Héctor Abad Faciolinci 05 de octubre de 2016
Es muy
fácil ser sabio el día después. Cuando ocurre lo que nadie se esperaba, ni
siquiera los expertos, entonces los expertos salen (salimos) a explicarlo,
serios como tahúres y sin vergüenza alguna de no haberlo previsto antes. En un
mundo globalizado, lo que antes se llamaba, con pomposas palabras hegelianas,
“el espíritu de la historia”, hoy lleva un nombre mucho más vulgar: trending
topic, y lleva un # para indicar el hashtag. El trending topic que ganó en el
plebiscito colombiano es bien curioso, un “sí pero no”: #SiALaPazPeroEstaNo.
Yes but not. El contradictorio corazón humano entiende estos absurdos de la
lógica formal.
Hay
sabios que ahora dicen, por ejemplo, que el voto colombiano por el no al
acuerdo de paz se debe a la falta de educación y a la ignorancia de un pueblo
que es manipulado por la mentira de los enemigos de la paz. O que votó poca
gente por el huracán. Hay en esto algo de verdad. Pero como lo mismo ha
ocurrido en la culta Gran Bretaña con el Brexit, en Alemania con el castigo a
Merkel por decir cosas sensatas sobre los refugiados, en los países de la
primavera árabe con el voto mayoritario por los fanáticos religiosos o en
Estados Unidos en vísperas de la elección de Donald Trump, me da la impresión
de que la “ignorancia” de los colombianos no es buena explicación.
En
realidad parecemos un pueblo muy adaptado al mundo contemporáneo, globalizado,
y en el mismo trending topic de la Tierra: la insensatez democrática. Si lo
nuestro es ignorancia, forma parte de la misma ignorancia global, del primer
mundo que destruye la idea de una Europa unida y en paz, del segundo mundo que
elige una y otra vez al mafioso de Putin, y del tercer mundo del extremo
oriente y del extremo occidente. América Latina, recuérdenlo, es el extremo
occidente, con un alma tan misteriosa e incomprensible como la del extremo
oriente. Tan misteriosa como la supuesta cultura del centro: la europea
occidental que hoy persigue el suicidio como solución.
En
Colombia, como en el mundo entero, la lucha democrática se juega entre una
clase política vieja y cansada (bastante sensata, tan corrupta como siempre y
desprestigiada por decenios de feroz crítica nuestra, de los “intelectuales”)
contra otra clase política menos sensata, más corrupta que la tradicional, pero
cargada de eslóganes y payasadas populistas. El populismo, la demagogia vulgar,
ha arrasado en todo el mundo. Berlusconi fue el prólogo, porque en Italia son
los magos del trending topic y se inventa todo antes. Vinieron Chávez, Putin, Uribe,
Ortega. ¿Vendrán Trump y Le Pen? Quizá. Todos son demagogos perfectos,
cleptócratas que denuncian a la vieja cleptocracia.
El
pueblo prefiere votar por ellos con tal de cambiar. ¿Un salto al vacío? Sí. Es
preferible el salto al vacío que el aburrimiento de la sensatez. La sensatez no
da votos: produce bostezos. Y a lo que más le temen los votantes es a
aburrirse. Un pueblo incapaz de aburrirse con buena música, con libros, con
cultura, es un pueblo dispuesto a votar por cualquier disparate con tal de
divertirse un rato; con tal de ver derrotados, pálidos y ojerosos a los
políticos que, por llevar años en la televisión y en el poder, más detestan.
Mejor cambiarlos por otros, aunque sean locos. Es una especie de borrachera, de
viaje de drogas, de danza dionisiaca.
Y así
nos toca asistir al trending topic de la insensatez mundial. Para ponerle un
hashtag apropiado, propongo algunos: #QueGaneElDemagogo, #TodoMenosLaPolítica,
#AFavorDelQueEstéEnContra. En fin, alguna cosa así: el espíritu de la historia.
Los países que ya lo han ensayado empiezan a salir, con una resaca horrenda.
Venezuela ya no quiere seguir el experimento chavista, y tarde o temprano
saldrá de la locura que los ha consumido económica y moralmente. Ya Italia
vivió la penitencia de 15 años de Berlusconi y tal vez no quiera regresar a
algo parecido con Beppe Grillo. A Gran Bretaña le llegó la resaca del Brexit al
día siguiente, pero ya no sabe cómo evitar la pesadilla que la mayoría votó.
¿Qué
haremos en Colombia? Estamos como estaría Estados Unidos al día siguiente del
triunfo de Trump: atónitos, desconsolados y sin saber qué va a ocurrir. Pero
quizá las cosas sean más sencillas. No tan hegelianas (el pomposo “espíritu de
la historia”) sino más bien nietzscheanas: humanas, demasiado humanas. Todo
sigue siendo una feria de vanidades. Si Uribe estuviera en el Gobierno, habría
firmado la misma paz con las FARC, aunque quizá sin nada escrito y con una
dosis muy, pero muy baja de verdad. A Uribe lo que menos le interesa es la
verdad, pues en la verdad podrían salir muy salpicados él y sus amigos más
íntimos. Pero en el fondo el acuerdo sería parecido. Para que ganara el no, ha
dicho muchas mentiras que ni él mismo se cree: que el comunismo tomará el
poder, que ya viene el lobo del castrochavismo, que está en contra de la
impunidad de los terroristas. Qué va, no es eso. Santos y Uribe quieren lo
mismo: ser ellos, cada uno, los protagonistas del acuerdo, y que el
protagonista no sea su adversario político. Es un asunto humano, demasiado
humano, de pura vanidad. La paz sí, pero si la firmo yo.
Cambiar
el acuerdo de paz, que es lo que el pueblo ha decidido al votar
mayoritariamente por el no, es posible jurídicamente, pero muy difícil
políticamente. El presidente Santos tendría que darle a Uribe uno o dos puestos
en la mesa de negociación de La Habana. Los delegados de Uribe tendrían que
obtener algo de las FARC (digamos dos años de cárcel), y todo esto a cambio de
lo que tanto Uribe como las FARC quieren: una asamblea constituyente. Con una
nueva Constitución pactada con las FARC, Uribe podría nuevamente aspirar a ser
presidente (lo que está prohibido en la Constitución actual), y las FARC
podrían ser un nuevo gran partido de la izquierda populista (estilo Ortega y
Chávez). Así, todos contentos. Pero, obviamente, Santos no querrá que Uribe le
quite el protagonismo. Así que no sabemos nada, y viviremos en un pantanero
confuso hasta que haya elecciones y tengamos un nuevo presidente.
El 2
de octubre se acabó el periodo de Santos, el presidente que hizo el esfuerzo
más serio por la paz y alcanzó a firmarla, para verla caer ocho días después.
Gobernará por ley y por inercia hasta el 7 de agosto de 2018. Y el proceso de
paz seguirá en un limbo de incertidumbre jurídica y real. Pero eso no importa,
Colombia es el país en el que todo es provisional, todo es por el momento,
mientras tanto. Un país hiperactivo y sobreexcitado, experto en drogas
estimulantes: cafeína, cocaína, nicotina, alcohol.
No es
que los encuestadores fracasaran al pronosticar el triunfo del sí; lo que pasa
es que la gente contestó mentiras, les daba vergüenza votar por el no, pero
votaron. Así como les da vergüenza decir que votarán por Trump, pero votarán.
Los que votamos por el sí soñábamos con “una paz estable y duradera”. La
mayoría, el no, votó por una incertidumbre estable y duradera. Al fin y al cabo
ese es el verdadero trending topic de Colombia, ahora y siempre:
#UnaIncertidumbreEstableYDuradera. Como estará el mundo entero cuando amanezca
el 9 de noviembre del 2016 y haya ganado Trump. Yo ya sé lo que se siente:
miedo, tristeza y desesperación.
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