RAFAEL LUCIANI 22 de octubre de 2016
@rafluciani
La
compañía de Jesús ha sido un actor clave en la configuración de una opción por
los pobres en la Iglesia latinoamericana, sea a través de la reflexión
teológica, como por el tipo de obras pastorales que llevan adelante. La
elección del padre Arturo Sosa como General de los Jesuitas ha de ser vista
desde esta opción teológico-pastoral que comienza a ser parte de la Iglesia
Universal bajo el pontificado de Francisco, y que quiere asumir la causa de los
pobres, los inmigrantes, la crítica a los sistemas económicos y políticos que
crean exclusión e inequidad, y tantos otros temas de esta época global.
Su
elección representa el giro de una Iglesia que quiere mirar hacia las
periferias, hacia el sur, que quiere caminar con los pueblos pobres y sus
culturas, pero desde ellos y dándoles voz propia. Una Iglesia que comienza a
mirar a los otros como sujetos y protagonistas. En sus palabras iniciales,
Arturo se refirió a un mundo herido, fracturado, sometido a tantas guerras y
dramas humanitarios. Realidades que se nos imponen como llamados éticos para
trabajar por la reconciliación sociopolítica de los pueblos.
Podemos
también ver su elección a la luz del proceso de madurez que ha hecho la misma
Compañía de Jesús después de los cambios que trajo el período del padre Arrupe.
Se asumieron a profundidad las implicaciones y los retos de la inculturación en
las culturas locales y, desde ahí, se apostó a que los cambios llevaran a una
verdadera y auténtica universalidad. Las obras de la Compañía en América Latina
asumieron el camino de la inserción y la inculturación. Muchas de las casas de
formación fueron trasladadas a zonas populares. Así también se replanteó la
identidad y la misión de las obras que llevaban adelante para estar al servicio
de los pobres en la defensa de sus derechos y en la consecución de condiciones
de vida más justas.
Ese
proceso de inserción e inculturación –neologismo aportado por el mismo padre
Arrupe– hoy en día da los frutos que vemos en la Compañía a nivel Universal,
con unas opciones teológico pastorales bien definidas, capaces de responder a
los signos de los tiempos actuales, como son la exclusión y la inequidad fruto de
esta época globalizada. Arturo jugará en este nuevo contexto un rol muy
importante, así como lo hizo localmente en Venezuela.
Pero,
¿qué significado tiene su elección para la Iglesia venezolana? ¿Cuál sería su
mensaje hoy de cara al drama humanitario que nos afecta a todos? Podemos traer
a la reflexión las palabras que dirigió en el 2003 en una Conferencia y que
siguen siendo actuales para comprender el rol de la Iglesia en nuestro país, y
también en otras realidades que viven conflictos similares o peores: «la
Iglesia tiene un papel en el esfuerzo por mantener y expandir los espacios de
negociación en los actuales momentos, insistir continuamente y defender los
principios de la prioridad de la vida, los derechos humanos y el reconocimiento
del otro sin distinciones de ningún tipo; promover la recuperación de la
legitimidad democrática, rechazando, como contrario a la paz, cualquier forma
dictatorial de ejercer el poder político; advertir sobre las consecuencias
nefastas del deterioro de las condiciones de vida, el empobrecimiento y la
división social; propiciar las condiciones para la reconciliación nacional
entre las que se incluyen las garantías internas y externas para el
cumplimiento de los acuerdos que resulten de la negociación. A la Iglesia le
importa Venezuela, los venezolanos y las venezolanas. Es allí donde se ha
encarnado siguiendo el camino trazado por el niño Jesús en Belén».
Rafael
Luciani
Doctor
en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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