MONS. BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO 10 de octubre de 2016
El
deterioro de la situación del país es creciente. A primera vista lo que lo hace
más evidente es la crisis económica, la necesidad de supervivencia en
alimentación, salud y seguridad personal. Pero lo que más horada la convivencia
es la pérdida de confianza y credibilidad en quienes llevan las riendas del
poder. La razón es sencilla: a todas luces primero está el control del Estado y
luego, muy en segundo lugar, el bienestar y la calidad de vida del ciudadano,
al que se pretende controlar con dádivas, amenazas y represión. La falta de
valores morales que pongan sobre el tapete la verdad, la transparencia y la
equidad son un virus que socaba la paz social.
“La
ética no es la política pero sin embargo no hay política sin ética. Un pueblo
no solo necesita ser gobernado para que cumpla unas leyes sino que necesita
también una orientación convincente hacia fines que dignifiquen su vida. Necesita
tener al frente personas que, a la vez que gestores, sean animadores, guías y
modelos. Sin esta dimensión esos dirigentes carecerán de la necesaria capacidad
de persuasión para reclamar obediencia e imponer sacrificios a los súbditos.
¿Deberemos repetir que al gobernante no le basta la potestas –legitimidad
jurídica–, sino que le es necesaria la auctoritas –autoridad moral, capacidad
acrecentadora de su hacer para con los demás–?”.
Esta
reflexión de Olegario González de Cardedal, uno de los más brillantes teólogos
españoles contemporáneos, calzan muy bien con nuestra realidad. Saltarse a la
torera el marco institucional, pues las leyes sirven cuando conviene, es una
invitación a delinquir. Hablar de diálogo y de paz con lenguaje soez y
amenazante, además de chabacanería, es abrir la puerta al atropello e irrespeto
de las personas. Desconocer y acorralar a la Asamblea Nacional y a los
gobernadores y alcaldes no oficialistas, castiga a la ciudadanía. El lenguaje
mentiroso y de medias verdades es una ofensa, pues califica de tontos a los
demás.
Si la
culta Alemania de los años 1920-1930 pudo endiosar a un esperpento como Hitler,
también es posible que hoy no aprendamos de la historia y caigamos en la
ceguera de repetir los mismos o peores errores. Tal clima propicia, por
desgracia, el aventurerismo político, el liderazgo carismático y el rearme
ideológico de los totalitarismos. La formación permanente en el auténtico
sentido de ser ciudadano activo, protagonista de su vida personal y colectiva,
es tarea que nos incumbe a todos, para no dejarnos seducir por los encantadores
de serpientes que nos ofrecen un paraíso inexistente, hipotecando nuestra
libertad y dignidad. No nos dejemos comprar ni nos dejemos robar la esperanza
por un plato de lentejas.
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