Por Willy McKey
1. Los barrotes y esa otra
cosa invisible
Desde la esquina de San
Francisco resulta fácil contar más de cuatro decenas de guardias: bastaría con
mirar alrededor desde La Ceiba para dar con las primeras tres decenas. El
bloqueo de los corredores peatonales por las barandas antidisturbios desplaza
el tránsito de la gente hacia la esquina de La Bolsa y los lados de San
Jacinto, de modo que la cantidad de efectivos en el acceso más oriental del
Palacio Legislativo dan la impresión de que en esa cuadra de dimensiones
coloniales hay más militares que civiles.
Y es un espejismo eficaz.
En medio de ese cuadro
costumbrista verde militar con urbanismo de Guzmán Blanco al fondo y una escena
más del alcalde Jorge Rodríguez transcurrió la sesión legislativa que será
recordada como aquella vez que en Venezuela los diputados iniciaron un juicio
de responsabilidad política contra Nicolás Maduro.
Hay un grupo tempranero que
conversa en medio del patio del Palacio Federal Legislativo. Algunos no sabían
que el principal encargado de esta obra era hijo de Rafael Urdaneta n ique
cuando se terminó, en 1877, hubo una polémica que hoy puede resultar cándida:
en lugar de los casi 43.000 bolívares de la época que se habían presupuestado
para la obra, el monto sobrepasó los 170.000.
“¿En cuánto tiempo lo habrán
hecho?” pregunta una de las tertuliantes antes de acudir a Wikipedia desde su
teléfono y volver con la respuesta: “Carajo: se construyó en cuatro años”. El
dato basta para devolver la conversación a este siglo: “Pensar que la Torre
Este de Parque Central se quemó hace doce años y esta gente todavía no la
termina de habilitar”.
Es probable que esos minutos
de iluminación e infraestructura hayan sido los únicos que no dedicaron a
conversar sobre el episodio del secretario ejecutivo de la MUD del día anterior
y un supuesto diálogo con el gobierno agenciado por El Vaticano. El humor echa
mano de que muchos líderes dijeron haberse enterado por la televisión. En cada
grupo de gente que suena aparecen teorías y desenlaces posibles (o de los
otros).
El temor mayor es que se
haya desmovilizado a quienes quieren protestar. “Esto que va a pasar hoy aquí
no tiene ningún sentido si mañana no llenamos la calle”. Pero cambian rápido
los tópicos de las conversaciones: a medida que se acerca la hora de la sesión
dejan de aparecer con tanta relevancia las palabras “calle”, “diálogo” o “referendo”
ceden su protagonismo a otra noción que algunos diputados van ayudando a
colocar: “juicio de responsabilidad política”.
En lo que las teorías
empiezan a repetirse, aparece la tentación de ver si el acceso al Palacio por
donde entró la breve turba el domingo fue dotado con más seguridad. Y no. La
media docena de efectivos deslucía frente al operativo desplegado del otro
lado, al menos durante estas horas de entrada.
Esta estructura no es una
reja capaz de detener a cualquiera que goce de la salud suficiente para
escalarla. Los endebles y pretendidamente decimonónicos barrotes se confiesan
vulnerables. Este tipo de edificios necesita de algo más para que la gente los
respete. Algo invisible pero poderoso, capaz de representar simbólicamente una
barda más alta que estos escasos tres metros.
Algo que lleva tiempo
agrietándose y que, como todo lo invisible, es muy difícil de reparar.
2. La dilación de un prólogo
En la planta alta del
edificio está la Biblioteca Luis Beltrán Prieto Figueroa. Se llega hasta ella
por una angosta escalera de madera que pone en evidencia cuánto puede envejecer
un edificio cuando las escalas del futuro pretenden medirle su eficacia. Y
aunque algunos parecen habituados al asunto, quienes más sufren con los pocos
espacios de maniobra en las escaleras y recovecos son los camarógrafos y sus
asistentes.
La premura siempre es cruel
con quienes deben llevar consigo vocaciones tan pesadas que requieren de un
trípode y muchos cables.
El apuro se debe a que el
diputado Julio Borges va a dar algunos anuncios previos a la sesión. Basta ver
la naturalidad con la cual usan el espacio para entender que desde hace rato la
biblioteca ha pasado a ser una suerte de bullpen para los oradores
del día. Mientras tanto, en la antesala ya está dispuesto el rosario de
micrófonos de los medios que llegaron y el muro conformado por las cámaras de
más canales de Internet que de televisión abierta.
Ya son las diez y media de
la mañana. Un grupo representativo de las distintas toldas políticas que
conforman la Unidad se distribuyen dentro del tiro de cámara. Consiguen maneras
de quedar por encima de la altura calculada de los oradores sirviéndose de
sillas y taburetes de plástico. Hay quienes, movidos por el afán de aparecer,
se atreven a encaramarse en muebles patrimoniales y reciben de inmediato el
regaño de los diputados más jóvenes que forman parte de un backing humano dónde
quizás son demasiados aquellos que quieren aparecer.
En apenas unos veinticuatro
metros cuadrados se concentra una buena parte de la mayoría parlamentaria. Casi
la mitad afina los detalles para unas declaraciones que servirán de prólogo al
resto del día. El resto forma parte de un diorama donde pueden verse
representados los arquetipos de esa singular fauna que es “la fuente política”.
Julio Borges pregunta si se
sabe algo de Freddy Guevara y es así como el bullpen confirma su
pítcher abridor y anuncia el relevo en la declaración. Los periodistas, la
mayoría mujeres, se distribuyen estratégicamente: quienes cuentan con la
confianza de los voceros intentan ubicarse “donde siempre” mientras que
aquellos que pretenden descolocar varian su lugar de abordaje.
Es algo que toma tiempo. Y
quizás el arranque de este prólogo está tardando demasiado.
3. Los ritos de entrada de
la otra esquina
Los diputados oficialistas
suelen llegar justo antes de la sesión, podría pensarse que con la intención de
comprometer el quórum. El líder del rito de entrada es el diputado Francisco
Torrealba, encargado de revisar el clima antes de que llegue el resto de la
bancada.
No le faltan edificios
cercanos para poder reunirse sin exponerse a los medios ni apretujarse en una
biblioteca.
Sin embargo, hoy algunos
diputados del llamado Bloque de la Patria llegaron antes. Están en el umbral
del Salón Francisco de Miranda, ubicado en la planta baja del Palacio. Ven en
la pantalla de un smart-phone la transmisión de la rueda de prensa
que dan Borges y Guevara. Ignoran que ya han empezado a dar acceso al
Hemiciclo, pues la mayoría de los medios está en la biblioteca y Henry Ramos
Allup no habitúa comenzar la sesión hasta que los periodistas estén activados
en la transmisión y registro.
Sin embargo, a veces basta
cambiar una jugada de rutina para cambiar todo el juego.
Los síntomas más claros de
que no esperarán a los ausentes se ven en un par de pantallas que fueron
instaladas para transmitir el debate a quienes no tengan posibilidad de
entrar. A todo esto hay que sumarle otra rareza: repartieron unos
tickets con un número y una firma para asegurarse de que sólo pasen los medios
registrados por la secretaría encargada. Algunos de los
periodistas habituales se toman la novedad como una broma, pero igual atesoran
el papaelito con las rayas de tinta azul que les aseguran el acceso al palco de
prensa.
“¡Esta vaina ya empezó!”.
Aparecen el empujón, la viveza, el bochinche. Los pasillos y accesos del
Palacio Legislativo vuelven a poner en evidencia que la arquitectura del siglo
XIX nunca previno tanto apetito por entrar, mucho menos con un ritmo que
estuviera marcado por la angustia de quedarse con una cobertura incompleta.
Francisco Torrealba también
luce acelerado. La parte de los diputados de la fracción del PSUV que no ha
llegado a sus curules pasó del retraso estratégico a la misma urgencia, retando
a los encargados del acceso a la hora de separar los autorizados de los
espontáneos.
Una brevísima puerta debe
soportar las ganas de entrar de una masa de entusiasmo político, trípodes y
papelitos que son expuestos como banderines y salvoconductos.
4. Como si el tiempo fuera
propio
Minutos antes, en la
biblioteca, Tomás Guanipa invitaba a los medios a la antesala donde ya se
habían instalado las cámaras. Ubicarse se transforma en un tropiezo. Julio
Borges comienza y echa mano del recuerdo para revivir aquella “hoja de ruta”
anunciada hace meses para afirmar que sigue en curso. Todo le resulta útil para
poner en contexto lo que será el eje de la sesión de hoy: activar los primeros
pasos para un juicio de responsabilidad política contra Nicolás Maduro y, al
mismo tiempo, el estudio del caso que les permitiría aludir a la bancada
opositora el “abandono de cargo” como argumento legal contra el Presidente de
la República.
Los periodistas lo oyen,
pero en cada silencio le disparan dudas sobre el supuesto diálogo en Margarita.
Las preguntas se amontonan en los oídos de los presentes pero sólo sobrevive
aquella que haya logrado superar la confusión. Es ésa la que Borges intentará
responder antes de darle la palabra a Freddy Guevara. La respuesta del jefe de
la fracción opositora es que las acciones de calle anunciadas para los días 26,
27 y 28 de octubre se mantienen… aunque le hayan preguntado otra cosa.
Cuando le toca a Guevara,
empieza por aclarar que puertas adentro de la Unidad hay muchas cosas por
decidir y acordar, pero que entienden que hay que generar las condiciones para
que ese diálogo “que en algún momento será real” al menos parezca posible.
Borges lo complementa afirmando que “en Venezuela no hay democracia y nosotros
tenemos el compromiso de rescatar el hilo constitucional y hacer que la
democracia sea gobierno”.
Cuando empiezan a explicar
que ven como una conquista política de la Unidad que el Papa haya enviado a
alguien para conocer la situación en Venezuela, “pues es algo que nosotros
mismos hemos solicitado”, la diputada Adriana D’ Elía revisa su teléfono y les
hace saber que la sesión está a punto de iniciar. Era necesario estar presentes
antes del conteo habitual para el quórum y puede que ya no les dé tiempo.
Todo se agita. Miguel Pizarro
y Freddy Guevara repasan un par de ideas y forman parte de los sorprendidos
junto a varios periodistas de la fuente. Por primera vez en mucho tiempo se da
inicio a la sesión sin que estén la mayoría de los medios presentes.
En las manos vuelven a aparecer
los pequeños tickets como escapularios que pretenden detener el tiempo. Para
cuando pudo entrar el último de los periodistas acreditados, ya el diputado
Juan Miguel Matheus estaba haciendo uso de la tribuna de oradores.
5. El Debate I: Héctor
Rodríguez
Antes que repasar en lo que
dijo cada quien, algo que las coberturas en vivo que terminan convertidas en
videos en YouTube resguardan mejor que la crónica, la visión cenital del
Hemiciclo permite atender al papel de cada diputado en este enrarecido ecosistema
que convive debajo de la cúpula del Capitolio.
Mientras Juan Miguel Matheus
abría el debate sobre el juicio de responsabilidad política a Nicolás Maduro,
yendo desde la revisión del escenario político actual hasta dirigirse
directamente a las Fuerzas Armadas, en la fracción del PSUV escuchan con
atención a Héctor Rodríguez. No fue sino hasta que se dirigió al pueblo
militante del chavismo que algunas cabezas decidieron virarse hacia la tribuna
de oradores: “Esto no fue lo que se les prometió. La lucha democrática es para
que todos vivamos mejor”.
Si hubiera que utilizar
alguna alegoría deportiva capaz de resumir el papel de Héctor Rodríguez, sería
la del un coach de primera base en béisbol. Mientras otros diputados inscritos
en el orden de intervenciones (como Julio Chávez o Pedro Carreño) no le prestan
mayor atención a las palabras de la bancada contraria, a Rodríguez parece que
le hubieran encomendado estar atento a cuanto sucede para poder prever líneas
de oratoria capaces de recolocar el mensaje.
Cuando
Matheus citó al Papa Francisco y se refirió a quienes ejercen el poder desde el
partido de gobierno como “una casta de pan sucio”,
fue Rodríguez quien se acercó a Julio Chávez, el primero de los suyos en
intervenir. Hizo lo mismo con Pedro Carreño después de que consignaran el
proyecto de acuerdo que contiene la activación del juicio de responsabilidad
política contra Nicolás Maduro y
cuando Omar Barboza se refirió a los “jueces de rocola, que suenan según lo que
les metan”. También Edwin Rojas conversó con él, luego
de que Carlos Berrizbeitia cerrara su participación.
En lo que va de año
legislativo, en los debates la oposición se ha decantado por
el ethos mientras el oficialismo se atrinchera en el pathos.
Rodríguez, en cambio, apela por la singularidad del logos. La retórica
siempre ofrece estos tres caminos y a muy pocos se les da bien el tercero.
Resulta paradójico que sean él y Henry Ramos Allup quienes compartan esa
condición, aunque eso sirva para explicar que sean una constante en cada
debate.
Rodríguez soporta la
dinámica impuesta por los representantes de la oposición, quienes retoman lo
que ha dicho su contrincante anterior para usarlo a favor. Pero, en detrimento
de ese talento, tanto a Julio Chávez como a
Pedro Carreño (en featured con un video de Hugo Chávez que terminó
jugando en contra) y a Edwin Rojas se les hace imposible
descubrir el secreto de estos giros. Quizás tenga que ver con que atender al
otro es imprescindible para poder apuntarse alguna victoria en cualquier
debate.
El desdén por la palabra
ajena impide alcanzar esa cuota de dinamismo vital para que el piquete del
intercambio alcance a dolerle un poco al contrario.
Cuando
le tocó a Rodríguez, en efecto, pudo devolverle un
par de ideas a William Dávila, posiblemente gracias a los
apuntes que tomaba mientras lo escuchaba repetir su frase álgida: “El pueblo no
conspira, ¡el pueblo revoca!”. Sin embargo, ya la fracción estaba lacerada por
los descuidos previos. Cuando decidió enunciar que “Nosotros
no somos una coyuntura electoral: somos una fuerza histórica y politica” y
luego reconoció a la oposición como otra fuerza política ganó espacio y atención.
Cuando le recriminó a la oposición que “Tienen
que dejar de hacer política prestándole atención a las redes sociales” supo
dónde dar. Pero confiado en la táctica cometió un error estratégico al
decidir que el punto que atacaría de la intervención de Dávila sería Rómulo
Betancourt.
Apenas empezó a hacerlo, la
sonrisa iluminó el semblante de Henry Ramos Allup. Era como si sintiera que
Héctor Rodríguez había caminado derechito hasta su patio.
6. Motofobia
La curva de una escalera de
madera es la que permite el acceso a ese primer piso que es el palco destinado
para la prensa. Justo en medio, a la altura del sexto escalón, se puede ver a
través de un ventanal la fachada del Palacio de las Academias. Sólo quienes
suben o bajan concentrados en sus teléfonos logran evadirlo.
Desde que Juan Andrés Mejías
hablaba hasta que le tocó a Américo De Grazia, cada cinco minutos se decía que
había militantes oficialistas concentrándose en las afueras. La reacción sólo
es notoria cuando dicen que están en la puerta oeste, pero era un mismo mensaje
cumpliendo ciclos de rumor, saliendo y volviendo a las mismas pantallas que
volvían a difundir una foto que mostraba a un grupo de motorizados que quienes
estaban en el ventanal vieron pasar hace casi dos horas.
Cuando le toca al diputado
Pedro Carreño una buena parte de los presentes prefiere visitar el ventanal de
la escalera. Cualquier cosa antes que escucharlo hablar del Plan Cóndor. El
tránsito de los automóviles se mantiene en condiciones regulares y el rumor
cambia: de vez en cuando pasan breves oleadas de la marcha oficialista con
dirección a la concentración en Miraflores.
No hay nada sino eso: pueblo
que camina hoy hacia donde fueron convocados, sólo
porque otra parte del pueblo
va a caminar mañana.
7. El Debate II: Henry Ramos
Allup
La intervención de Juan
Andrés Mejías pudo anclarse en los excesos referenciales de Julio Chávez: antes
que referirse a sucesos de hace cuarenta, prefirió hablar de los presos
políticos de hoy, el derecho a la salud, la situación de los pueblos indígenas,
el crimen ambiental que significa el Arco Minero y, directamente, el intento de
“la instalación de la dictadura de Nicolás Maduro”, sin dejar por fuera la
destitución de alcaldes y diputados.
Edwin Rojas llegó al la
tribuan de oradores con un solo objetivo: afirmar que en Venezuela no cabe la
figura de la responsabilidad política del presidente, porque el sistema es
presidencialista y no parlamentarista, soltando un “Nosotros no somos Brasil”
que le atajó Américo De Grazia. “Es verdad no estamos en Brasil, porque aquí la
salida posible era el Referendo Revocatorio y esa salida ustedes la bloquearon”
fue la primera, aunque no dejó sin riposta a Julio Chávez, quien había colgado
en el ambiente la idea de que en la MUD sólo había una pelea por las candidaturas
regionales: “¡Allá ustedes que no tienen candidatos para las elecciones
regionales!”
Mientras todo esto sucede,
Henry Ramos Allup entra y sale del Hemiciclo, quizás poniéndose al tanto de lo
que sucede en la puerta oeste. Un fotógrafo que salió a fumar vuelve a los ocho
minutos: “Sí hay gente, pero son unos poquitos. ¿Todavía no ha hablado Henry?”
Lo mandan a callar. Ramos Allup anota, apunta, sonríe. Cuando avisa que será él
quien cerrará el debate, le devuelve al murmullo de la bancada oficialista un “¿Tienen
miedito?”. El tono es socarrón y libre de cualquier solemnidad.
Hay un derecho de palabra
para Julio Borges, quien pidió que al terminar el debate se sometiera a
votación formal el inicio del procedimiento contra Nicolás Maduro y pedir que
se le notificara al propio presidente que compareciera ante la Cámara para
responder a las acusaciones allí descritas. También quería dejar constancia de
la posibilidad de abrir un expediente para llevar a juicio a Nicolás Maduro,
con la consideración relativa del abandono del cargo. Ramos Allup lo aprueba y
afuera, quienes no han podido entrar al Hemiciclo y miran las
pantallas, oyen y aplauden la decisión.
Quizás fue ahí cuando
decidió cambiar por segunda vez una jugada de rutina.
8. Final de Partida
En retórica, una mudanza
del logos al pathos puede generar efectos diversos en la
audiencia cuando se hace de manera inesperada.
Sobre todo quebrantar al
contrincante.
Luego de aprovechar los
espacios que había dejado abiertos Héctor Rodríguez y felicitarlo irónicamente
por estar estudiando a Rómulo Betancourt, Ramos Allup describió el contexto de
aquel primer gobierno posterior a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Así
llegó a las estrategias de la memoria, donde la juventud suele jugar en contra,
para explicarle que aquella situación de guerrillas y grupos armados no podía
compararse con las crisis actual.
Y estando resuelto aquello
desde el logos, tal como es su costumbre, Ramos Allup viró el tono: había
decidido dirigirse a Padrino López, el Ministro de la Defensa, quien de ahí en
adelante fue el destinatario único de su intervención. Usando como punto de
partida el comunicado que se había hecho público el día anterior, le soltó
dardos como “Responda, Ministro. Usted que sólo tiene palabras para defender a
un gobierno que se cae”. Incluso llegó a retarlo a un debate público, “a ver si
ronca como ronca cuando está armado y en el seno de un cuartel”.
Una vez más el sujeto
político se convirtió en esclavo del sujeto que recuerda. La evidencia estuvo
en el remate: “Si quieren organicen otro asalto a la Asamblea como el del
domingo, porque ustedes no creen el el voto sino en que destrozando las
instituciones se atornillan más”.
El diputado Ramos Allup que
había hecho referencia a las posibilidades de determinar la responsabilidad
política de Nicolás Maduro mediante las atribuciones de la Asamblea Nacional y
había explicado las consecuencias posibles en caso de que resultara el abandono
de cargo o algún indicio en responsabilidades civiles, penales y
administrativas había sido raptado momentáneamente por el pathos. Y Héctor
Rodríguez, en lugar de resguardarse y monopolizar el efecto diferenciador
del logos, se dejó arrastrar por fuerzas que son más poderosas que la
razón en el uso de su derecho a réplica, cuando retó a Ramos Allup diciéndole
que que no tenía “ni la fuerza ni los cojones para defender lo que dijo”.
La altisonancia desató una
gresca que no llegó a mayores. Sin embargo, mientras la tensión vaciaba las
bancas, el Presidente de la Asamblea Nacional parecía haber logrado el efecto
esperado y dirimía la tensión llamando a los diputados a votar: hizo el camino
de vuelta al logossonriente, a sabiendas de que el efecto en el debate
había resultado a su favor.
Justo en ese momento una
cadena de radio y televisión ocupó las señales abiertas con la noticia de que
Nicolás Maduro ya estaba en el país.
9. Caracaos y el rédito de
ser visto
El conato de violencia duró
apenas unos segundos. El proceso de votación fue rápido y se hizo con la señal
de costumbre. Cuanto siguió no fue otra cosa que la convocatoria a las acciones
que la MUD planea para el día siguiente y una tensa solemnidad que hizo que el
himno nacional contrastara con la música que las cornetas ubicadas afuera
imponían como coordenada del resto del día.
La llegada de Nicolás Maduro
al país, después de una breve gira, todavía no había podido comprobar otro
éxito que la concentración madurista en Miraflores que comenzaría en minutos.
De nuevo en la esquina de
San Francisco, seis horas después, el alcalde Jorge Rodríguez aparece en una
pequeña concentración que reúne a unas doscientas personas. Sólo han pasado
quince minutos desde que se terminara la sesión que dio inicio a un juicio de
responsabilidad política contra Nicolás Maduro en la Asamblea Nacional.
No hay mucha gente y puede
que para ninguno esto sea noticia.
Hace casi 48 horas el
alcalde estaba en la misma manzana, sólo que del lado oeste, intentando poner
orden en la turba que invadió los jardines del Palacio Legislativo,
aprovechando una aparente ausencia de la Guardia Nacional Bolivariana,
encargada de la custodia de las instalaciones. Hoy le toca conducir una
concentración frente al palacio presidencial.
Un casco que está colocado
sobre el tanque de la moto que lo lleva deviene sintomático. Desde hace una par
de días la imagen del alcalde y ex-rector del Consejo Nacional Electoral
representa algo más que un hombre a quien no multarán por una infracción menor
como la de ir de parrillero sin proteger su cráneo. ¿Pero cuál podría ser el
motivo para que un alcalde decida ir de parrillero, en medio de un acto
político a cielo abierto, sin casco?
¿Ser reconocido con
facilidad por los manifestantes, quizás?
El gesto sólo tendría
sentido si arroja algo de rédito político o, al menos, un poco de fuerza a la
militancia.
Habrá quien crea que una
contundente acción de calle podría sacar del foco central la noticia de esta
primera mitad del día: en Venezuela ha comenzado un juicio de responsabilidad
política contra el presidente Nicolás Maduro, al tiempo que las fuerzas
políticas de la oposición hacen un llamado a manifestar en las calles.
Hoy, al menos, quienes
pueden se muestran sonrientes y optimistas.
Tenemos el humano derecho a
evadir por un momento todo cuanto nos recuerde que hay cosas que alguna vez se
nos escaparon de las manos.
Mientras tanto, camino al
metro, vuelve a aparecer la misma frase: “Esto que va a pasar hoy aquí no tiene
ningún sentido si mañana no llenamos la calle”.
26-10-16
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