Por Luisa Pernalete
Cuando yo comencé a dar
clases en Fe y Alegría, un enero hace 43 años al sur de Maracaibo, recuerdo
perfectamente con el tema que me inicié: “Proceso de industrialización en
Venezuela”, yo aún estudiaba en LUZ, era muy buena estudiante, estaba muy
entusiasmada con ese trabajo, mi primer trabajo. Me preparé con esmero. Creí
que lo estaba haciendo a la perfección. Cuando hice la primera evaluación lloré
mucho al ver los resultados. ¡Los exámenes estaban fatales! Al día siguiente
conversé con mis alumnos, adolescentes de 16, 17 años, y la mejor alumna me
dijo: “Profe, usted es muy simpática, nos cae muy bien, pero no le entendemos
nada”. ¡Lloré más todavía! Fue un duro golpe, pero fue el mejor favor que me
hicieron: nada de disfraces, no importaba mi buena intención, no
estábamos logrando los objetivos. Cambié radicalmente mi planificación,
les escuché sin defenderme, fui a sus casas, partimos de sus realidades
concretas y no de teorías de la Universidad. Aprendí la lección temprano:
disfrazar, esconder, no resuelve problemas, reconocerlos en cambio es el primer
paso, si es que de verdad queremos resolverlos.
Ustedes dirán, ¿Qué tiene
que ver esto con el país? Pues que no estamos en febrero, no es tiempo
para carnavales, los disfraces ya no sirven y el gobierno debiera entenderlo.
La situación país está mal, muy mal, mucho peor que lo que los pocos medios
publican, o ¿Es que acaso el llanto de un niño con hambre se escucha con letras
impresas? ¿Puede la prensa recoger el drama de cada día? “Profe., uno
desayuna y se queda pensando que haremos para el almuerzo; almuerza, si puede,
y se queda pensando qué se hará para la cena”, me dijo una señora de san Félix
hace unos meses, con su mirada en ningún lugar…
Reconocer el problema. “No
se señora si este gobierno es de izquierda o derecha, si esto es
capitalismo o socialismo. Lo que sé es que esto está muy mal, que yo estoy muy
mal. No me interesa el nombre del gobierno”, me dijo un señor trabajador en
Caracas. Una anciana, que lleva años pidiendo ayuda en la puerta de un
supermercado del este de Barquisimeto, me dijo en estos días, con su rostro
lleno de arrugas, “Nunca habíamos pasado por ésto. No se puede vivir”. Y
recupero la sinceridad de un anciano en el metro de Caracas: “No voy a mentir
diciendo que pido dinero para una medicina. Pido plata para comprar algo de
comer porque tengo hambre”. Y termino con lo que me dijo la señora Ana, de Yaritagua:
“No entienden que ya no los queremos”.
Hay cansancio,
hay sufrimiento, hay angustia. “Lo democrático es ir a una consulta de todos.
Si sale que se quede, pues que se quede, si sale que se vaya que se vaya”, me
dijo una señora mayor con acento árabe cerca del terminal de Barquisimeto. Si
se reconoce el problema aunque no estemos de acuerdo en cómo arreglar el
país, se avanzaría. Pero con ceguera y sordera terca no avanzamos.
Disfrazar la situación de los hospitales o la escasez de medicinas diciendo que
apenas son unas “poquitas” las que faltan no cambia el número de pacientes
moribundos; prohibir la venta de productos básicos en la isla de Margarita para
que los visitantes no vean colas, no cambia el malestar de los neoespartanos
por no conseguir esos productos; disfrazar la movilización multitudinaria del
1S diciendo que fue mínima, no cambia el número de asistentes.
No es tiempo para disfraces,
tampoco para chistes para la “hora loca”, por eso ofende que se hagan bromas
sobre el hambre de la gente. La reducción de tallas no se trata sólo de las
escuelas que la Fundación Bengoa ha estudiado. Reducen de talla los compañeros
de trabajo y hasta familiares. Como no es tiempo de fiestas, tampoco para estar
invitando a gente a visitarnos, por muy buena que sea la intención de la
visita. ¿Se justifican los millones que se gastarán en la reunión de NOAL?
Septiembre no está para
disfraces. La verdad sin maquillaje sería más útil y de adultos.
20-09-16
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