Trino Márquez 21 de abril de 2016
@trinomarquezc
A
estas alturas de la historia humana no es posible invocar una cándida
ignorancia o ingenuidad para desconocer que el socialismo genera miseria
en una escala continua y creciente. Desde octubre de 1917 cuando los
bolcheviques toman por asalto en Palacio de Invierno en San Petersburgo hasta
el día de hoy, ninguna experiencia revolucionaria que invoque los principios
sustentados por el marxismo leninismo para conducir el Estado y la sociedad ha
producido algo distinto a la acromegalia del sector público, la ruina de los
ciudadanos y la extinción de la libertad en todos los campos. El estatismo y la
extinción de la propiedad privada de los medios de producción, desde la Rusia
Soviética hasta Cuba, siempre han ido acompañados de la aparición de una
burocracia tan soberbia como ignorante, que a través de la represión, el
control de los medios de comunicación y el chantaje, trata de eternizarse en el
poder.
El
régimen instalado en Venezuela hace ya más de 17 años conoce muy bien esa
historia. Luego de la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión
Soviética, trató de revivir el socialismo, darle un rostro distinto, menos
áspero y más humano del que tuvo el “socialismo real” durante siglo XX. En esta
empresa fracasó. El socialismo del siglo XXI retoma los lunares más oscuros de
sus antepasados y agrega otros, que hacen del ensayo socialista venezolano una
experiencia aún más traumática que las anteriores. En la URSS y sus países
satélites la gente carecía de un empleo de calidad y bien remunerado, no tenía
alimentos, productos básicos que aligeran la vida cotidiana haciéndola más
amable y llevadera. Los ciudadanos de las naciones comunistas no conocieron el
confort de tener agua caliente en sus duchas, automóviles cómodos, un sistema
de transporte público confortable u hospitales dotados de aparatos tecnológicos
de última generación. Los comunistas nunca inventaron productos que
cumplieran con dos requisitos básicos: mejorar la calidad de vida y
democratizar la sociedad. Siempre dependieron de las innovaciones del
capitalismo para copiárselas y adaptarlas a sus empobrecidos países.
En lo
único que se anotaron un éxito relativo fue en seguridad ciudadana. Pasado el
convulsivo período inicial, la Revolución de Octubre, aunque no le garantizaba
alimentos ni bienes materiales a la gente, al menos les proporcionaba la
seguridad de sus vidas y sus escasos bienes. Hasta los más enconados enemigos
de los gobiernos tras la Cortina de Hierro reconocieron que la delincuencia era
baja, lo mismo que la tasa de homicidios. El terror servía para disuadir a los
potenciales delincuentes y, desde luego, a los adversarios de la jerarquía del
Partido Comunista.
El
régimen rojo venezolano no ha servido ni para mantener la paz ciudadana. El
nivel de criminalidad se disparó hacia la cumbre sin que ninguna barrera
lo detenga. La persecución del gobierno se concentra en los dirigentes
opositores. El régimen es militarista, pero solo contra quienes lo adversan.
Con los delincuentes es amplio y tolerante, a pesar de la guerra que le
declararon a la sociedad y a los cuerpos policiales uniformados. El Estado
chavista les entregó a las bandas criminales zonas completas para que
impusieran su ley: la del más fuerte, agresivo y desalmado. Los jueces y tribunales
se convirtieron en piezas claves de ese entramado. Un delincuente apoyado por
una pandilla más o menos poderosa sabe que sus días en las cárceles son escasos
y el castigo benévolo. El soborno o el chantaje directo a los magistrados harán
que el transgresor en poco tiempo vuelva a sus andanzas.
Este
clima de descomposición que envuelve a la policía, el Poder Judicial y la
Guardia Nacional, quebró la confianza en la justicia ordinaria, en el Estado de
Derecho, de un vasto sector de la población. Este grupo decidió aplicar el
castigo con sus propias manos, tal como en los estados de naturaleza de los
cuales habla Thomas Hobbes en Leviatán. El linchamiento es el reflejo
ominoso de esa desintegración. El “hombre nuevo” que se levantó tras más
de tres lustros de los chavistas en el poder es un ser agresivo y destructivo,
sin barreras morales que lo contengan. Tanto el delincuente convertido en
víctima como sus agresores, reflejan la podredumbre del socialismo del siglo
XXI.
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