Fernando Mires 02 de noviembre de 2016
No es
casualidad. Podríamos afirmar que esas tres líneas forman parte de la
naturaleza de los grandes procesos de cambio. Surgen bajo distintas rúbricas
pero se parecen como una gota de agua a otra. Ya en los tiempos bíblicos
actuaban como zelotas, fariseos y saduceos. Hoy pueden denominarse moderados,
revolucionarios y realistas. O dialoguistas, radicales y políticos.
En la gran
Revolución Francesa de 1789 aparecieron como girondinos, jacobinos y sans
culottes. En la rusa de 1917 como mencheviques, bolcheviques y anarquistas. En
la mexicana de 1910 como maderistas, zapatistas y villistas; y así
sucesivamente.
Esas
tres líneas son la constante de cada proceso de cambio histórico. Podríamos
afirmar incluso que el aparecimiento de esas tres líneas es la prueba de que,
efectivamente, un gran cambio histórico ha comenzado a tener lugar.
Esas
tres líneas trazadas en lugares y tiempos tan diferentes, bajo condiciones tan
dispares y entre personajes tan distintos, hacen pensar que para entender las
razones de su persistencia hay que indagar en conocimientos que se encuentran
más allá de la razón política. Me refiero a condicionamientos psíquicos.
En
cierto modo, las tres líneas corresponden a diferentes posturas frente a la
vida y por lo mismo, frente a la muerte. Líneas que no se hacen presente en
todas sus dimensiones durante la realidad cotidiana sino en los momentos más
excepcionales. Son los momentos del cambio histórico.
Todo
gran cambio histórico en la medida que emerge cuando un pasado muere y un
futuro comienza a nacer, trae consigo la posibilidad de un enfrentamiento entre
la vida y la muerte. Por lo mismo, todo cambio histórico es un encuentro con la
posibilidad de la muerte.
Hay
quienes deciden enfrentar el cambio histórico poniendo en peligro sus propias
vidas y, por supuesto, las de los demás, huyendo hacia adelante. Son los
llamados radicales. En momentos de insurgencia suelen ser personas muy
heroicas. Pero en periodos previos, cuando debe imperar la lógica de la razón
por sobre el imperativo de las pasiones, pueden provocar grandes catástrofes.
Los
radicales, por lo tanto, no son los que asumen bajo determinadas circunstancias
posiciones radicales. Los radicales son siempre radicales, sobre todo cuando no
hay que serlo.
Lo
mismo, pero al revés, ocurre con su polo contrario: los moderados.
Los
moderados enfrentan a la posibilidad del cambio histórico de otro modo: huyendo
hacia atrás.
En
periodos normales los moderados suelen ser muy importantes para administrar las
grisuras del ajetreo político cotidiano. No así en los grandes periodos de
cambio. Pues, como todo cambio es riesgoso, los moderados intentan negociar con
los representantes del antiguo régimen, cediendo posiciones hasta llegar en
muchos casos a la colaboración con el enemigo.
A
diferencias de los radicales que se mueven sobre la base de principios
abstractos, los moderados suelen actuar según conveniencias inmediatas, al
margen de todo principio. Lo importante para ellos es que todo siga siendo
igual.
Los
moderados, por lo tanto, no son los que asumen bajo determinadas circunstancias
posiciones moderadas. Los moderados son siempre moderados, sobre todo cuando no
hay que serlo.
Los
centristas en cambio, son aquellos que viven la política de acuerdo a sus
circunstancias. Pueden aparecer como moderados cuando hay que dialogar
(retrocediendo cuando hay que retroceder, cediendo cuando hay que ceder). Pero
cuando llega el momento del enfrentamiento decisivo -entre lo que muere y lo
que nace- suelen ser confundidos con los más radicales. Y efectivamente, en ese
momento lo son.
Cada
política tiene su momento. Cada momento tiene su política. Pero mientras los radicales exigen
confrontación en momentos de diálogo, los moderados suelen exigir diálogo en
momentos de confrontación.
No hay
lugar más difícil en el curso de un proceso de cambio histórico que asumir una
posición equidistante fente a los dos polos extremos. Ese lugar solo puede ser
ocupado por personas centradas, en condiciones de mediar entre sus propios
deseos y pasiones y los intereses de los grupos que representan asumiendo en
toda su intensidad el principio de realidad en contra de pasiones incontroladas
y de concesiones desmedidas al enemigo.
No hay
ningún cambio histórico exitoso en el cual no haya terminado por imponerse el
centro político. No hay nada más revolucionario que el centro, entendiendo por
centro el lugar que con-centra los puntos principales de la acción política.
Por eso la salida es y será siempre por
el centro. Nunca por las puntas.
El
centro es la política.
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