Por
Nelson Freitez
Con
esta frase el sacerdote concluía su homilía de uno de estos domingos de
Cuaresma, expresando la necesidad de conversión de un pueblo para que pudiera
transformarse, ser mejor y solidario, para vivir en paz y justicia. Me hacía
pensar en nosotros, el pueblo venezolano, que experimentamos desde hace décadas
una búsqueda de bienestar y participación en la gestión económica y política
del Estado que se ha trastocado en una enorme frustración colectiva.
A lo
largo del siglo XX y en lo que va de éste nuestras mayores aspiraciones
terminaron en magros logros, aumento de exclusiones sociales y enriquecimiento
de nuevas élites; transitamos momentos con elevadas expectativas motivadas por
cíclicos incrementos de precios petroleros a períodos de depresión nacional,
conflictividad creciente y nuevas frustraciones, al caer el precio del
petróleo.
La
recurrencia de tales ciclos puede tener entre sus diversas causas una que
exploraré. La denominaba ya por el año 1952 el escritor Mario Briceño Iragorry,
“la crisis de pueblo”. Consistía en la carencia de conciencia histórica sobre
su propio valor como colectivo social y la ausencia de reconocimiento de sus
mejores tradiciones y aprendizajes para enfrentar y asumir los retos de su
presente. Dada esa ´crisis de pueblo´ sus actitudes y comportamientos tendían a
ser crecientemente imitativos de expresiones de culturas foráneas, sin
valorizar sus propios avances ni logros históricos. Haciéndose susceptible de
ser manipulado por su falta de consistencia y su escaso aprendizaje social.
Esta
dificultad para apreciarnos como conjunto social, le ha restado a nuestros
diferentes grupos sociales, en particular a las élites dirigentes, la capacidad
para buscar y encontrar en la población los elementos potenciadores de sus
iniciativas y realizaciones. Aquello que estimula en personas y colectivos
humanos, no sólo su posibilidad de aspirar sino sobre todo, sus motivaciones
para realizar, concretar, alcanzar. Las élites dirigentes, en mayor o menor
medida, han terminado por no valorar “los poderes creadores del pueblo”, tal
como sí lo apreció nuestro Aquiles Nazoa.
Más
que diseñar proyectos de sociedad en los que nuestros diversos grupos sociales
pudieran desplegar sus potencialidades y capacidades, se han elaborado
políticas públicas reforzando su dependencia y subordinación. Las aspiraciones
expresadas en los debates constituyentes de los años 1946-47 que se le otorgase
derecho al voto a analfabetas, mujeres y jóvenes desde 18 años, para lograr su
crecimiento como personas y pleno protagonismo social, político y económico,
aún siguen pendientes por realizar.
Por el
contrario, en el presente que nos agobia por su multiplicación de carencias y
problemas agudizados, una de las mayores frustraciones es el trastocamiento del
sueño de la construcción de una “democracia protagónica y participativa”, en
una mayor concentración del poder en una élite centralizada y excluyente. La
conversión histórica de un pueblo que tradicionalmente se le tuteló por
mecanismos clientelares y la transformación de grupos excluidos en colectivos
protagonistas de sus propias mejoras de calidad de vida, que fue una sentida
aspiración con la quiebra del bipartidismo a fines de los años 90, no se ha
logrado. Es más se ha hecho todo para que la subordinación clientelar, sujeción
partidista y el tutelaje estatal se encarguen de reforzar la dependencia del
gobierno y del partido gobernante en su máxima expresión.
Hoy
millones de personas que experimentaron exclusión social en décadas anteriores,
soñaron con cambios de condiciones de vida y con posibilidades de ser
reconocidos y participar protagónicamente en la gestión de sus propias vidas,
presencian la entronización de un poder excluyente que decide políticas a sus
espaldas y les niega oportunidades básicas de realización, prometidas por
élites de distinto signo ideológico durante el siglo anterior y el presente.
Por
eso para que ´el pueblo pueda ser´ y vayamos superando nuestra ´crisis de
pueblo´, debemos mirarnos ahora con detenimiento, preguntarnos ante esta nueva
frustración histórica, qué requerimos para convertirnos en sujetos, en pueblo
organizado, asumidos plenamente, sin buscar mesías militares o civiles. Un pueblo
que va creciendo desde su conciencia histórica y la valoración de sus mejores
aprendizajes, capaz de reconocerse como comunidad afectiva y lograr acuerdos de
vida presente y futura. Para que el pueblo pueda ser, necesitamos reconocernos
como sujetos plenos, autónomos y capaces de transformarnos en nuestras vidas
sociales y productivas, haciendo al Estado sin depender del Estado, para que
podamos ser.
nefreitez@yahoo.es
25-03-16
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico