Por Claudio Nazoa
Está pasando algo grave. La
mayoría lo sabe o lo sospecha, pero, como es intangible, es raro quien se
preocupa o a quien le importa.
Parte de ser libre es ser
dueño de nuestra privacidad. Antes dependía de nuestra discreción. Se daba a
conocer solo lo que queríamos que se supiera a menos que, por algún error, se
colara alguna infidencia y se hiciera pública. Hoy, ya no depende de nosotros
ser dueños de nuestra intimidad.
Nuestras vidas están
codificadas. Cada vez que hacemos alguna diligencia electrónica, proporcionamos
datos: las comidas que nos gustan, el perfume preferido, la marca del jabón,
etc. Cada vez que vamos al automercado y pagamos con tarjeta, nos entregan un
recibo donde sale nuestro nombre, número de cédula, teléfonos y nuestra
dirección.
Los datos suministrados no
necesariamente serán utilizados en nuestra contra, pero el mercado mundial, si
así lo desea, podrá saber mis gustos y las cantidades de productos comprados.
Si lo pensamos, es horrible.
Esos datos son codificados
por empresas a escala mundial y se utilizan para saber cómo se mueve el
mercado. Tienen, además, un valor incalculable para las grandes corporaciones.
A diario usamos Google y nos
parece, porque lo es, una maravilla casi mágica. Pero… ¿sabían que al usar
Google toda esa información está siendo guardada y codificada individualmente?
Google es gratis para el usuario, pero corporaciones mundiales pagan miles de
millones anualmente para obtener la información por ellos recabada. El año
pasado Google facturó 75.000.000.000 de dólares.
Si usted utiliza Google con
frecuencia para obtener información sobre automóviles, en un momento dado,
recibirá catálogos con información comercial sobre automóviles. Si
frecuentemente hace búsquedas específicas, será ofertado sin que lo solicite.
Qué horrible es que nuestro
número privado, nuestro hogar, nuestros amigos, nuestras cuentas bancarias,
sean cada vez más vulnerables. Nuestros chismes, preferencia sexual, etc., ya
no son nuestros, les pertenecen a millones de personas quienes, haciendo un
doble click, descubrirán hasta la marca de ropa interior que nos gusta.
El teléfono celular es parte
de esa inmensa red en la que estamos atrapados. Si lo extraviamos, no solo
perdemos un aparato, sino que echamos al escarnio público mensajes, amigos e
intimidades.
Lo anterior lo sabemos, pero
todo placer tiene su calvario. Lo que pasa es que la recompensa es muy grande,
pero el precio a pagar es más grande aún.
17-10-16
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