Por Miguel Ángel Latouche
El jueves será un día
complicado. Uno de esos días que nos hacen pensar en un país que se encuentra
escindido. ¿Qué hacemos con este país roto? Es difícil hacer un ejercicio
prospectivo a estas alturas. Veremos dos marchas, que se presentan
contradictorias, que nos muestran dos visiones de mundo. Yo creo, a diferencia
de lo que prevalece en el discurso público, que no se trata de un asunto de
mayorías, sino de un asunto de funcionamiento. Es evidente que es Gobierno
despliega todo el Aparato del Estado para garantizar su permanencia en el
poder, sin evaluar suficientemente la aspiración de cambio que se siente en la
calle. La verdad es que han perdido la capacidad para escuchar el clamor
popular.
Estamos frente a un intento
burdo por hacernos olvidar la ineficiencia gubernamental en el manejo de lo
público, su poca capacidad para administrar en función de los intereses de la
mayoría, las dificultades que enfrentan para generar bienestar, o mejor aún,
para garantizar la satisfacción de las necesidades básicas de la población. Si
hay una cosa clara entre nosotros es que este gobierno ha perdido la
legitimidad de desempeño. Se trata, a fin de cuentas, de un gobierno torpe que
no solo no ha logrado resolver los problemas de nuestra convivencia colectiva,
los ha agravado.
La verdad es que da lástima
ver el rostro que nos muestra el país. Largas colas para adquirir bienes de
primera necesidad, falta de medicamentos, niños con hambre, familias cada vez
más pobres, incremento de la inflación, delincuencia desbordada. Son muchos los
males que nos ha dejado la Revolución. El deterioro de la infraestructura, por
ejemplo, es cada vez más evidente, se trata de un ejército de destructores que
pretenden acabar con nuestra vida civilizada.
Es interesante ver como el
Gobierno se ocupa de manera incesante de permanecer frente al manejo de la Cosa
Pública. Uno aspiraría que se dedicase a gobernar, pero, eso sería mucho pedir.
El discurso gubernamental de los últimos días tiene un tono acusatorio. Todo
aquel que no esté de acuerdo es susceptible de ser acusado de algo. Al parecer
todos somos potencialmente culpables en este estado de sospecha que caracteriza
nuestro tiempo. No es necesario mostrar pruebas. Basta con que se produzca la
declaración pública de un funcionario para que se desplieguen las fuerzas del
orden.
El caso de Ceballos llama la
atención. Se le ha acusa de intento de fuga. De que la misma tenía la finalidad
de escapar para ponerse al frente de los hechos violentos que se producirían el
1 de septiembre durante la movilización. Hasta ahora no se han presentado las
evidencias correspondientes. Pero la declaración pública bastó para que su casa
fuese visitada por el Sebin en horas de la madrugada y el ex – alcalde fuese
trasladado a la penitenciaria de San Juan de los Morros. Revocándosele el
beneficio de casa por cárcel. Lo mismo puede decirse de la persecución que se
ha desatado en contra de algunos de quienes forman parte de Voluntad Popular.
A estas alturas decir
que acá no hay presos políticos es poco menos que un chiste de mal gusto. A los
disidentes se les acusa de violentos, a los críticos se les acusa de violentos,
a quienes manifiestan no estar de acuerdo se les castiga, tal como se amenaza
hacer con los funcionarios 99 que firmaron el 1%.
Uno puede esperar que mañana
presenciáremos, sin dudas, un gran despliegue policial, se cerraran calles, se
tratará de evitar que la marcha recorra la ciudad. Se utilizará la fuerza
pública para establecer el miedo como limite a la manifestación pública de
quienes piensan diferente. Uno se pregunta qué modelo de país prevalecerá al
final de la historia, ese que pretende imponerse sobre la sociedad,
minimizándola, llevándola a negarse a sí misma, o esa otra que no es más que
una aspiración. La aspiración de constituirnos alrededor de valores
republicanos y, esencialmente, civiles. Vivimos en medio de una gran
encrucijada. No queda claro cuál es el rumbo que segura el país en este devenir
que se torna cada vez mas tortuoso.
Creo que esa dicotomía entre
posibilidades es la que se juega el día de mañana. La posibilidad de
reencontrarnos para reconstituir nuestros valores democráticos, la tolerancia
como ejercicio de aceptación del otro, la iniciativa individual como mecanismo
para alcanzar aspiraciones individuales y la posibilidad de hacernos cargo de
nosotros mismos de manera responsable vs la posibilidad de que se imponga de
una vez por todas la perspectiva autoritaria que reduce al ciudadano a una
lógica clientelar, que exige la uniformidad de la sociedad, que niega la
autonomía y el pensamiento independiente. En medio de esa profunda
contradicción transcurre nuestra vida política.
Los venezolanos tenemos
derecho a protestar, a manifestar nuestro desacuerdo, a hacer críticas. Creo
que esa es la intención de la marcha del jueves. Reivindicar los derechos que
han estado limitados por el ejercicio autoritario del poder. Le toca a la
sociedad decidir su propio rumbo. Son tiempos de encrucijada.
31-08-16
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