Por Miro Popic
Miren a los que los rodean,
fíjense en la gente que está con ustedes en una cola cualquiera, vean las
paradas de autobuses, cuenten los huecos de la correa que sujeta los
pantalones, pregunten a quién quieran y díganme si no nos estamos poniendo
todos más flacos. No niego que puedan todavía existir algunos gordos por ahí,
pero son como los partidarios del Gobierno, cada vez menos. En cambio los flacos
aumentan cada día más en estos tiempos de anorexia inducida que vivimos.
PRIMER PLATO
Muchos son los determinantes que, en un país normal, condicionan nuestra alimentación. Comemos lo que nos gusta y conocemos, lo que nos atrae y seduce, lo que nos cae bien; compramos lo que nos permite el presupuesto; servimos y ofrecemos de acuerdo al sexo, la edad, la celebración; rechazamos determinados platos por razones filosóficas, religiosas, culturales, o por prescripción médica, pero, en definitiva, es la ingesta de cada día la que va marcando nuestros pasos, como individuos y como sociedad.
La sociedad de la abundancia
en que vive gran parte del mundo genera diabólicamente una mala nutrición, algo
que afecta tanto a los ricos como a los pobres, pero de manera distinta.
Comer en exceso,
desordenadamente, sin equilibrio, es malo. No comer es igual de malo. Ambos
caminos conducen al camposanto.
Tremenda paradoja ésta que
afrontamos hoy. Mientras más de la mitad de la población no tiene casi qué
comer, la otra mitad que puede hacerlo, lo hace equivocadamente.
La malnutrición es un
fenómeno contemporáneo que abarca a todos y las carencias de unos son el mal de
otros. Nos debatimos entre la obesidad y la anemia y todas sus funestas
consecuencias, cualquiera sea el bando en que nos encontremos.
El mejor consejo que nos da
un nutricionista es que hay que comer bien, comer de todo.
Repetir todos los días lo
mismo, por más que nos guste, es monótono. No combinar adecuadamente los
componentes nutricionales ni controlar la cantidad de lo que ingerimos, es poco
sabio. No darnos tiempo para nosotros mismos a la hora de comer ni buscar
compañía, debe ser terrible. Comer solo es casi tan malo como no tener que
comer.
SEGUNDO PLATO
La capacidad de elección del ser humano se pone a prueba diariamente en la selección de sus preferencias alimentarias. Es todo un proceso portador de significados y en la medida que satisfacen nuestros deseos, construimos el hecho social y cultural que determina nuestra pertenencia. Podemos conocer lo que pasa con los alimentos, disponemos de recursos alimentarias variados como nunca antes, pero las alteraciones en el comportamiento nos llevan a afrontar un nuevo modelo cultural cuyos efectos aún no conocemos. Yo, en lo personal, tengo un principio que he mantenido a lo largo de estos ochenta y tantos kilos que cargo encima: no como nada que no engorde. Pruebo todo lo que sea digerible y no tengo prejuicios con lo desconocido. Me considero un individuo sano y nadie me quitará lo comido.
Estudios serios en esta
materia registran que el régimen alimentario venezolano a lo largo de nuestra
historia colonial y comienzos de la República, ha sido monótono, centrado
inicialmente en un eje plátano-maíz-casabecarne, variado luego a
plátano-maíz-papelóncarne, con una ligera disminución del aporte proteico en
época de las revueltas federales, donde el ganado casi se extinguió.
¿Significa esto que nos
alimentábamos mal? No, el hecho de que comiéramos casi todos los días lo mismo,
no impedía que la mayoría de la población alcanzara una ingesta calórica
suficiente para nutrirse y trabajar.
Un ejemplo: en el siglo
XVIII mientras la dieta europea de un hombre adulto era de 2.700 calorías, un
venezolano de los Llanos o del Táchira consumía 3.392 en el año de 1775 (Torres
Sánchez).
¿Cuál es nuestro sistema
alimentario actual? Sería redundante repetir lo que todos sabemos y lo que los
expertos no se cansan de advertir.
El sistema alimentario
actual refleja la contradicción entre la abundancia y la negación. Estamos,
como se dice hoy en día, ante un caso de anorexia inducida. No por incapacidad
ni mala administración, sino con premeditadamente y alevosía promovida,
justamente, por quien se debe ocupar de la seguridad alimentaria de todos por
igual.
POSTRE
La religión condena la gula y promueve el ayuno, pero eso no justifica la vergonzosa acción en contra de los seminaristas de Mérida.
16-07-16
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