Por Armando Janssens
No es nada revelador, pero
sí llama la atención: un gran número de empresas y de negocios parten y
reposan sobre su entorno familiar. Se trata de empresas no de gran envergadura
como son las Empresas Polar, pero igualmente lo son las medianas y pequeñas
empresas en todos los sectores populares, lo que antes llamábamos
microempresas. No se puede generalizar porque existe una gran variedad de
situaciones en esos emprendimientos. Pero sobresalen las empresas formadas con
el apoyo de la familia.
En mi primer nombramiento
como ayudante en la parroquia San Javier (Lídice y Manicomio), en los años
sesenta, pude contar una quincena de comercios más o menos formales, la mayoría
vinculados a la alimentación en una variedad de bodegas, dos panaderías y una
tienda de ropa y calzado. Para mi sorpresa, en este sector tan venezolano y
popular, la gran mayoría de los dueños de estas iniciativas productivas eran
portugueses o españoles con alguno que otro italiano, solamente dos de ellas
estaban en manos de venezolanos de nacimiento.
No me costó mucho comprender
este fenómeno tan llamativo. Independientemente de ciertas facilidades de
créditos y apoyos, el motivo principal del éxito era el sostén y permanente
apoyo de sus familias estables. Una bodega no puede funcionar basada en una
persona sola, ni con personal pagado que merma la pequeña ganancia. Mientras el
padre iba desde muy temprano al mercado para comprar lo necesario para la
tienda, la madre atendía el negocio con esmero y atención. Las hijas
atendían la limpieza y apoyaban en el abastecimiento interno –la de la casa
incluida– y el hijo, después del colegio, llevaba lo adquirido a la casa de la
gente, con su tradicional recompensa monetaria esperada.
La mayoría de estos negocios
se desarrollaba en la propia casa de familia, por lo cual durante varios años
debían sacrificar la comodidad en esta mezcla de familia y negocio. Hasta pude
observar que, en los años subsiguientes, lograron mejorar sus casas: tiraban
una platabanda para un segundo o tercer piso, diversificaban sus espacios para
convertirse en una iniciativa comercial durable y bien servida a los clientes
que la apreciaban mucho.
Con perfil bajo debo
reconocer que las dos iniciativas de nuestra gente no aguantaron. No lograban
estabilidad, debían cerrar la bodega mientras iban a comprar en el mercado de
Coche o de Quinta Crespo, cerraban en las consabidas vacaciones de Navidad y de
Semana Santa. No tenían una familia estable que pudiera suplirse mutuamente.
Años más tarde encontré el
mismo fenómeno en Aragua y Carabobo, donde la mayor parte de las zonas
industriales para pequeños y medianas empresas fueron fundadas por inmigrantes
de los países ya nombrados. No tenían siempre adecuadas estructuras
administrativas y financieras, pero trabajaban día y noche. Todavía hoy en día
los portugueses que cultivan flores en los Altos Mirandinos trabajan de sábado
a sábado, y construyen sus “palacios” con las dos cocinas tradicionales que
para muchos es un orgullo de larga tradición. En ocasión de las fiestas
patronales tiran los fuegos artificiales de los de mayores precios para mostrar
el bienestar adquirido. Y todos conocemos cadenas de supermercados, como
Central Madeirense, que se inició hace años en la avenida San Martín en el
oeste de Caracas gracias a la familia Souza y que se convirtió en una de las
más grandes redes de abastecimiento. Y así se pueden nombrar varios más que, a
través de caminos variados pero familiares, se instalaron entre nosotros.
Los tiempos cambian, y hoy
en día tenemos miles de iniciativas productivas que, a pesar de la crisis total
que estamos viviendo, logran sobrevivir, encogiéndose un poco o hasta crear
nuevas iniciativas incorporando igualmente a la familia en variadas formas. Es
su columna vertebral, su orgullo, su aguante que asegura un mínimo, en estos
tiempos de limitaciones máximas.
Lógicamente, el nivel
educativo ha mejorado mucho, y casi todos incorporaron la tecnología virtual
para administrar. No pocos han hecho cursos de formación gerencial, y no pocos
participan en redes como Emprered, fomentado desde el Grupo Social Cesap, con
su amplio programa de formación e intercambio de experiencias.
Algunos pocos ejemplos, por
motivo de espacio:
Diógenes, de origen
maracucho, inició hace años una bodega familiar en la entrada del barrio, en la
parte de arriba del 23 de Enero. Transformó su casa-negocio en un pequeño
bunker para la seguridad. Ya lo intentaron robar desde el techo o tumbando la
puerta del depósito, hasta desde abajo, ya que construyó con un volado sobre el
poco terreno que legalmente dispone. Su bodega es conocida por el buen trato
dado por toda la familia, y por el permanente esfuerzo de atender la numerosa
clientela. Se formó en los nombrados cursos, e intercambia continuamente con
experiencias de otras partes, para mejorar sus servicios de venta y entregas.
Los chinos de los grandes almacenes de Catia que solamente venden dinero en
mano (ching-ching), le atienden sin problema sus peticiones con crédito, una
confianza no tan común. Sus tres hijos ya son grandes y estudiaron carreras
superiores. Todos han colaborado en sus tiempos disponibles, y hablan con mucho
orgullo sobre su empresa familiar. Uno trabajó ya fijo, con su papá, y está
proponiendo nuevas formas de venta. Pero la madre es la administradora
cuidadosa que no deja escapar nada, ni factura, ni recibo y cumple con el
Seniat, como debe ser. No tienen mucha costumbre de fiar, pero con bastante
gente hay una relación de cercanía que permite algún arreglo. “Estamos bien, a
pesar de que la cosa anda mal”, es el resumen lacónico del padre responsable.
David ahorró lo que pudo,
cuando tenía un buen trabajo en una agencia internacional. Junto con sus
prestaciones sociales, inició en la capital de un pequeño estado
centroccidental, una heladería en la que era la casa de sus padres, ya
fallecidos. Todos dijimos que eso no iba a funcionar, que no iba a conseguir
los productos básicos, y que, en este apartado rincón, los comerciantes
palestinos desde hace largos años instalados no iban a permitir invadir sus
predios. Felizmente, nos equivocamos todos. Con sus dos hermanas y las familias
cercanas, están atendiendo un bello emprendimiento y han creado nuevos
productos atractivos como “el helado caliente”. Los niños son los clientes más
frecuentes, así que instalaron un rincón de juegos, y las mamás están felices
porque con poca plata pueden atender los ruegos de sus pequeños. Trabajar
juntos tiene sus bemoles. Ponerse de acuerdo entre socios no es siempre fácil,
pero aquí se está mostrando lo contrario. Los lazos familiares y el permanente
diálogo entre ellos dan sus frutos reales y monetarios.
La familia productiva está
al alcance de muchos. Entre hermanos puede ser una forma de lo más apropiado
para avanzar en la conquista de tener un negocio propio, un sueño de muchos.
Así podríamos seguir con
muchos más ejemplos, donde la familia es la columna vertebral del quehacer
productivo. Especialmente en aquellas tiendas y comercios de un capital
limitado y donde la supervivencia radica en el trabajo entre todos: una familia
integrada.
03-04-16
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