Fernando Mires 31 de octubre de 2016
Para
entender al otro, aunque sea un enemigo (y quizás por eso mismo) hay que
intentar mirar las cosas desde la posición del otro.
Y
bien, si nos ponemos en la posición de Maduro, por más desagradable que eso
sea, hay que entender que el régimen –repito, desde su posición- hizo lo que
tenía que hacer: anular el revocatorio y todas las elecciones en las que pueda
perder por aplastante mayoría, vale decir, a todas las elecciones.
El
régimen eligió entre dos males. O salir por la vía electoral o mantenerse en el
poder gracias a la fuerza militar. Elegir la segunda alternativa implicaba un
riesgo y ese no era otro sino traicionar el carácter originario del chavismo,
vale decir, su impronta populista y electoral. Ambas, al fin y al cabo, una
sola impronta.
El de
Chávez era un populismo electoral y electorero. Un Chávez sin elecciones habría
sido un simple gobierno militar, uno más de los tantos que han ensuciado la
historia del continente. Maduro en cambio, ya es uno de ellos. Otro dictador en
una larga galería.
Convertir
al régimen en una dictadura de jure y de facto es una maniobra no exenta de
peligros. Esos peligros fueron seguramente evaluados por el régimen. Sus
detentores han de haber considerado preferible arriesgar una caída no electoral
que una derrota electoral. En breve, han decidido declararse dispuestos a pagar
un precio altísimo a fin de mantenerse en el poder.
Han
violado la legalidad, forman un gobierno anticonstitucional, no tienen
legitimidad ni mayoría política. Saben que todo eso se traducirá en un mayor
aislamiento internacional y, no por último, arriesgan la posibilidad de experimentar
irreparables fracturas internas. No les importa.
Personajes
como Diosdado Cabello y Jorge Rodríguez no han encontrado otra puerta de escape
que no requiera del uso de la fuerza bruta. Sus delitos han sido tan evidentes
y el odio popular concentrado en sus personas es tan grande que no tienen otra
salida sino quemar las naves antes de enfrentar a un tribunal idóneo.
Cualquiera que sea, deberá condenarlos.
La
apuesta es demasiado alta. Para ganarla deben atraer al adversario al único
lugar en el cual el régimen es todavía fuerte, el del enfrentamiento no
político sino violento. Eso llevaría a desatar una represión no selectiva como
la que han venido practicando hasta ahora, sino una masiva. Una represión al
lado de la cual la del turco Erdogan parecería un niño de pecho, para usar las
amenazantes palabras de Nicolás Maduro.
Lo que
seguramente no sabe Maduro es que detrás de la represión de Erdogan no
solo había un ejército como él tiene o cree tener. Había además una inmensa
mayoría social. Tampoco parece haber tomado en cuenta que Erdogan poseía el
carisma de una religión convertida en ideología. Al lado de los poderes que
tiene Erdogan detrás de sí, Maduro parece un niño de pecho.
En
síntesis, la fracción mas dura del post-chavismo pareciera -que eso
parezca no significa que así será- ser capaz de cometer un horrible
crimen colectivo y pasar a la historia como emuladora de Pinochet, Videla,
Trujillo y Castro. Pero antes deberá aceptar que Maduro juegue algunas cartas
políticas. Es lo que está haciendo con el llamado diálogo.
Un
diálogo muy sui generis pues el régimen no tiene nada que ofrecer sino la
aceptación de la norma constitucional, ya sea vía RR16 o mediante un adelanto
de las elecciones presidenciales. Cualquier ofrecimiento anti o no
constitucional no puede ser aceptado por la oposición. En el libro azul de la
Constitución están condensadas todas las demandas de la MUD. Lo que une a la
MUD no es un programa ni una ideología. Es solo la Constitución. La oposición
es la Constitución
El
objetivo del supuesto diálogo es para el gobierno dividir a la oposición entre
dialoguistas y radicales destruyendo así el centro político que hasta ahora
mantiene su hegemonía gracias al liderazgo ejercido dentro y fuera de la MUD
por algunas personas de la oposición. Entre ellos Jesús Torrealba desde la MUD,
Henry Ramos Allup desde la AN, Leopoldo López desde la prisión, y Henrique
Capriles en comunicación con la mayoría ciudadana.
Hasta
ahora el entrampado del diálogo funciona en el plano internacional. Diálogo es
la palabra mágica que permite a los gobiernos latinoamericanos escurrir el
bulto del problema. Al haberse imbricado el propio Vaticano (¿qué Papa va a
decir no a un diálogo?) el régimen ha logrado neutralizar en parte la abierta
oposición ejercida por la Iglesia Católica venezolana y con ello ha obligado a
la MUD a participar en el simulacro de diálogo organizado por Rodríguez
Zapatero, Samper y Torrijos. Bajo esas condiciones, no asistir a una reunión
con presencia vaticana habría sido un gran desacato diplomático y, por lo mismo,
un error político. La MUD hizo lo correcto. Incorrecto habría sido poner
las movilizaciones anunciadas al servicio del diálogo.
La no
asistencia de VP al supuesto encuentro dialógico tampoco puede ser criticada.
Su líder es un prisionero del régimen. Ningún partido aceptaría dialogar bajo
esas condiciones. Para VP era casi una cuestión de honor no asistir.Y así hay
que entenderla.
Sin
embargo, hay que convenir en que el diálogo, si se mantienen los términos
planteados por el régimen, será un juego de corta duración. La razón es simple:
No hay mucho tema sobre el cual dialogar. No obstante, no dialogar tampoco es
la solución. Hay que mantener un mínimo cable de comunicación, no porque no
haya enfrentamiento sino precisamente porque lo hay. Pero –en ese punto puede
haber concenso en la MUD- el diálogo debe estar siempre subordinado al dilema
fundamental. Ese dilema no es otro que el que se da entre democracia o
dictadura.
El
objetivo de la MUD solo puede ser la restauración de la Constitución. Exigir
que el régimen capitule frente a la MUD no es, por lo mismo, un planteamiento
correcto. El régimen debe capitular frente a la Constitución y nada más. Si la
Constitución rige al país, los presos políticos serán liberados y las
elecciones libres y soberanas deben tener lugar en los plazos acordados.
Ahora,
si el régimen no logra dividir a la MUD, si el centro político opositor sigue
manteniendo su hegemonía en el conjunto de la oposición, disminuyendo los
peligros que provienen de sus dos extremos, y si este centro sigue contando con
el apoyo multitudinario de la sociedad civil y de la inmensa mayoría del
pueblo, como hasta ahora ha venido ocurriendo, el régimen tiene todas las de
perder. Con diálogo o sin diálogo.
Jugar
la carta genocida de Diosdado Cabello (y otros) precisa de una condición previa
y esta es, que la unidad interna del bloque de dominación política representado
por Maduro no sufra ninguna grieta en sus dos pilares fundamentales. Esos
pilares son el PSUV y las FNAB. Ambos pilares están internamente unidos y por
lo mismo son dependientes el uno del otro.
Disidencias
políticas al interior del bloque dominante ya las hay. Algunas como el grupo
Marea Socialista se han desgajado del madurismo y lo combaten con tanta o más
fiereza que a la oposición. Hay ex ministros de Chávez, precisamente quienes
pertenecieron a la generación fundacional, en abierta oposición a Maduro y su
séquito. En APORREA, revista doctrinal del chavismo, se agolpan invectivas en
contra del régimen y si bien sus autores no apoyan a la MUD, tampoco parecen
proclives a acompañar a Maduro hasta las últimas consecuencias. Y no por
último, hay generales y altos oficiales en retiro que no vacilaron en apoyar al
RR16. Ellos ven en el madurismo, y no sin cierta razón, una traición al chavismo.
De una
u otra manera todas esas trizaduras deben repercutir en las las FANB. A menos
que las FANB sean de otro planeta.
La
impresión predominante es que el alto mando de las FANB ha unido su destino a
la dictadura. La corrupción y envilecimiento de no pocos generales parece ser
desorbitante.
Por
otro lado, es muy difícil que en Venezuela surja un levantamiento de la tropa
en contra de la dictadura. Eso sucede solo en las películas. La crisis del
estamento militar, en la mayoría de los casos históricos ha tenido como
epicentro el segmento intermedio del ejército, sobre todo entre los oficiales
que ejercen mando de tropa. Y bien, ahí, justamente en ese segmento reside el
gran misterio de la política venezolana.
Nadie
sabe como reaccionará el sector intermedio de las FANB si es que llegara a
producirse una situación límite. No olvidemos que la mayoría de ese sector
proviene de capas sociales también intermedias, precisamente las más
maltratadas por el régimen. Al fin y al cabo, por más cerradas que estén las puertas
de los cuarteles, las luces del exterior siempre terminan por colarse en sus
interiores. De todos modos, pensar en que el amplio movimiento democrático
logrará romper el bloque de dominación político-militar es por el momento solo
una posibilidad. Y toda posibilidad es una incognita.
Hay
experiencias históricas en las cuales la ruptura del bloque de dominación
político-militar ha permitido el desarrollo de amplios movimientos sociales
(ejemplo: el ocaso de las dictaduras de Portugal, Grecia y España durante los
años setenta del siglo XX ). Hay otros en los cuales, a la inversa, amplios
movimientos sociales han logrado fracturar el bloque de dominación (ejemplo: el
ocaso de las dictaduras comunistas europeas a fines de los años ochenta, y en
América Latina, el colapso del régimen durante la Argentina de Galtieri).
También ha habido algunos episodios en los cuales las trizaduras en el bloque
dominante no han sido lo suficientemente profundas, hecho que ha obligado a los
actores políticos a buscar salidas negociadas o pactadas. Así sucedió con el
declive de las dictaduras en Brasil, Uruguay y Chile.
En
fin, nadie tiene la bola de cristal para predecir exactamente como y cuales
serán las formas que asumirá la liberación democrática de Venezuela. Lo decisivo
–y esa es la gran responsabilidad de los actores- es que esta ocurra del
modo menos cruento posible. Para ello se requiere del cumplimiento de algunas
condiciones; entre ellas:
1) Que
la oposición no pierda sus vínculos con las más amplias movilizaciones
ciudadanas.
2) Que
la oposición – por lo menos el núcleo formado por sus cuatro partidos
mayoritarios- mantenga su condición unitaria.
3) Que
la unidad se de en torno al tema de la restauración constitucional.
4) Y
que, por lo tanto, esa oposición no abandone jamás su carácter pacífico,
democrático y electoral.
Los acontecimientos que ocurrirán el 3 de
Noviembre llevarán, con toda seguridad, a reformular algunos temas aquí
esbozados. La política es siempre dinámica y hay que pensarla día a día.
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