electoralmente.
Tras
la reunión clímax de la visita, el esperado encuentro cara a cara de los dos
mandatarios, ambos hicieron explícitos sus encuentros y sus diferencias. “No
hay presos políticos en Cuba”aseveró Castro, “aún nos faltan algunos derechos
humanos por cumplir, pero ningún país los cumple todos”. Por su parte Obama se
atrevió a nombrar la soga en casa del ahorcado: “El cambio en Cuba llegará de
los propios cubanos”
Pero
quizás aún más importante de lo que se dijo a la prensa haya sido lo que no se
dijo. Las oportunidades que hubo de conversar a puertas cerradas sobre un tema
obligado que preocupa a ambos: Venezuela. En el trágico puzle histórico en que
se encuentra ese país, colocado por tozudez presidencial al borde de la
catástrofe, pocos interlocutores podrían tener la capacidad de maniobra de Raúl
Castro. Y ello con seguridad fue tema del encuentro. “La lucha contra el
Imperio” queda por lo pronto formalmente excluida de la retórica madurista.
Previamente
Obama le había rendido un homenaje al prócer José Martí. Dos días antes Castro
le había entregado una orden que lleva el nombre del escritor al presidente
venezolano. Quizás Obama hubiera merecido más esa medalla. Si se le hubiera
otorgado en el anverso llevaría grabado un pensamiento de Martí “El derecho del
obrero no puede ser nunca el odio al capital; es la armonía, la conciliación,
el acercamiento común de uno y del otro”. Y en su reverso: “Los hombres se
dividen en dos bandos: los que aman y fundan, los que odian y deshacen.” Martí
estaría de acuerdo en que Obama pertenece al primer grupo…
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