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miércoles, 2 de marzo de 2016

“Puede desatarse un conflicto por la necesidad que estamos viviendo” por @MarcosDavidV




Lo que ocurrió el miércoles en la mañana en un supermercado de la avenida Manuel Piar en San Félix, cuando un hombre fue apuñaleado en medio de empujones, agarrones, gritos, sudor, calor y desesperación en una cola por comida, fue síntoma del hambre.

Es lo que se repite desde hace meses y fue lo que se repitió ayer. Y, con certeza, será hoy. Pero ayer el síntoma afloró en el mismo lugar. Y en otros. Por ejemplo, en el Supermercado Santo Feliz, de San Félix.


Lo del día: harina de maíz marca Juana. Cuatro paquetes. Todo por 450. Demasiado tentador en tiempos de escasez. Quizás la más genuina forma de cuidar el salario, mínimo en todo el significado de la frase.

“No quiero bachaquero. Íbamos bien hasta que aquí llegó el despelote”, recriminaba un guardia nacional. Pero el calor desesperaba. Y la cola se prolongaba. 50. 100. 300 metros. Una esquina. Y otra. Y luego, otra.  Hasta La Bombita. Todo por la harina.

“Estoy desde las 2:00 de la tarde aquí. ¿Qué hacía, hermano? Es más barato. A mí me ha tocado pagar cuatrocientos bolos por un solo paquete de harina, mil por un aceite y mil doscientos por una mayonesa”, dijo, después de las 4:00 de la tarde y con su harina en manos, Richard Hernández.

Condiciones dadas 

Hernández supo de lo que ocurrió el miércoles en la avenida Manuel Piar. Por eso no pone en duda que un estallido al estilo San Félix pueda ocurrir. No solo allí, sino en toda Venezuela.

“Puede desatarse un conflicto por la necesidad que estamos viviendo. Aquí, en Maturín, en Caracas… Ve, hermano, yo gano sueldo mínimo y no me alcanza. A veces, en mi casa comemos arepa desayuno, almuerzo y cena porque no hay más nada”, lamentó.

La desconfianza era cosa persistente en las colas. Cada frase la desmigajaba: “Esto no lo arregla ni el gobierno ni la oposición”. “Tengo pinga de hambre”. “Aquí la corrupción es igual que en el Pdval”. “Si tú quieres conseguir comida, anda pal mercado de San Félix. Lo malo es que todo cuesta mil bolos”.

En la cola no todos tienen la suerte que tiene la familia de Hernández. La de Carmen Brito, por ejemplo, recurre a otros métodos para rendir la comida. Y engañar al estómago.

“En mi casa somos dos niños y seis adultos. Allá no desayunamos, y a los niños les damos una arepa con guarapito. Al mediodía sí comemos todos. Arepa. Y a veces, cuando conseguimos, arroz con sardina. Pero pagarla a quinientos bolos no es fácil”, explicó.

No había vivido algo así, la verdad. “Antes no tenía que pasar horas en una cola. No tenía que estar en esto. Lo que prometió Chávez para decirnos que votáramos por Maduro no resultó”, reconoció.

Hasta donde se pueda

La enfermera Niorkis Medina, luego de salir de su trabajo en la Clínica Manuel Piar se monta en un autobús con un axioma: cola que vea, cola que hace. Vive con sus tres hijos, su esposo desempleado y su papá, un pensionado.

Con los cuatro paquetes de harina en las manos, se muestra aliviada: al menos, por unos días no va a tener que preocuparse sobre qué van a comer.

“Regularmente no desayunamos porque no da tiempo. Pero esta noche ya sé lo que vamos a comer: bollo con carne. En mis 37 años no había visto algo así. Antes iba con mi mamá a hacer mercado, e incluso, cuando me casé hace seis años, compraba comida para quince días. Pero ahora hay que andar en esto”, dijo.

Todos aguardaban. Pero todos se impacientaban. Nadie podrá decir de ellos que no han vivido lo que ocurre en Venezuela. Que lo diga una mujer que, en la cola, y ante la pregunta de si había comido, respondió: “Nada. ¿Me vas a brindar el almuerzo?”.

26-02-16




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