Roberto Giusti 14 de septiembre de 2016
@rgiustia
Cuando
uno se imagina la vida que llevan los actuales jefes militares venezolanos se
decanta por lugares comunes que generalmente se
corresponden con el imaginario colectivo. Por ejemplo: un oficial
administrando la producción (que no la hay) y distribución (que por
consiguiente es imposible) de papas venidas (es un decir porque no existen) del
estado Mérida. Pero también podría ser
algo más concreto: un coronel, pasado de kilos, tomando un baño en el jacuzzi
de una suite de hotel cinco estrellas, debidamente provisto de compañía
femenina y brindando con un escocés 18 años por los logros de la revolución.
Claro,
también podríamos recurrir a una imagen, un poco menos imaginativa y más bien
tomada de la realidad vista y confirmada, en la cual aparece un esforzado
capitán de botas pulidas y boina roja quien, al mando de una docena de
robocops, irrumpe, por la temprana madrugada, en la residencia de algún
dirigente de la oposición y se lo lleva hacia un destino desconocido sin
contemplaciones ni orden judicial.
También
podíamos pensar en aquellos comandantes de alcabalas que ordenan a los revisores bajar la cadena, así no más,
cuando la deberían subir, ante el cruce
libre de misteriosos camiones cargados con mercancía anónima (que puede
ser cualquier cosa) de un lado hacia el otro de las fronteras nacionales.
Pero la estampa clásica, muy bien alimentada
por la fábrica popular de rumores, es aquella en la que, dentro de un espacio
penumbroso, estrecho y sofocante por el humo del tabaco, un alto oficial, de
rostro grave y lenguaje cortante, se encarga de darle las instrucciones de
rigor a un solícito civil, de poblado
bigote y gruesa contextura, quien toma nota con extrema diligencia sobre una
orden para poner presos a algunos
gerentes de la Polar, empeñados en la antipatriótica y subversiva tarea de
seguir produciendo Harina Pan.
Aun cuando existe la creencia de que
los lugares comunes resultan, a la hora de la verdad, grandes certezas, uno no
puede rendirse a las reductoras
caricaturizaciones anotadas
anteriormente y por eso tiende a sospechar que no todos los militares
están hechos a la medida dictada por el difunto caudillo. En realidad muchos de ellos están privados de
los privilegios y de las oportunidades para enriquecerse que tiene la minoría y
no solo sufren, al igual que los
civiles, las consecuencias de la
tragedia nacional, sino que no permanecen ni ciegos ni sordos a la hora de
reconocer las señales de cambio que está emitiendo, al tiempo que exigiendo, la
inmensa mayoría de los venezolanos.
Roberto
Giusti
@rgiustia
PD. El
presente artículo fue censurado y por lo tanto no fue publicado en El Universal
y provocó la renuncia del PERIODISTA Roberto Giusti.
El
artículo se tomó de: http://ragiusti.wixsite.com/elberrinche/single-post/2016/09/13/De-botas-y-boinas
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