El FMI estima para Venezuela
tasas de inflación de 720% y
2.200% en 2016 y 2017, a final de cada año. La magnitud de
las cifras, nunca registradas en la historia del país, sugiere a muchos el
avance de un proceso hiperinflacionario iniciado hace meses.
Sin embargo, a pesar del
efecto destructivo que tendrían tasas semejantes, deberían ser aun mayores para
contarse entre las hiperinflaciones convencionalmente definidas. Recurriendo a
las comillas, Jeffrey Sachs se refirió a la boliviana de 1984 a 1985 como
la primera hiperinflación “verdadera” en 35 años.
Entre agosto de 1984 y agosto
de 1985, los precios se habían incrementado 20.000%, con un crecimiento
anualizado de 60.000% durante los últimos 4 meses. La Reserva Federal de Dallas
cuenta 30 hiperinflaciones entre diciembre de 1795 y 2009: la primera en la
Francia revolucionaria (cuando la inflación del mes alcanzó un 143% por primera
vez) y la última en Zimbabue (siendo última una tasa mensual publicada por el
banco central de Mugabe de 2.600,2% en julio de 2008).
El criterio utilizado en estos
casos para declarar el inicio de una hiperinflación fue propuesto por Phillip
Cagan en 1956: cruzar el umbral del 50% de inflación en un solo mes. Dicha
regla, aunque sea arbitraria, sirve para identificar semejanzas en casos
ocurridos en partes del mundo y momentos históricos muy diferentes. Distinguir
entre hiperinflaciones e inflaciones muy altas es relevante antes de adoptar
políticas económicas, puesto que la naturaleza de los fenómenos es
sustancialmente diferente.
Sachs ilustró el punto en “The
Bolivian Hyperinflation and Stabilization”, explicando en mayo de 1987 por qué
la desinflación boliviana siguió inmediatamente a la estabilización cambiaria y
la chilena (entre 1979 y 1981) no: “con precios creciendo 50.000% en un
año todo vestigio de fijación de precios de larga duración en la moneda del
país desaparece, de modo que fijar el tipo de cambio nominal basta para
estabilizar precios. Para inflaciones menos rápidas, … el vínculo entre
inflación y tipo de cambio” puede romperse si aun persisten contratos en
moneda nacional y la indexación de precios y salarios se sigue calculando
utilizando valores de la inflación pasada.
La distinción entre ambos
fenómenos evidencia la necesidad de una secuencia de políticas económicas
diferentes al comienzo de una intervención, aun cuando algunos elementos, como
la disciplina fiscal, sean comunes para lograr una estabilización duradera de
los precios.
Indicar cómo detener una
hiperinflación, como explicó varios años después el mismo Sachs [en “What I did
in Russia”, marzo 2012], no equivale a proponer cómo sostener un desarrollo
perdurable. Elegir la dirección “correcta” es un problema político, por tanto,
no exento de conflictos. A la hiperinflación alemana, por ejemplo, siguió el
nazismo. Nuestra hiperinflación no ha comenzado, y los problemas políticos de
nuestro desarrollo pueden discutirse todavía sin el peso de su recuerdo.
19-04-16
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