Por Ismael Pérez Vigil, 17/09/2016
Establecido el punto de que vivimos bajo una
dictadura –peculiar, moderna, dirían algunos– o bajo un régimen autoritario, es
pertinente la pregunta: ¿Cómo se sale de una dictadura?
De la última dictadura, clásica, que vivió el
país, la de Marcos Pérez Jiménez, salimos tras un proceso de resistencia
político partidista, que concluyó en una revuelta social y un “pronunciamiento”
militar en 1958. Las cosas allí estaban claras, en cuanto a la suerte que
podían esperar los capitostes del régimen; los que no tuvieron la suerte de
montarse en la “vaca sagrada” y huir del país, antes, o en el momento, con una
maleta de dinero, podían esperar el linchamiento o que su suerte fuera la
cárcel, tras ser juzgados en los tribunales correspondientes. Esa fue incluso
la suerte del dictador Pérez Jiménez.
Los regímenes dictatoriales que son derrocados
tras una sublevación popular, una guerra civil o un golpe de estado
protagonizado por algún militar que se deslinda del régimen, siguen
invariablemente esta ruta. Los derrocados son perseguidos, enjuiciados y
encarcelados y de alguna manera pagan con prisión o exilio forzado sus desmanes
y delitos durante el periodo que gobernaron.
En otras circunstancias, la historia nos dice que
aún en los regímenes más autoritarios, represivos y corruptos, que sin embargo
desaparecen tras un complejo proceso social que conduce a una elección
democrática, sus odiados “protagonistas” son indultados, perdonados o la
sociedad se hace la “vista gorda” con lo ocurrido, para cerrar ese nefasto
capítulo de su historia, no perpetuar el conflicto y pasar a una nueva etapa.
Así ocurrió con la España post franquista, con el
Chile de Pinochet, incluso con la Nicaragua de Ortega que dio paso
electoralmente a Violeta de Chamorro, por nombrar solo algunos y no caer en una
larga y aburrida lista de ejemplos que tanto hemos oído. Es probable que
incluso eso sea lo que ocurra con la longeva y cruenta dictadura de los Castro
en Cuba.
¿Qué pasará en Venezuela? No dudamos que estamos
en una variante de este segundo caso. Nuestra “peculiar” dictadura está siendo
empujada fuera del poder, desde la base de la sociedad y los partidos
políticos, por una transformación política que se quiere sea pacífica,
electoral, democrática y constitucional, para repetir el “mantra” que tanto
hemos proclamado los venezolanos para ratificar nuestra decisión de cambio en
paz.
Claro que no todos están conformes con esta
solución, en uno y otro polo de la política venezolana. Los partidarios del
régimen, al menos algunos de ellos, desean quedarse indefinidamente y usan y
abusan de todo el poder, institucional, económico y de “fuego”, para perpetuarse.
Estos, claro está, no creen en ningún proceso de diálogo. Otros, más
“sensatos”, que saben que esto llega a su fin, prefieren alguna modalidad que
les permita extenderse en el poder –posponer el RR para el 2017– para tratar de
recuperarse y participar sin tanta desventaja en los próximos procesos
electorales del 2017, 2018 y 2019. Hay un tercer grupo, llamémoslo de los
“conscientes” de su quehacer político y que piensan –están en su derecho– que
tienen algún futuro político, que serian los que propugnan por algún tipo de
entendimiento o diálogo con el sector opositor que permita la supervivencia del
chavismo –o de ellos– como sector político.
En los opositores al régimen también encontramos
variables. Unos, los más extremistas, parten de la premisa de que al “enemigo
ni agua”; y se niegan a cualquier proceso de diálogo, que consideran es una
posición blandengue, que vende o traiciona la voluntad de cambio, que no tiene
ninguna cabida, pues los culpables de los desmanes, cualquiera que estos hayan sido,
deben pagarlo muy caro. Ponen por delante algunos “principios” abstractos de
orden, se asientan en la posición de fuerza que les dan los resultados
electorales del 6D y lo que dicen las encuestas y envueltos en la bandera de la
justicia y en pro de la vindicación de los desmanes cometidos, niegan cualquier
posibilidad de diálogo con un régimen que todos sabemos inhumano, corrupto y
represor. Estos pertenecen a la legión de los “consecuentes”, a los que no
dudan en librar las guerras hasta que quede en pie el último soldado y
naturalmente coinciden con los más radicales partidarios del régimen, en cuanto
a la posición de no dialogar.
Tema complejo este del diálogo, porque soy de los
que creen que la justicia y la ley es lo que debe regresar e imperar en
Venezuela y que hay delitos que se cometieron que no pueden ser obviados. No
obstante yo me ubico, como he dicho otras veces, en la raza de los
“inconsecuentes”, de los que no creen en los “verdugos”, ni en la “cacería de
brujas” y afirmo –¡oh anatema!– la necesidad de iniciar un diálogo de
tolerancia con todos los sectores del país, que nos permita reconstruirlo,
contando con el concurso de todos los que tengan la buena fe de admitir errores
y estén dispuestos a enmendarlos.
Repito la idea. Todo régimen autoritario, toda
dictadura que acabe en un proceso democrático, forzado por la acción y voluntad
popular, implica un profundo proceso de diálogo que permita cerrar heridas y
continuar el camino construyendo un futuro para todos. Implica reconocer un
principio democrático fundamental: las minorías tienen derecho a existir, a
expresarse, a continuar su vida política.
Por último –y no podía dejar de mencionarlo– tras
observar las virulentas críticas de esta semana a los “dialogantes” de la
oposición, uno se pregunta ¿De qué lado están realmente algunos de esos
“críticos”?; da la impresión de que para algunos opositores el chavismo es
“funcional” y si dejara de existir el protagonismo que hoy ellos tienen, o
creen tener, perdería una buena parte de su razón de ser.
Concluyo, como en otra ocasión, con aquella frase
atribuida a Gandhi: El “ojo por ojo”, nos dejará ciegos a todos.
Tomado de:
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico