Fernando Mires 28 de septiembre de 2016
El
Pueblo, la Constitución y el Revocatorio: tres instancias distintas y una sola
Unidad: no más.
A
través de esa no santísima trinidad los partidos que conforman a la MUD se
comprometieron el 26-S a impulsar el RR16 con el propósito de poner fin no a un
simple gobierno sino a una forma de estado; no a un mandato presidencial sino a
un régimen; no a una persona sino a un sistema de dominación militar y
política. Por esas razones, el día 26-D –probablemente será un día histórico-
la MUD exigió que el Revocatorio deba tener lugar el año 2016 y no después. No
hay ninguna razón técnica ni organizativa que lo impida.
La
Constitución especifica de modo claro que la circunscripción correspondiente a
un acto de dimensiones nacionales no puede ser otra sino la nación y no los estados
de la nación. Y si aún subsistieran dudas, existe en todas las legislaturas del
mundo el peso de los casos precedentes. Durante Chávez los plebiscitos siempre
fueron llevados a cabo sobre la base del principio de la nación como
circunscripción territorial única. La trampa tendida por las rectoras fue tan
grotesca que ni siquiera constitucionalistas afines al gobierno se han atrevido
a avalarla.
De
hecho, antes del 26-S no era difícil percibir dentro de la MUD posiciones
discrepantes con relación a la actitud a asumir frente a la violación
constitucional cometida por las rectoras del CNE. Esas diferencias fueron
finalmente ordenadas en dos frentes.
A un
lado quienes, con muy buenos argumentos, opinaban que la MUD no podía avalar
una violación constitucional tan flagrante como la cometida por el gobierno. Al
otro quienes, también con muy buenos argumentos, afirmaban que la MUD no
debería abandonar la ruta trazada por el RR16, aún en las condiciones
planteadas por el régimen.
Las
dos opciones reclamaban para sí el principio de la legitimidad. Unos la
legitimidad que procede de la letra de la Constitución. Otros la que proviene
de una noción básica de justicia, noción derivada de un principio natural que
precede a toda constitución.
La
pregunta que deben haberse hecho los defensores de la primera opción pudo haber
sido la siguiente: ¿Cómo vamos a presionar a un gobierno para que acepte el
mandato constitucional si nosotros mismos no lo acatamos al pie de la letra? A
su vez, la pregunta que se hicieron los representantes de la segunda podría
haber sido: ¿Vamos a desperdiciar la oportunidad histórica que se nos ofrece
para desacreditar gracias a nuestra inmensa mayoría electoral a un gobierno que
dice representar al pueblo?
No se
necesita demasiada clarividencia para imaginar que algunos líderes de la MUD
sentían tener un hierro caliente entre las manos. Fue tal vez esa la razón por
la cual, con muy buen criterio, decidieron tomarse un tiempo para debatir.
Podemos imaginar, además, que ese debate interno no fue versallesco. Es
imposible que en estos casos la emocionalidad, antiguos rencores, desavenencias
mantenidas, no asomen en medio del intercambio retórico. Por eso, lo asombroso
no es que hubieran discutido duramente entre sí, sino que al fin hubieran
podido llegar a un acuerdo. Más asombroso todavía es que ese acuerdo logró
integrar de un modo lógico y armónico a ambas posiciones en una sola.
El
documento –dado a conocer por Chúo Torrealba en el Complejo Deportivo Parque
Miranda de Caracas frente a una expectante multitud- es una muestra de como,
cuando impera la hegemonía de la política, la unidad en la diversidad y la
diversidad en la unidad dejan de ser nociones filosóficas para transformarse en
imperativos políticos de gran relevancia.
Efectivamente.
La MUD ha aceptado el desafío del gobierno. Llama a votar durante los días
fijados: el 26, el 27 y el 28 de Octubre. Pero no convoca a votar como se vota
en comicios normales. Esa votación asumirá el carácter de una insurgencia
electoral cuya única arma es el voto. A la vez –quizás es lo más decisivo- la
oposición desatará en los días que preceden a la fecha revocatoria, una intensa
movilización cuyo objetivo será presionar al gobierno para que retire los
elementos anticonstitucionales inscritos en el texto electoral, sobre todo el
punto referido al 20% por Estado. El día 12-O asoma ya como un nuevo 1-S. Tal
vez más duradero, tal vez más combativo, tal vez más profundo.
El
hecho de que la declaración de la MUD integre a dos posiciones que parecían ser
antagónicas no debe hacer creer de que estamos frente a un documento ecléctico.
Todo lo contrario. Los dirigentes de la MUD lograron entender que ambas
posiciones no son excluyentes sino, además, interdependientes entre sí. Cada
una es la condición de la otra. Así la lucha por la defensa de la Constitución
no puede llevarse a cabo si es omitida la lucha por la realización del
Revocatorio. A la vez, esta última adquiere una nueva dimensión cuando se
convierte en lucha por la defensa de la Constitución.
Antes
de que las cuatro rectoras emitieran su escandaloso comunicado, el Revocatorio
aparecía como un simple procedimiento constitucional. Después del comunicado ha
llegado a ser algo más. A través de la defensa del Revocatorio lo que está en
juego es la propia Constitución. O en otras palabras, antes del comunicado
oficial, el RR16 era constitucional. Después llegó a ser constitucionalista.
Eso quiere decir que a partir del 26-S, con la declaración de la MUD hecha
después de haber consultado a diversas organizaciones civiles y religiosas, el
pueblo se constituye como pueblo político en defensa de la que ha llegado a ser
“su” Constitución.
De
este modo, entre el pueblo, la Constitución y el RR16 ha sido formada una
relación dialéctica difícil de entender
por las ideologizadas cabezas de Maduro, Cabello y Rodríguez.
Como
Ceausescu, Castro (da igual cual de los dos) o Gadafi, los mandatarios
venezolanos no logran entender que el pueblo ya no son “ellos”. Sin duda,
algunos, intuyendo que con su revocación no tendrán ninguna posibilidad de
retorno, no vacilarán en recurrir al único argumento que les resta: el de la
fuerza bruta. Pero lo que tampoco saben es que hechos históricos han demostrado
hasta la saciedad que el poder –contrariando a los desvaríos de Mao Tse Tung-
no nace del fusil. Nunca una tiranía ha podido en contra de una mayoría
políticamente organizada.
¿Y si
el régimen logra de todos modos cerrar con su fuerza represiva a la vía
revocatoria? Aún así. Si lo llegara a lograr quedará tan debilitado, incluso
ante su propia gente, que ya no podrá sostenerse más sobre sí mismo.
El
Revocatorio, visto así, aparece no solo como un trámite electoral. Es, o ha
llegado a ser, un movimiento social y político. Esa es su lógica. Esa es su
dinámica.
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