Por Jon Lee Anderson
Panamá, un país que ofrece
su bandera nacional a transportistas internacionales, direcciones locales a
corporaciones fantasmas, un sistema bancario permisivo para cualquiera con
dinero, por mucho tiempo ha sido reconocido como un lugar complaciente para los
negocios. En una visita al país a finales de los noventa, fui guiado por un
empresario panameño, un amigo, quien me llevó a un hotel y a un edificio de
oficinas recién construido en el centro de Ciudad de Panamá. La reluciente
torre de vidrio verde se erigía incongruente sobre lo que de otra manera era un
agradable distrito de hogares residenciales de uno o dos pisos con vista a las
aguas de la bahía y, más allá, al Oceano Pacífico. Muy pocas de las oficinas
parecían ocupadas, según noté. “Es lavado de dinero”, dijo mi amigo con
impasibilidad.
Le pregunté a mi amigo a qué
se refería exactamente con “lavado de dinero”. En los minutos siguientes, con
hermosa simplicidad, me dijo cómo funcionaba. Una compañía registrada en Panamá
era, como una boda en Tijuana, algo que podía ser montado rápidamente por uno
de los muchos abogados astutos de Panamá. Si fueras un narcotraficante, y
necesitaras lavar varios millones de dólares de ingreso ilegal al mes, por
ejemplo, podrías crear varias docenas de empresas panameñas, todas
completamente ficticias, y luego hacer un acuerdo con el dueño de la nueva
torre para alquilar tantas oficinas como necesites. Después de algunos minutos
de cálculos realizados luego de echarle un ojo la torre y contar sus pisos, mi
amigo concluyó que sería posible lavar hasta cien millones de dólares al año
tan sólo con esa torre.
Hay, por supuesto, muchas
otras maneras de esconder o lavar dinero, y la espectacular filtración de
documentos de esta semana de la firma panameña Mossak Fonseca, los llamadosPanamaPapers,
muestran algunas de las formas que ofrece al sistema bancario offshore,
del cual Panamá es parte integral, a la gente adinerada de todo tipo —no
exclusivamente a los narcotraficantes— para hacerlo.
(Paraísos bancarios como el
de Panamá también existen en la casi-nación caribeña de Gran Caimán; en la isla
de Jersey y en la Isla de Man; en la sub-nación pirinea de Andorra; y en muchos
otros nidos alrededor del mundo. Quizás el más famoso y posiblemente el más
lucrativo de todos los bancos offshore es Suiza)
Pero como quedó demostrado
por mi amigo cuando usó la reluciente torre de oficinas como ejemplo, ladrillo
y cemento son una manera inteligente de ocultar el dinero. Y desde hace tiempo
Panamá se ha puesto a sí misma a disposición de los desarrolladores
inmobiliarios que atienden esta economía en auge. Tan exitoso ha sido este
recurso para Panamá que, diecisiete años más tarde, el barrio de bajos recursos
alrededor de la torre ha desaparecido, reemplazado por numerosas torres nuevas
de todos los colores y estilos. Una, casi perdida entre el revoltijo de acero y
vidrio, tiene la elegante forma de un sacacorchos. El último presidente de
Panamá, Ricardo Martinelli, quien dirigió el país desde 2009 hasta 2014 y ahora
vive en Miami acusado de corrupción por la Corte Suprema de Panamá, fue un gran
creyente de los proyectos de infraestructura pública, construyendo autopistas,
caminos oceánicos y un sistema de metro que costará miles de millones de
dólares. La firma que Martinelli favoreció con la mayoría de los proyectos, la
brasileña Odebrecht, hoy está en medio de un dramático escándalo de corrupción
en su país.
En 1999, cuando finalmente
el Canal de Panamá fue regresado a soberanía panameña, sobrevino una gran venta
de propiedades en la antigua zona del canal de Estados Unidos, y lo reporté
para la revista. Un día, acompañé a Nicolás Ardito Barletta, un economista
patricio panameño y antiguo vicepresidente del Banco Mundial, quien estuvo a
cargo de la campaña de inversión-promoción, durante un paseo en helicóptero por
la zona. Todo, desde antiguas bases militares hasta puertos, estaba disponible.
En nuestro tour, Barletta me dijo que la visión para el futuro del país era
convertirse “en un poquito de Singapur y un poquito de Rotterdam”. A una de nuestras
excursiones se llevó a dos potenciales inversionistas de la región catalana de
España. Ellos estaban incómodos con mi presencia y luego me enteré por qué. Un
hombre llamado Juan Manuel Rosillo estaba libre bajo fianza por cargos
criminales relativos a un fraude fiscal en España. Su amigo y socio no era otro
que Josep Pujol, hijo del mandatario catalán Jordi Pujol. (Unos meses más
tarde, de vuelta en España, Rosillo fue sentenciado a seis años y medio de
prisión por sus crímenes, pero fue liberado en la apelación. Y un año más tarde
fue sentenciado a un nueva condena de prisión tras un accidente de tráfico en
el que su Bentley atropelló y mató a un joven, pero Rosillo huyó del país —de
regreso a Panamá, donde vivió hasta su muerte, en 2007. En 2014, Jordi Pujol,
antiguo mandatario catalán, reconoció ante investigadores policiales que usó
cuentas bancariasoffshore durante décadas para mover sumas de dinero, el
cual dijo fue acumulado por una herencia, alrededor del mundo. Entre los países
involucrados en su actividad, la cual sigue siendo investigada, estaba Panamá).
En ese viaje también me
encontré con un par de prominentes fugitivos extranjeros que residían en
Panamá, entre ellos Jorge Serrano Elías, otrora presidente de Guatemala.
Serrano había escapado de su país a Panamá tras ser derrocado en 1993. En
Guatemala fue acusado formalmente de robar decenas de millones de dólares de
los fondos públicos, pero le habían dado una cálida bienvenida en Panamá y se
veía relajado cuando nos encontramos en los campos de un complejo residencial
de lujo y un club de polo que estaba construyendo en las afueras de la ciudad.
Unos días más tarde, le
pregunté al alcalde de Ciudad de Panamá, Juan Carlos Navarro, un hombre educado
en Harvard con ambiciones presidenciales, sobre su propia visión para Panamá y
cómo se sentía sobre su dudosa reputación, especialmente por su tradición de
albergar personajes cuestionables como Serrano. A él no le gustó la línea de
cuestionamiento. “Siempre he pensado en Panamá como una especie de Suiza”, me
dijo. Frunció el entrecejo cuando sugerí que afuera su país tenía una
reputación más parecida a la de Casablanca o Tánger. “Ellos traen dinero, lo
invierten aquí. ¿Qué tiene eso de malo?”, dijo. Pero le pregunté: ¿qué pasaría
si un criminal de guerra o el próximo Mengele decidiera venir a Panamá? Y
Navarro se encogió de hombros. “Eso tampoco sería un problema”, dijo. “Yo lo
veo como un servicio proporcionado por Panamá a la comunidad internacional. El
mundo puede ver en Panamá un refugio de último recurso… y si quieren vivir aquí
tranquilamente, bienvenidos”.
Podría ser mera
coincidencia, pero es interesante resaltar que Erhard Mossack, padre de Jürgen
Mossack, el propietario de una parte de Mossak Fonseca, fue un antiguo oficial
del cuerpo armado de la SS que inmigró a Panamá con su familia después de la
Segunda Guerra Mundial. Entonces, como ahora, Panamá era un lugar
extremadamente acogedor.
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06-04-16
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