Por Jesús Alexis González, 16/07/2016
Resulta una verdad incontrovertible, señalar que el movimiento chavista
asumió un dogmatismo ideológico sustentado en la Tercera Internacional de 1921
como fundamento (100 años después) de su indefinido socialismo del siglo XXI
como alternativa para “rescatar” el orden y la eficiencia de una “democracia
amenazada por su pésimo desenvolvimiento económico y una elevada corrupción”; a
la luz de una repetición memorística de frases hechas alejadas de la
internalización cognitiva de los principios marxistas con desgastada referencia
(mediáticamente populista) hacia la “necesidad” de una revolución, que implica
(lo cual no parecen conocer) una modificación de las relaciones de producción
(conjunto de relaciones económicas que se crean entre los ciudadanos en el proceso
de producción, cambio, distribución y consumo de bienes materiales), al igual
que un cambio del modo de producción (integración de las relaciones de
producción). Asumen, que ese es el camino (la revolución) para obtener el poder
y para consolidarlo han intentado (con poco éxito) la colectivización de los
medios de producción en favor del Estado (hasta su desaparición ¿?), los cuales
son puestos a la disposición del gobierno en la etapa de transición (¿?), al
tiempo de fijar unilateralmente los criterios para que el hombre actúe en el
marco de un sistema socialista, entendido como un ordenamiento político, social
y económico donde los factores de la producción (tierra, trabajo, capital y
empresario) pasan a ser propiedad del “pueblo” bajo la figura de una
administración colectiva tutelada por el gobierno, quien enfatiza en procurar
la demolición del sector privado (y de la “oligarquía”) sin haber creado las
condiciones para levantar desde los “escombros” (contrariando la ortodoxia
marxista) un amplísimo sector público, una concentración de capital y un
partido único; en pro de la utópica construcción de una sociedad donde no habrá
clases sociales subordinadas a otras, olvidando (si estuvo en su memoria) que
el fin del bloque socialista mundial se inició en la Unión Soviética a partir
de 1985 con la llegada de M. Gorbachov y su Perestroika, al igual que en China
desde 1978 con el plan de reformas del mercado que han venido profundizando a
partir del 2013.
En razón de ese accionar huérfano de coherencia conceptual, Venezuela
se encuentra hoy día ausente de un sistema económico al no contar con un
conjunto de procesos vinculados funcionalmente mediante políticas, relaciones,
reglas, procedimientos e instituciones que faciliten el funcionamiento
económico del país en el marco de un ordenamiento jurídico que propicie el
desarrollo de las fuerzas productivas en torno a un modelo económico cuya
estructura haga viable la interacción del colectivo social (sin discriminación)
a través de la instrumentación de políticas públicas; bajo la premisa que la
existencia de un sistema económico está condicionada a una eficiente
interrelación entre el régimen sociopolítico (concepción y estructuración del
Estado) y los principios jurídicos y administrativos, teniendo como norte una
clara visión de largo plazo sobre la generación de bienestar para el pueblo
(¡todos!) como respuesta a una concreta estrategia de desarrollo
económico-social.
Este escenario someramente descrito, es diametralmente opuesto al
enfoque del movimiento chavista perfilado como un totalitarismo de Estado
apoyado en una burocracia clientelar que actúa como operadores políticos bajo
el influjo del yugo populista (socialismo rentista), priorizando el consumo
masivo sobre la inversión al extremo de distorsionar los precios relativos en
su rol de “informar” sobre qué y cuánto producir induciendo un ambiente de
desabastecimiento, que intentan paliar recurriendo a la humillante e indignante
entrega de “bolsas de comida”, al tiempo de ampliar los controles aunado a una
criminalización de los mayoristas y distribuidores supuestamente inmersos (“en
complicidad con los productores y bachaqueros”) en una fantasmagórica guerra
económica; cuyos elementos de “batalla” parecen identificarse con una guerra
gubernamental contra la economía de mercado y la participación privada. Sirva
de referencia unos pocos datos por razones de espacio: A.-Cuando el movimiento
chavista llegó al poder en 1998-99 existían 14 Ministerios y en 2016 se cuenta
con 32 (incluido el de la Suprema Felicidad) para un incremento del 128%,
complementado con los 107 Viceministerios creados por el actual Presidente de
la Republica; B.- En 1999, la nómina de empleados públicos se situaba en unos
1.125.326 mientras que en 2016 llegan a más de 3,0 millones para un incremento
del 172%; C.- En 1999, la producción petrolera alcanzaba los 3,3 millones b/d
siendo que en 2016 (IT) apenas llega a 2,6 millones b/d para una disminución
del 21,2%; D.- En 1999, PDVSA contaba con 40.625 empleados cifra que creció
hasta 140.726 en 2016 para una variación del 246,4%; E.- En 1999, el consumo de
carne importada era de tan solo un 1% y en la actualidad importamos el 52%;
siendo que en promedio más del 85% de los ingredientes del “pabellón criollo”
son importados (caraotas en un 90%); F.- En 1999, exportábamos unos 400 mil
quintales de café y ya para 2009 no exportamos nada al tiempo que en 2016
importamos el 57% del consumo nacional; G.- En 2016, más de 3,5 millones de
“compatriotas” se acuestan sin comer y unos 4 millones comen una sola vez al
día; H.- En 2004, Venezuela participaba con el 9,9% del PIB nominal de la OPEP,
en 2015 un 7,9%, para 2016 un 6,5%, con un estimado del 4,9% para 2017 y de
3,4% en 2018.
Entrar en el campo de la obviedad, nos permite sostener que una
profunda reestructuración de la sociedad, de la institucionalidad y de la
economía exige poner en marcha el motor de la inteligencia (capacidad de elegir
entre varias posibilidades, aquella opción más acertada para la resolución de
un problema), a efectos de perfeccionar un sistema económico con eficiente
interrelación entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo. Demás está
señalar, que en la actualidad (salvo un RR en este 2016) tal planteamiento se
ubica en el campo de la ingenuidad, habida cuenta que el denominado “alto
gobierno” demuestra, para dialogar, muy pocas de las ocho inteligencias
con las cuales puede contar el ser humano; muy especialmente de la
inteligencia intrapersonal (capacidad de estar en profundo contacto consigo
mismo, consciente de sus cualidades, limitaciones y de fijarse metas
personales) y de la inteligencia interpersonal (capacidad de establecer y
mantener relaciones sociales, comprender a los demás y comunicarse con ellos);
las cuales son de vital importancia para un sano ejercicio de la
política-partidista.
En síntesis, solo nos queda seguir ejerciendo presión de calle para la
celebración del referendo revocatorio presidencial durante este 2016.
Jesús Alexis González
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