Alberto Barrera Tyszka 19 de septiembre de 2016
Es muy
difícil ser oposición en Venezuela. Entre otras muchas cosas porque la palabra
oposición está siendo permanentemente saqueada por el poder. Durante todos estos años, desde el Estado y
las instituciones, el oficialismo se ha
dedicado a desmantelar la identidad de cualquiera que se atreva a adversarlo.
No se trata de un alarde improvisado. Es una prioridad del gobierno. Tal vez,
una de las herencias más eficaces del modelo cubano. Rafael Rojas ha definido de forma excelente
ese proyecto donde cualquier opositor “es asumido no como adversario de un
Estado, sino como enemigo de una nación” ¿Cuántos esfuerzos y cuántos recursos
públicos ha utilizado el oficialismo, durante todos estos años, para
deslegitimar de forma constante a la oposición? ¿Acaso no es esa la mayor
inversión de este gobierno? Viven para despojar al otro de su identidad.
Es muy
difícil ser oposición en Venezuela. Entre otras muchas cosas porque se necesita
reinventar la política, las formas de lucha y de negociación. Porque el poder
cambia las reglas de juego a su antojo y utiliza el sistema judicial con
crueldad y sin pudor. Porque los liderazgos ya no pueden descansar en los medios
de comunicación, porque también el oficialismo secuestró las ondas hertzianas y
controla —de diversas maneras y con distintos métodos— el panorama mediático en
el país. Es muy difícil ser oposición cuando la institucionalidad funciona como
un maquillaje, cuando la Constitución sólo es un accesorio quita y pon. Si algo
ha quedado patente en estos meses, desde el 6 de diciembre hasta hoy, es que el
chavismo ha reducido al Estado a su condición más primitiva: un aparato
represivo y censurador, una maquinaria opaca, incapaz de enfrentar la sucesión
sin torcer la ley, crear conflictos o aplicar la violencia en cualquiera de sus
formas.
Todo
esto, sin embargo, no implica que no haya que generar discusiones, que no se
puedan realizar cuestionamientos. Porque por supuesto que el liderazgo de la
oposición se equivoca. Y por supuesto que, además, cada bando tiene su propia
agenda. Y es natural, además, que la tengan. Y es natural que también, a veces,
se desesperen. Llevan demasiados años tratando de sobrevivir. Si no es fácil
ser oposición, por eso mismo también es necesaria la crítica. Incluso puede ser
una experiencia colectivamente oxigenante. Y el debate puede y debe ser
amplísimo: desde la salida en el 2014, cuyas consecuencia todavía vivimos,
hasta el incomprensible regreso al país de Manuel Rosales y la aparición de
Timoteo Zambrano como representante de quién sabe quién en los diálogos con el
gobierno; desde la apuesta por el Revocatorio, en desmedro de las elecciones
regionales por ejemplo, hasta la falta de un discurso más articulado y directo
con respecto a la tragedia económica que vive la mayoría del los venezolanos;
desde las legítimas aspiraciones presidenciales que pueda tener cada quien,
hasta los pactos o negociaciones que se establecen o no con el oficialismo…Todo
puede ser material para la polémica. Lo único que no deberíamos permitirnos es
el purismo.
El
purismo de aquellos que creen que los líderes de la oposición en realidad están
financiados por el chavismo. El purismo de los que proclaman que es muy fácil
salir del oficialismo, de los que piensan que Maduro sigue ahí gracias a un
pacto con la MUD. El purismo de quienes creen que todo aquel que no piensa como
ellos o es un chavista o es un infiltrado, un tránsfuga, un tibio, un amanerado
ideológico, un tonto útil. El purismo de quienes, desde la peligrosísima
trinchera del Twitter, saben exactamente qué hay que hacer para derrocar al
gobierno. El purismo de los que sueñan con tanques voladores. El purismo de los
que creen que la historia se parece a un poema de Mario Benedetti. El purismo
de aquellos que sentencian que el interés personal es una cochinada, que
cualquier negociación es una traición. El purismo de quienes se sienten la
única oposición químicamente inmaculada frente al gobierno. De quienes siempre
están un paso más delante de la realidad. De quienes son rebeldes sin ningún
riesgo.
La
oposición ha cometido errores. Seguramente muchos…pero no demasiados más que el
oficialismo, donde también hay interés, divisiones, agendas distintas,
equivocaciones mayúsculas. Pero la casta que nos gobierna los disfraza.
Sobrevive a sus errores ejerciendo perversamente el poder, malversando el
tiempo y el dinero de los venezolanos, manipulando todo mediáticamente,
abusando de la autoridad y de la fuerza.
En
medio de un país extraviado, que se quedó sin política, sin formas, mucho le
cuesta a la oposición ser la oposición. La existencia de esa palabra ya esconde
una épica. Y no hay otra salida que esta dificultad. El purismo es un berrinche
amateur. Un lujo que sólo pueden darse aquellos que viven fuera de la historia.
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