Por Hugo Prieto
Primero fue la encuesta sobre
las percepciones política de los sectores populares (2011), un estudio de
opinión que arrojó datos muy significativos sobre la actitud de la gente, los
antecedentes del malestar que se ha instalado en la mentalidad de los
venezolanos; luego vino una investigación académica de envergadura, la Encovi
(junto a la UCV y la USB) 2015, que arrojó un diagnóstico muy importante sobre
la institucionalidad de Venezuela y las condiciones de vida de la población,
más recientemente, la Universidad Católica Andrés Bello considera necesario
propiciar la discusión, en instituciones públicas y privadas, sobre la
coyuntura actual.
Hay un punto de quiebre a raíz
de la confrontación institucional entre el poder Ejecutivo y la Asamblea
Nacional, en la que el Tribunal Supremo de Justicia no ha sido precisamente una
instancia imparcial. El Estado ha perdido inoperancia y capacidad para resolver
los grandes problemas económicos y sociales que enfrentan los venezolanos.
Sencillamente, no hay juego político, lo que significa una condena a la
parálisis y la inmovilidad.
La UCAB, a través de su
rector, el padre José Virtuoso, ha propuesto recuperar la política para
enfrentar la crisis, profunda y sistémica, dentro del marco constitucional. Más
del 80% de los venezolanos, según las encuestas más recientes, quiere un cambio
en la forma en que se conduce el Estado y el gobierno. Veamos lo que piensa
Virtuoso sobre la situación del país.
Venezuela atraviesa por una
profunda crisis y la actitud de la gente no es precisamente de expectación,
sino más bien de resignación. La pregunta que hay en la calle es ¿Qué va a
pasar? Pero si el país está resignado, no va a pasar nada. ¿Comparte esa
impresión?
En la primera mirada, te diría
que sí. Hay una situación de crisis total. Pareciera que hay una gran
resignación, nos hemos resignado a hacer colas, a solucionar los problemas de
la mejor manera que podamos y ante eso, ¿Qué va a pasar? Efectivamente, no
va a pasar nada. Sin embargo, creo que hay una mirada más profunda, porque
lo que nos está pasando es algo peor que la resignación. Me refiero a que los
niveles de sentido de pertenencia, de sentido de identidad, digamos, de
búsqueda de un horizonte común, se han desdibujado. Cada vez somos una sociedad
más fraccionada, más dividida; una sociedad donde se genera poco entusiasmo por
ser parte de ella. Hay una suerte de desilusión colectiva que nos ha atomizado
profundamente. Ese es el resultado de un proceso de anomia, de un proceso de
disgregación social, que lleva al sálvese quien pueda, haga como pueda, no
espere que aunque usted haga mucho, esto va a cambiar demasiado.
Hay ciertas conductas que van
en esa dirección: los linchamientos, la perversión social del bachaqueo, la
corrupción generalizada, la violencia. Es como una nube que lo va
ensombreciendo todo, aumentando, si se quiere, la sensación de desamparo.
Vuelvo a preguntarle, ¿por qué no pasa nada?
Sí, yo creo que al hacer el
diagnóstico es eso, es frustración, es desamparo. Lo que lleva a la desilusión,
a la atomización. El linchamiento, por ejemplo, es una respuesta a una
situación de total desamparo, de total frustración. No creo en la ley, no
creo en las instituciones, no creo en nadie, lo único es mi respuesta de
autodefensa y si lo hago colectivamente me siento más protegido
todavía. La otra respuesta es la progresiva proliferación de saqueos, de
micro estallidos que se están dando, que pueden ser desde el asalto a un camión
en la vía o el saqueo a un supermercado o a un expendio de alimentos, esas son
actitudes, comportamientos, que responde a este estado de ánimo, a esta
percepción de la realidad. Pero si están pasando cosas, lo que ocurre es que no
es lo que uno quisiera que pasara. Uno quisiera que la respuesta fuera,
bueno, mira, atomizado no vamos a lograr nada, evidentemente, tenemos que
ver cómo rescatamos esta situación desde una perspectiva del bien común, pero
lamentablemente eso no es lo que está pasando, más bien se trata de una
respuesta individual frente a los problemas.
José Virtuoso S.J. retratado
por Roberto Mata
En la memoria tenemos el
estallido de 1989, el famoso Caracazo, el golpe de Estado de abril de 2002,
hechos que están incrustados en la memoria y forman parte de un
balance anímico que es muy difícil modificar, cuyos resultados no son,
precisamente, los que la gente esperaba.
El golpe de Estado de 1992, las guarimbas de 2014, pero también pudiera agregar hechos positivos como la movilización electoral del 6-D, en la que casi ocho millones de personas, se manifestaron para decir ¡Queremos un cambio político! Eso fue lo que dijo la votación entre muchas otras cosas. Eso no significa necesariamente un cambio de presidente, pero sí queremos un cambio de régimen, un cambio de las formas de gobierno, ese deseo encierra cosas más amplias, pero evidentemente expresó un deseo de cambio. Que ante eso la respuesta del gobierno haya sido la desmoralización total de los votantes, diciendo que eso era una victoria circunstancial ha sido una negación.
O que estaban equivocados,
como lo dijo el propio presidente Maduro apenas el CNE dio a conocer los
resultados.
Se aceptó el hecho, pero no las consecuencias. Se instaló la Asamblea Nacional —sin querer decir que es una maravilla— lo que hemos visto es una negación total de sus actuaciones. Claro, ante esas circunstancias, ante los hechos más violentos (enumerados arriba), tenemos un hecho institucional como el 6-D, pero las respuestas no han sido, para nada, positivas. Los hechos violentos sólo trajeron más problemas de los que pretendían resolver. Pero tampoco los hechos institucionales han traído respuestas contundentes en el corto plazo. Entonces, la historia que tú acumulas, es el recuerdo del fracaso el recuerdo de mira, por donde metamos la cabeza, como que no hay posibilidades. Eso es interesante, porque cuando uno habla de esta sensación de frustración, de atomización, de desesperanza aprendida, digamos, bueno, eso no nace de algo que está pasando en la cabeza de los venezolanos, sino de la postura de una persona que analiza el entorno y concluye por aquí lo que nos queda es sobrevivir y sálvese quien pueda.
¿Estamos ante un proceso de
aprendizaje, de educación, en el conformismo? ¿Toda esa inacción no confirma
que hemos sido buenos alumnos? ¿Qué efectivamente hemos aprendido la lección?
A mí no me queda la menor duda —sólo para referirme al caso más reciente— que al no darle ningún tipo de beligerancia a la Asamblea Nacional, ningún tipo de reconocimiento, más allá de lo meramente formal y prescindible, lo que se pretende, y lo ha dicho el propio presidente es enviar un mensaje político muy claro: no nos moverán, no nos sacarán, no nos harán cambiar un ápice.Eso, evidentemente, tiene un fin político muy claro: la domesticación de la sociedad, generar una situación de total sumisión. ¿Qué ocurrió con las guarimbas de 2014? Nadie puede estar de acuerdo con situaciones que pongan en peligro la vida de las personas, con alteraciones del orden público que atentan, de alguna forma, contra la misma colectividad. ¿Pero cuál fue la respuesta del gobierno? Una represión brutal que buscaba descabezar todo tipo de petición, de exigencia o de organización, esas condenas espeluznantes, empezando por la de Leopoldo López, encierran un mensaje: amedrentar, meter miedo, es quédate callado porque mira lo que va a pasar.
Eso tiene su mella.
José Virtuoso S.J. retratado
por Roberto Mata
En el informe de las
valoraciones políticas de los sectores populares, que usted coordinó en 2011,
una de las conclusiones es que el venezolano es un pueblo respondón. ¿Qué
ocurrió? ¿No hay, por otra parte, una desconexión entre los factores políticos
y la sociedad civil?
Ese pueblo sigue siendo respondón, sigue esperando y apostando por el cambio. El 90% de los venezolanos, según las encuestas más recientes, manifiesta su descontento, su malestar; algo más del 60% dice que tenemos que ir hacia un cambio político general, que pudiera ser bajo distintas modalidades; y expresa, además, una calificación de las instituciones. Es decir, la gente sigue manteniendo ese profundo deseo de cambio. Por otro lado, y al mismo tiempo, hay la percepción de que los caminos para dar respuesta a esas expectativas y satisfacer esos deseos, no están nada claros. Los caminos están bloqueados. Yo creo que como sociedad, también estamos buscando cuáles son las posibilidades nuevas de emerger de esta situación. Igualmente, hay una recomposición sobre las maneras de pensar y de actuar y no dudo que en la sociedad venezolana fraguarán otros modos de dar respuestas a esta situación.
¿Podemos esperar si ya la
crisis nos sobrepasó? La cotidianidad es un laberinto sin salida, pero por otro
lado sabemos que los procesos políticos son lentos.
Sí, son lentos y cambiantes.
¿Cómo podemos obtener un saldo
positivo como sociedad dentro de esa paradoja?
Yo soy de los que creo que las posibilidades, las alternativas, no son simplemente un tema de estado de ánimo o de imaginación. Tiene que ver mucho con la forma en que se van dando las cosas en la realidad misma. Actualmente hay una situación de expectativa y espera. Lo que me queda claro, precisamente por esa historia aprendida, es que la gente no está dispuesta a jugar cualquier tipo de aventura o cualquier tipo de salida. La gente quiere una salida que realmente responda a los problemas y sabe que tiene que ir trabajando en esa dirección, tiene que ver qué posibilidades surgen en el escenario, al tiempo que atiende los problemas de sobrevivencia. O dicho de otra manera, mientras la gente está en la cola, mientras está viendo cómo va a sobrevivir en el día a día, va pensando en cómo salimos de esta crisis en la que estamos.
Creo que la gente tiene que
desechar la idea de que algo (la solución a los problemas) va a caer del cielo
y activarse políticamente para lograr ese propósito. ¿Usted qué piensa?
Yo soy de los que cree siempre que los grandes males por los que uno pasa en la vida, algo te enseñan. Después de haber pasado por una enfermedad terrible o por la pérdida de un ser querido, la psique humana tiene la capacidad de que algo aprende. Lo mejor que esta situación puede dejarnos son aprendizajes positivos. Por ejemplo, en Venezuela se creó la gran ilusión de que la superación de la pobreza era una cuestión que dependía de la buena voluntad y del buen deseo del gobernante. Yo creo que la historia nos ha dicho que la superación de la pobreza es algo mucho más complejo que tener a alguien en el gobierno que nos regala y nos hace cosas; que es algo que va mucho más allá del precio del barril de petróleo y de la buena voluntad que pueda haber en el Estado de repartir los beneficios de la renta petrolera entre los venezolanos.
La superación de la pobreza es
un proceso político.
Y también es un proceso económico que supone la instalación de capacidades en la sociedad. Mientras no tengas un aparato productivo que produzca eficazmente riqueza, un proceso de capacitación para el trabajo y de oportunidades de trabajo, procesos reales, efectivos de distribución del ingreso y procesos de educación de la gente, nunca saldremos de la pobreza. Después de esta terrible situación —que siguió a un boom petrolero y sin embargo estamos donde estamos—, tenemos que preguntarnos cuál es el problema. El problema es el modelo, precisamente el modelo del siglo XX, que se creó al final de la dictadura de Juan Vicente Gómez.
¿No sería esta una oportunidad
para que la sociedad venezolana se probara con otros recursos, con otra
mentalidad y con otra disposición anímica?
Claro y con otra disposición fundamental de entender que sólo mediante el esfuerzo, el trabajo, la producción, la educación, la capacitación, las reglas claras, podemos superarnos como sociedad. Lo terrible sería que mañana el petróleo llegue a 120 dólares y nos olvidemos de todo, porque estoy pegado a esa teta. Ese ha sido el drama del siglo XX venezolano que, lamentablemente, repetimos en la primera década del siglo XXI. Ojalá esta crisis, una más, porque hemos tenido varias, nos ayudara a entender eso. Otro tema que tendríamos que entender, es que no hay posibilidad de tener una sociedad más justa, más libre, donde los gobiernos estén más controlados por los ciudadanos, donde se respeten los Derechos Humanos, si no hay una institucionalidad robusta que funcione. Si mañana llega otro y dice el Estado soy yo y ahora todo el mundo pasa por lo que a mí me parece bien o me parece mal, hasta ahí llegamos. La recuperación de la civilidad en Venezuela pasa por la reconstrucción de la institucionalidad en el país.
¿Qué pueden hacer las
universidades para recuperar la civilidad en Venezuela?
El papel de la UCAB, al igual que el de las otras universidades, en mi opinión, es hacer todo el esfuerzo posible por divulgar, por generar la discusión suficiente en la sociedad sobre estos grandes temas, que si bien han sido temas clásicos dentro del quehacer universitario, han cobrado una vigencia tremenda. Todo el tema del rescate del estado de Derecho, el rescate de una economía sustentable, sobre la base de la producción; el rescate de los Derechos Humanos, el rescate de la democracia. Para eso tenemos que poner a valer todo lo que es nuestro haber en materia de producción de conocimiento, producción de investigaciones, propiciar el debate y la discusión con los distintos interlocutores (instituciones públicas y privadas) que tiene la sociedad venezolana. Y, por supuesto, crear programas de acción que apunten en esa dirección.
¿Adónde cree que vamos a
llegar si desde el poder se empeñan en las descalificaciones?
Si no hay de verdad un esfuerzo reflexivo en la sociedad venezolana en general, en torno a los grandes aprendizajes que deberíamos tener de esta terrible situación, pues ciertamente estamos perdidos. Yo coincido con otros análisis de que estamos ante la peor crisis (del siglo XX y de lo que va del XXI) que enfrenta Venezuela, es una crisis sistémica, global, etc., etc. Sí no aprendemos de esta situación, pues realmente no sé de qué debemos aprender. Tenemos que sacar las lecciones, y en eso las universidades tienen un papel importante, que nos sirvan para enrumbar al país en las grandes líneas de acción. Volviendo al tema inicial (la desesperanza aprendida, la frustración, la atomización), tenemos que darnos prisa en reacomodar los modos de pensar y de actuar, porque evidentemente, si los dolientes de esta situación, que somos todos los venezolanos, no tomamos partido, si no ejercemos la debida presión social, va a ser muy difícil que los responsables de la crisis retrocedan.
17-04-16
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