Por René Núñez, 12/10/2016
Nada más traumático en la vida cuando los pueblos se ven obligados,
voluntarios o involuntariamente, a desviarse del camino por dónde venían
transitando y avanzando, con lentitud y trabas, pero en la dirección correcta
de las libertades y en democracia. Cómo es nuestro caso, el venezolano. Quién,
en 1998, decidió seguir a un supuesto redentor, después de 200 años, para
resarcir y completar la obra libertaria inconclusa dejada por Simón
Bolívar. La culpa ha sido atribuida a la oligarquía y al imperio
norteamericano. El salvador, resultó ser Hugo Chávez, el nuevo mesías que vino
hacer justicia social no solo en Venezuela sino en América Latina, con la
promesa de conceder a los pueblos la mayor suma de felicidad posible.
La realidad es que el régimen del profeta (continuado por Maduro), que
ya no está entre nosotros, en 17 años, ha hecho todo lo contrario; pues se
dedicó a potenciar los intereses ideológicos y personales desde el poder, y no
las fortalezas, las condiciones, las posibilidades y las oportunidades de las
personas en libertad para vivir la vida que se merecen y valoran.
La diferencia entre los países más desarrollados y países menos
desarrollados, está en que los primeros, los desarrollados, se han concentrado
en garantizar una mayor y mejor educación, salud, trabajo digno y decente con
reglas de juego claras de integración de todos los habitantes. Este hecho
explica los buenos resultados en productividad que tienen sus economías y
sus desarrollos sostenidos y sostenibles.
En cambio acá, esas condiciones fueron desmejoradas significativamente;
explicando las razones del porqué de las devaluaciones continuas, el bajo poder
adquisitivo, la hiperinflación, la escasez de alimentos y medicinas, la
inseguridad; entre otras.
Las naciones exitosas se han caracterizado por su desarrollo
sustentable, dejando al mercado solucionar problemas de la sociedad, con
un estado creando oportunidades y capacidades, facilitando y no obstruyendo la
imaginación creadora de los distintos actores y sectores económicos y sociales.
La institucionalidad en este sentido juega un rol clave. Un estado
respetuoso de la propiedad privada y la vida de los habitantes, tiende a
generar condiciones para que las inversiones sean atraídas.
Nada de eso tenemos. Y no las podemos tener, al no haber separación de
poderes públicos, capaces de administrar la razón, la verdad, las normas de
derecho con equilibrio y justicia a la hora de su aplicación; condiciones de
seguridad y confianza requeridas por el inversionista.
La economía privada acorralada, controlada, desestimulada y amenazada,
hacen de nuestra nación, igual, poco confiable para contar con recursos y
auxilios financieros, necesarios para no solo amortizar deudas, cancelar
nóminas públicas, caracterizadas por exceso de burocracia y gasto fiscal, sino
también para financiar proyectos de recuperación del aparato productivo en
ruinas.
No es un problema de capricho político sino de interés nacional, la necesidad
ineludible e impostergable de un cambio de gobierno y de modelo
económico, capaz de diseñar políticas públicas y estrategias correctas y
viables, donde el trabajo y la productividad sean los motores aliados para la
creación de riquezas económicas y riquezas humanas; cuyo centro del plan de
desarrollo sean las personas; a quienes el Estado, los gobiernos y los
dirigentes se deben y no al revés, cómo han pretendido culturalmente hacernos
creer, los políticos de oficio.
Los ciudadanos, por nuestro lado, no debemos seguir apostando “al azar”
liderazgos u opciones de poder, sin evaluarlos con la rigurosidad del
compromiso de la gobernabilidad. ¿Quién garantiza mayor prosperidad, a todos?
¿Quién está mejor preparado para hacerlo? Los colores, todos, son hermosos y
brillantes, por naturaleza; los hombres o las mujeres no necesariamente los son
por llevarlos en su vestimenta de campaña.
Los domingos, 8 a 9 am, en ONDA GLOBAL por www.onda973fm.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico