Por Claudio Nazoa
No hay que ser adivino para
hacer predicciones en Venezuela. Aquí, todo el mundo sabe y no sabe lo que va a
pasar.
Nos acostamos con una cosa y
nos levantamos sin ella, bien sea porque nos la chorearon en la noche o porque
el gobierno declara ilegal, lo que antes había decretado legal.
En Venezuela, esto ocurre
hasta con los presidentes. ¿Recuerdan cuando le dieron el golpe a Chávez? Esa
noche, exhaustos por tanta angustia, nos acostamos tarde. Lo último que supimos
antes de dormir, era que Chávez estaba preso.
No sé si a todo el mundo le
pasó, pero a la mañana siguiente me levanté, encendí el televisor, ¿y adivinen?
¡Chávez era presidente otra vez! Toda una pesadilla kafkiana en un teatro de lo
absurdo.
Estamos en la Navidad del
año 2016. El presidente declara ilegal los billetes de cien, los de más alta
denominación. Nos da tres días para depositarlos en los bancos. Transcurrido
ese lapso, no tendrán valor. Irónicamente, el día anterior hicimos cola para
sacarlos. Ahora, reanudamos las colas, pero para devolverlos.
Venezuela, desesperada,
madruga. Nuevamente hacemos colas de varias cuadras para depositar. El dinero
no se puede cambiar porque los bancos no tienen otra denominación. Sólo
entregan un certificado de depósito. Tampoco se puede retirar efectivo del
cajero, ya que sólo da billetes de 100 bolívares, la denominación de la que
debemos deshacernos.
Molestos, pero satisfechos
por haber logrado depositar, descansamos. En la noche encendemos el televisor.
El presidente, ante la cara atónita de sus ministros, legaliza nuevamente pero
por dos semanas los vapuleados billetes. Nadie los quiere ni los tiene, ya que,
transcurrido ese tiempo, hay que volver a depositarlos. El banco tampoco otorga
billetes de menor denominación ¡No hay! Ni millonarios ni pobres tienen
efectivo. ¡Qué Navidad tan de pinga! ¡Y ni les cuento el año nuevo que vamos a
tener!
Por eso, yo no cambio a
Venezuela. ¿Ustedes creen que en Suiza, Japón o en Estados Unidos se divierten
como nosotros? Noooo… Allí la moneda es estable y aunque usted sea limosnero,
siempre tendrá dinero.
Nos convirtieron en un país
de indigentes y de mendigos, sin la posibilidad siquiera de pedir limosna
porque aunque hay gente bondadosa, ninguna tiene efectivo.
Por cierto, ¿qué será de la
vida del Papa quien nos metió en este berenjenal y se quedó calladito?
Se supone que el Papa es el
representante de Dios en la tierra. Al parecer, Dios está en todas partes,
menos en Venezuela.
26-12-16
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