El Estado fallido no es un
concepto que deba manejarse a la ligera, en él se encuentran reunidos un
conjunto de características muy especificas, tales como: incapacidad para
mantenerse dentro de la comunidad internacional, lucha civil, quiebre del
gobierno y privación económica[1]. En Venezuela, a pesar de que la
situación es desesperada, el régimen político chavista todavía tiene margen de
maniobra gracias al control institucional, pues sobre todo después del 6D, ha
sido esa circunstancia la que le ha permitido al gobierno de Maduro neutralizar
a la mayoría parlamentaria de la oposición, frenando por la vía del Tribunal
Supremo de Justicia los efectos de sus decisiones legislativas.
La crisis venezolana ocurre
en medio del declive de la izquierda latinoamericana en el poder, que por una
parte responde al agotamiento de un modelo político, y que aún cuando mantiene
amplios respaldos en la región, no deja de sufrir las consecuencias de las
crisis políticas en Venezuela, Argentina y Brasil; pero por otra parte, los
países en crisis solo tienen a sus respectivos gobiernos como responsables del
pésimo manejo de sus economías, a pesar de las conspiraciones domésticas e
internacionales a las que apelan invariablemente. El resurgimiento de la
izquierda latinoamericana tuvo su apoyo en una retórica de reivindicación
social, contando con apoyo significativo en la población, así como también
creando grandes expectativas de justicia material. En Venezuela, a pesar de los
elevados ingresos extraordinarios, el gasto fue incontrolable –tanto como
imposible de auditar- porque además la corrupción se apoderó de la gestión
pública, al extremo que ha sido la propia Contraloría General de la República
quien ha señalado en sus informes anuales, la naturaleza “inauditable” de
algunas instancias del poder popular[2]. Ese capital político de la izquierda fue
mermando en la medida en que la corrupción y la aspiración a eternizarse en el
poder se hicieron proporcionales. El apoyo regional que ha acompañado a los
gobiernos de izquierda no es garantía a mediano plazo de mayores esfuerzos,
solo se trata de mantenerse dentro del discurso mientras puedan.
La vitrina de América Latina
Dijo en una oportunidad
Arturo Uslar Pietri[3] que en Venezuela “no se ha vivido en
democracia sino en un régimen de libertades”. Si entendemos como democracia al
régimen político en el que los ciudadanos pueden hacer a los gobernantes
responsables por sus acciones en el ámbito de lo público, mediante la
competencia y cooperación de sus representantes electos[4], es cuestionable no el concepto sino
nuestra propia concepción sobre la democracia, en la que esa noción
de accountability está lejos de ser parte de los requerimientos para
el ejercicio de la función pública, mucho menos el rol de vigilante por parte
del ciudadano.
Pero además, el asunto se
complica cuando al incorporar las variables de participación efectiva,
igualdad del voto, decisión mayoritaria, control de agenda, y acceso
a información, lo que Dahl llamaba poliarquía, nos encontramos con que en
Venezuela el chavismo creó una nueva estratificación social en la
que patriota se opone acontrarrevolucionario o traidor a la
patria; el ejercicio del voto está condicionado por la identificación con la
parcialidad política en el poder (caso Diputados de Amazonas es el ejemplo más
reciente); las decisiones políticas están en manos de quienes alcanzan la
mayoría, pero no necesariamente eso sea suficiente para ejercer la autoridad
(alcaldes y gobernadores opositores, Asamblea Nacional); los ciudadanos deben
incidir en la definición de los asuntos públicos sobre los cuales debatir, que
en el caso venezolano, corresponden a los intereses del proyecto político y no
a los de la sociedad; y finalmente, el acceso a la información debe darse en
condiciones similares para todos, siendo este uno de los rasgos más débiles de
la democracia venezolana en los actuales momentos, no solo por la ausencia de
medios libres (como lo señala Freedom House en sus reportes sobre la libertad
de prensa), sino fundamentalmente, por la opacidad informativa en los escasos
medios no oficialistas que todavía circulan.
Pueblo contra pueblo
Si algo da cuenta del
deterioro del país, del acelerado resquebrajamiento de las condiciones de vida
en Venezuela, son los alarmantes índices de delincuencia. La ausencia de
institucionalidad y por ende, la impunidad, sin duda son factores determinantes
en el incremento de los delitos contra la propiedad privada y la negación del
derecho a la vida. Era previsible que a mayor impunidad, mayores niveles de
violencia, expresados en los ajusticiamientos, ajustes de cuentas y
linchamientos que copan los titulares en medios digitales y redes sociales. El
enfrentamiento político está cediendo espacio a las escaramuzas por bolsas de
comida, ¿faltará mucho para las peleas por los desperdicios?
La muy temida guerra
civil se libra de forma sostenida, en medio de un estallido de liberación
prolongada, entre el desasosiego de las colas, el racionamiento de agua y
electricidad, el caos del transporte público insuficiente –y deficiente-, la
vida diaria se ha convertido en un calvario en el que no hay excepciones para
nadie, es la democratización de la escasez, y contrario a la opinión de muchos,
nada de ello es fruto de la improvisación o la casualidad, se trata de la
consolidación de un proyecto que persigue la dependencia aún, si se puede,
mayor a la de la renta petrolera, es la administración de la miseria.
Los motores de la revolución
no arrancan
El gobierno de Nicolás
Maduro continúa mostrando una tendencia al descenso, con 26,8% de apoyo a su
gestión, frente a 92,5% de evaluación negativa de la situación del país, de
acuerdo al más reciente estudio de Datanálisis reseñado por Reuters[5]. En la misma encuesta se señala un 68,9%
favorable a la renuncia o revocatoria del mandato de Maduro, mientras que 57,3%
afirma que votará a favor de revocarlo si se convoca el referendo este año.
Estos números no resisten mayores dudas, el gobierno de Maduro se deteriora
pero no a la velocidad del derrumbe del país, y aunque suene paradójico, eso lo
mantiene a salvo. Las razones pueden parecer muy simples, pero eso demuestra
que no todo es azar cuando se trata de las consecuencias de la políticas
ejecutadas por el gobierno.
El caos no es un accidente
en la revolución bolivariana de Chávez, es un escenario provocado, necesario
para afianzar el control socia y garantizar el poder. Lo que hasta ahora ha
hecho Maduro, ha sido profundizar en las políticas de Hugo Chávez que han
conducido al país a la actual parálisis. La anomia, no como ausencia de normas,
sino como inefectividad de las mismas, es parte del proyecto. Nada más
recordemos cuando Chávez insistía en la necesidad de prescindir de todos los
símbolos de la burguesía, incluidas sus instituciones y leyes. La creación del
poder popular y todas sus instancias no pretenden la promoción de la
participación, sino la consolidación de la anomia, el caos, para que las
decisiones del poder central no tengan un muro de contención. Los motores de la
revolución no arrancan, pero eso es lo que mantiene al país en vilo y le
permite al régimen avanzar en su proyecto totalitario. Mientras, unos buscan
salvar a la revolución y otros buscan salvarse a sí mismos. Habrá que ver
quiénes triunfan.
La democratización de la
miseria
La revolución prometió
desaparecer a la clase política que la precedió, también la igualdad en la
distribución de la renta. Cuando se terminaron los ingresos extraordinarios,
cuando los excedentes desaparecieron a manos de unos cuantosrevolucionarios
patria o muerte, se terminaron los dólares baratos de CADIVI y las Misiones,
patriotas y contrarrevolucionarios despertaron a la realidad, la miseria era el
destino de esa promesa de justicia social. Nadie podrá quejarse, somos todos
iguales, a todos nos toca padecer la falta de alimentos, medicinas,
electricidad, agua. A todos nos toca experimentar la violencia, porque ni
siquiera el oficialismo está a salvo.
El declive económico que
experimenta Venezuela es producto de políticas erradas, que para los efectos
del proyecto político de Hugo Chávez, eran absolutamente necesarias, de allí
que Maduro no contempla cambios en el curso de la política económica del país,
pues implicaría no solo abjurar del legado político de Chávez, sino además
alterar el curso del la revolución.
Una democracia que no fue
Si bien Venezuela todavía no
es un Estado fallido, su democracia lo es. No quedan muchos rasgos con los que
intentar justificar la existencia de una forma de vida que alguna vez fue
ejemplo en la región. El chavismo, con ayuda interna y externa, terminó
sepultando lo que alguna vez fuera la aspiración de cambio social más grande.
Ahora pareciera que lo que queda es la silenciosa resistencia de un país que se
niega a rendirse, pero al que le están minando su dignidad en una sucesión de
eventos desafortunados. Si algo aparece como signo de esperanza, de rescate de
ese espíritu democrático, es que mientras los mecanismos para expulsar del
poder al chavismo sean institucionales, constitucionales y legítimos, el país
está dispuesto a ser parte de ello. No debería despreciarse por muy cuesta
arriba que parezca, cuando un pueblo está dispuesto a expresar su voluntad, esa
es a fin de cuentas, la mayor declaración de espíritu democrático que se pueda
esperar de una sociedad civilizada.
El camino de
re-democratización que la sociedad venezolana está dispuesta a emprender se
encuentra expresado en su apoyo a la revocatoria del mandato de Maduro, pero
más allá de su ocurrencia o resultado, está la disposición a removerlo por la
vía constitucional –no por un golpe de palacio o militar- lo que debería servir
de advertencia a aquellos siempre dispuestos a tomar vías alternas. La sociedad
le dice a la clase política cuáles son sus condiciones, y una acción temeraria
no está dentro de sus opciones, por lo que el liderazgo político debe entender
de una vez por todas, que la sociedad está dispuesta a apoyar a los que, con
madurez y criterio, ofrezcan salidas razonables, por lo que deben comenzar por
mostrar estrategias unitarias y cesar en los conflictos personalistas. Falta
mucho para elegir a un presidente, lo crucial en este momento es desactivar la
bomba de tiempo que representa la crisis. El rescate de la democracia
venezolana depende de cómo se logre recuperar el funcionamiento de las
instituciones, el proceso para lograr la salida de Maduro es parte de ello.
[1] … a disturbing new phenomenon is emerging: the
failed nation-state, utterly incapable of sustaining itself as a member of the
international community. Civil strife, government breakdown, and
economic privation are creating more and more modemdebellatios, the term used
in describing the destroyed German state after World War II (Gerald B. Helman,
Steven R. Ratner, 2010).
[2] En
el caso de los consejos comunales auditados, la CGR hace saber que las
inconsistencias, las debilidades administrativas y la falta de soportes
constituyen graves irregularidades, lo que no permite una auditoría exhaustiva
a los entes seleccionados.
[4] Modern political democracy is a system of
governance in which rulers are held accountable for their actions in the public
realm by citizens, acting indirectly through the competition and cooperation of
their elected representatives (Schmitter y Karl, 1991).
10-05-16

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