Por Enrique Ochoa Antich
Relación de errores y
aciertos del 2002 al 2016
A instancias de Rafael
Guerra Ramos, con quien hablé mucho de eso que yo llamo la peste
radical (comparando al Partido Comunista de los años 60 del siglo pasado
tentado por la magia de Fidel Castro con la oposición de hoy) durante
una de nuestras visitas a Teodoro Petkoff, preparé esta relación comparativa
entre los errores radicalistas cometidos por las fuerzas democráticas
de estos 18 años y los aciertos de la moderación, la que me gusta
llamar prudencia valiente (más valiente hay que ser en la oposición para
ser moderado que para ser radicalista con el tipo de gradas que tenemos, esa
alta clase media que en las redes abuchea a la moderación y aplaude al
radicalismo por irresponsable que sea). Me parece mejor hablar de radicalistas
que de radicales para hacer mención a una deformación, a una hipertrofia del
radicalismo, que en fin no es sino ser capaces de ir a la raíz de los
fenómenos: en ese sentido, yo por ejemplo me siento radical pero no
radicalista.
En la conversa con Guerra,
siempre grata y educativa, quise escrutarlo acerca de cómo fue que en su
momento el Partido Comunista se dejó tentar por el discurso precisamente
radicalista del fidelismo. Me sorprendieron las semejanzas con lo que ha
vivido la oposición venezolana en otros momentos y, creo, vive hoy por hoy. No
que compare a Douglas Bravo con María Corina Machado, pero tanto allá como acá
hay rasgos semejantes: voluntarismo combinado con pensamiento
mágico y elemental que cree que basta una marcha para cambiar la historia; hechos
cumplidos para arrastrar a todos a un determinado desbarrancadero
radicalista; chantaje falsamente moralista que presenta al que duda
del arrojo irresponsable como un traidor o un cobarde, la impaciencia y el
atajo pues siempre se argumenta que la historia no puede esperar y
que si se espera el país se acaba, en fin. En los 60 se perdió una generación
entera y la democracia a dos robustos partidos: el Movimiento de Izquierda
Revolucionaria y el Partido Comunista de Venezuela, que en una ruta
democrática, juntos, quién sabe adónde habrían llegado. A nosotros esa
prédica radicalista nos ha hecho perder oportunidades democráticas gloriosas y
retardar mucho, pero mucho más de lo que cabría haber imaginado la derrota del
proyecto político chavista: autoritario, militarista, centralista,
estatista, populista, con clara vocación totalitaria, devenido ya en
neo-dictadura, que sólo ha traído pobreza y atraso para la clamorosa mayoría de
los venezolanos.
Veamos entonces:
Golpe de Carmona, 2002:
Aunque la rebelión
ciudadana del 11A es reivindicable incluso hasta la desobediencia militar
frente a la orden de aplicar el Plan Ávila, la designación de Pedro Carmona
como supuesto presidente de la República, por los militares y en el Fuerte
Tiuna, y su posterior auto juramentación, en vez de haber acudido a la Asamblea
Nacional como depositaria de la soberanía nacional frente al vacío de poder
dejado por la renuncia de Chávez, constituyó un grave error que legitimó
la reacción de Raúl Isaías Baduel, favoreció el regreso de Chávez al poder, y convirtió
a la oposición en golpista frente a la imagen del mundo y de una mayoría
de venezolanos.
La depuración chavista
de la Fuerza Armada fue su más inmediata consecuencia práctica.
Ocupación de la plaza
Altamira por militares activos y retirados, 2002:
Además de su inutilidad y
ridiculez, lo que hablaba muy mal de la seriedad de la oposición, remachó la
idea de que la oposición buscaba una insurrección militar como vía para
acceder el poder y, por contraparte, la de que Chávez era un demócrata.
El paro, 2002-2003:
Convocado mientras tenía
lugar un proceso de diálogo, se convirtió vía hecho cumplido
(procedimiento típico de los radicalismos) en indefinido (el eufemismo de
"indetenible" que usaba Carlos Ortega) a pesar de la expresa decisión
en contrario de la Coordinadora Democrática e incluso de la Central de
Trabajadores de Venezuela.
Aunque la mayoría de la
sociedad civil en la CD recomendó a los trabajadores petroleros no sumarse al
paro (yo participé de la reunión en que se acordó esa línea con Gente de
Petróleo), la provocación del Gobierno (asalto de la casa de Juan Fernández,
represión de una pequeña marcha en la llamada Plaza de La Meritocracia en
Chuao, humillantes despedidos petroleros con pito y demás, etc.), en lo que los
militares llaman operación retardatriz (la famosa batalla de Santa
Inés de Ezequiel Zamora contra los godos con cuyo nombre no por casualidad
Chávez llamó luego a su Comando para el revocatorio), fortaleció la prédica
radicalista y convirtió el paro indefinido en un hecho cumplido.
Abstención, 2005:
Luego de que las marchas
2002-2003 fueron menguando, se presentaron las elecciones parlamentarias como
un escenario de lucha contra el Gobierno pero con la prédica abstencionista de
por medio. La colocación de las captahuellas y el discurso de Súmate
haciendo creer que ellas revelaban el voto de los electores, creó una presión
de calle y de opinión pública que obligó incluso a quienes más la adversaban
(como Manuel Rosales y Petkoff), a aceptar la abstención también como un
hecho cumplido (excepto Julio Borges y un sector de Primero Justicia
contra los cuales se arremetió de todas forma y manera a través de los medios
de comunicación).
Como resultas de todo este
proceso, se vivió el más dramático reflujo de las fuerzas democráticas. Ese
río estancado fue removido por la candidatura de Teodoro en 2005 (en
la dirección política de cuyo Comando siento el orgullo de haber participado) y
luego por el pacto Petkoff-Rosales-Borges que le otorgó otra vez un
dirección política y de políticos a la oposición (no de poderes
fácticos empresariales y comunicacionales, como fue hasta entonces), echó por
tierra lo que habría sido otro error: la exigencia de primarias por parte de
Súmate, que nos habría "contado" en el peor momento de la oposición.
En 2006 con la candidatura de Rosales reagrupamos las fuerzas (a
pesar de la línea abstencionista oficial de Acción Democrática, Antonio
Ledezma, María Corina Machado y otros), se asumió como estrategia la
ruta democrática: civil, pacífica, nacional y electoral (es decir, no
militar, no violenta, no tutelada por ningún gobierno extranjero, y no
insurreccional), y así obtuvimos la primera victoria frente al chavismo:
el referendo constitucional de 2007. Luego vinieron nuevas
conquistas: gobernaciones y alcaldías abandonadas y perdidas, diputados, e
incremento importante de nuestra votación presidencial de 2006 a 2012 hasta
casi ganar el poder en 2013. Las "guarimbas" fueron en este contexto
un retruque del error radicalista del pasado. La ruta democrática, en cambio,
volvió a expresarse en la victoria electoral para las elecciones parlamentarias
de 2015.
Las tensiones actuales
entre la prudencia valiente (que más valiente es la prudencia que el
radicalismo fácil, en particular con nuestra barras de alta clase media que en
las redes y en los medios abuchean a la primera y aplauden al segundo por
irresponsable que sea) que va al diálogo y busca fortalecer a las fuerzas
democráticas con las elecciones regionales, por un lado, y, por el
otro, quienes anhelan regresar a la estrategia de la marcha del no-retorno
y del derrocamiento del Gobierno a partir de un imponderable explosión social
y/o una fractura militar, no es sino la contradicción entre la línea
política insurreccional y radicalista que del 2002 al 2005 llevó a la oposición
a sus más costosas derrotas y la ruta democrática asumida desde el 2006 a
partir del pacto Petkoff-Rosales-Borges, que le ha dado a la oposición todas
sus victorias hasta hoy.
Nunca está de más mirar al
pasado para esclarecer el porvenir, en particular cuando los capitanes de la
derrota en el pasado quieren volver a serlo en el presente.
22-12-16
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