Por Arturo Pérez Esclarín
En momentos en que, en
Venezuela, sigue latente la tentación de recurrir a la violencia para enfrentar
la grave crisis que vivimos, quiero recordar la figura de Gandhi, apóstol
de la no-violencia, que en este 2 de octubre se cumplen 147 años de
su nacimiento.
Gandhi fue un hombre de un
valor inquebrantable, una austeridad inflexible y una absoluta modestia
que se quejaba del título de Mahatma (Alma Grande) que le había dado el poeta
Rabindranath Tagore. Se alimentaba de frutas y leche de cabra y
vestía con una especie de túnica de tela burda. Aconsejaba “vivir
más sencillamente para que otros puedan sencillamente vivir”. Llamaba a
su doctrina de la no-violencia “ahimsa”, que en sánscrito quiere decir, “sin
daño”, y estaba convencido de que “la humanidad sólo podrá liberarse de la
violencia por medio de la no-violencia. La no-violencia y la
cobardía son contrarios. La no-violencia es la mayor virtud, la cobardía
es el mayor vicio. La no-violencia siempre sufre, la cobardía provoca
sufrimiento. La no-violencia perfecta es la mayor valentía”. Varias veces fue
apaleado, encarcelado y emprendió severas huelgas de hambre. Pero, por medio de
la no-violencia activa, logró importantes victorias políticas y sociales y
hasta derrotó al poderosísimo imperio inglés que no tuvo más remedio que
conceder la independencia a la India.
Durante toda su vida vivió
en una pobreza absoluta, sin dejarse seducir por el poder o la
admiración de las multitudes. En un país en que la política era sinónimo de
corrupción, introdujo la ética a través del ejemplo y la palabra: “Es mejor que
nuestras vidas hablen de nosotros a que lo hagan las palabras…Me esforzaré en
amar, en decir la verdad, en ser honesto y puro, en no poseer nada que no me
sea necesario, en ganarme el sueldo con trabajo, en no tener nunca miedo, en
respetar las creencias de los demás, en buscar siempre lo mejor para todos”.
En 1947 se logró por fin la
independencia de la India, que se dividió en dos pedazos: India y
Pakistán, que se reservó para los habitantes de religión musulmán.
Aunque Gandhi no estaba de acuerdo con la división, terminó aceptándola por
creer que era el único medio para lograr la paz. Los conflictos, sin embargo,
continuaron. El resto de su vida lo dedicó Gandhi a trabajar
por la paz entre los hindúes y los musulmanes. Durante los fuertes
disturbios en Calcuta, Gandhi realizó un largo ayuno hasta lograr que la
violencia cesara. En enero de 1948, inició otra huelga de hambre en Nueva
Delhi para promover la paz. El 30 de Enero, poco después de finalizar este
ayuno, Gandhi fue asesinado por un extremista hindú, que se oponía a las
reformas que defendían a la minoría musulmana. Cuentan que Gandhi murió con la
palabra Rama, Dios, en sus labios.
En un país que sigue
crispado por los problemas, la intransigencia y la violación continua de la
constitución, debemos seguir el ejemplo de este hombre de cuerpo menudo pero de
una grandeza humana y espiritual gigantesca. Para ello, se necesita mucho valor
para resistir sin desmayar, para estar dispuestos a jugárnosla de verdad,
hasta derrotar a los violentos con las armas de la legalidad y la no-violencia
activa. Gandhi sabía bien que “la fuerza no proviene de la
capacidad física, ni de las armas, sino de la voluntad indomable”.
29-09-16
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