Por El Pitazo
Ana Irma Vivas barre a diario
las instalaciones del terminal de pasajeros de San Cristóbal, en el estado Táchira.
Mientras trabaja sorbe un poco de agua. Eso la ayuda a olvidar el hambre.
La menuda mujer de 49 años es
sostén de hogar, en una familia constituida por sus cinco hijas y un nieto.
Gana el sueldo mínimo establecido en Venezuela, Bs. 27.091,00, para
sobrevivir en una ciudad donde la escasez reina y la opción de compra es de
productos importados traídos de Colombia, a precios inalcanzables para sus
precarias finanzas.
“Así como estamos, estamos mal. Nos venden
puros productos colombianos y el sueldo no nos alcanza, porque aunque hubo
aumento, sigue siendo poquito. Ese sueldo no nos alcanza para sostener a
nuestros hijos”.
Otro sorbo de agua. “A
diario intento hacer dos comidas. Aunque sea de a poquito. Normalmente en las
noches no cenamos, porque no nos alcanza para comprar lo que nos falta para
hacernos algo. La comida y las verduras son muy caras. Cuando tenemos hambre no
nos queda de otra que aguantar, porque de dónde saca uno comida cuando no
tiene”.
Vivas barre, recoge los
desechos, empuja un carro donde deposita la basura. Aunque ser barrendero nunca
ha sido un trabajo de grandes ganancias, hasta hace tres años le permitía comer
y cumplir, aunque sea de a poco, alguna meta.
“La mayoría de los barrenderos
vamos a pasar una navidad muy triste. Saque la cuenta: una paca de harina
cuesta 2.500 bolívares y en diciembre va a llegar hasta 5.000. Eso es muy
caro; con eso no se pudo hacer hallacas y los niños estuvieron sin
diversión. Yo como mamá y como venezolana me siento mal, porque estamos muy mal
y no le pude dar nada a mis hijos esta navidad”.
Ana Irma Vivas barre a diario
las instalaciones del terminal de pasajeros de San Cristóbal, en el estado
Táchira.
Carmen Volcán barre a diario
los estacionamientos del urbanismo Ciudad Betania 2, en Ocumare del Tuy,
en el estado Miranda. Mientras trabaja sorbe un poco de agua. Eso la ayuda a
olvidar el hambre.
Tiene 74 años y tomó la escoba
desde hace siete. Semanalmente recibe Bs. 2.600, por parte de una cooperativa
que presta servicio a la municipalidad de la zona. Su ingreso mensual está por
debajo del mínimo establecido legal en el país. El dinero debe rendirle
para alimentar a su hijo, internado en un psiquiátrico, y a un
tataranieto, quien está bajo su cuidado porque su madre lo abandonó.
“Para el niño compro tetitas
de azúcar y crema de arroz”, indicó la abuela al referirse a esta nueva
alternativa de venta en pequeñas porciones de alimentos para niños.
Pero ella no come. Toma
agua del bidón que colocan para los barrenderos de la zona. El agua ha sido
su mejor aliado en estos tiempos de crisis. Cuando se acuesta sin comer.
Cuando se acaba el dinero. Cuando nota la holgura de la ropa por los ocho kilos
perdidos el último mes. No puede dejar el agua. Tampoco la escoba.
“Yo hago una sola comida. Casi
siempre me aguanto hasta la noche, compro una masita de harina de maíz en Bs.
800 y me hago una arepita, sin más nada”.
Cuando Volcán se
queda sin alimentos en la despensa, recurre a una vecina, pero últimamente esta
no ha podido ayudarla porque la crisis también la golpea. Una hija, que es
camarera en un hospital, igualmente colabora con ella, cuando el sueldo se lo
permite.
Otro sorbo de agua. Volcán se
declara seguidora del fallecido presidente Hugo Chávez. Sin embargo sabe que el
país va mal. “Antes siempre se conseguía alguito para comer, pero ahora no. Yo
confío en Dios que esta situación se arreglará”.
Carmen Volcán barre a diario
los estacionamientos del urbanismo Ciudad Betania 2, en Ocumare del Tuy, en el
estado Miranda.
Manuel Herrera barre a
diario las inmediaciones de la Plaza El Cónsul de Maiquetía, en el
estado Vargas. Mientras trabaja sorbe un poco de agua. Eso lo ayuda a olvidar
el hambre.
“No quiero foto. Quién va a
querer que lo vean destruido como anda uno. Que la familia de otro lado sepa
que uno pasa trabajo. Eso lo sabe uno. Que pasamos hambre. Quién vive hoy con
un sueldo mínimo”, expresa el hombre de 56 años, dentro de un pantalón que luce
inmenso y que ajusta a la cadera huesuda con un cinturón más que gastado.
Aunque a Herrera no le gusta
compartir sus pesares, admite que quien mejor lo entiende son sus pares: los
otros tres barrenderos que forman la cuadrilla con él. Cuando no tienen, reúnen
entre los cuatro. Compran pan. Y aseguran que con el agua “la masa se hincha
dentro del estómago” y el hambre se va. Esa misma medida ha tenido que aplicar
en casa, con sus tres chamos. Pan y agua para amainar.
“Tú te acuerdas de ese
ministro que dijo que los barrenderos deberíamos ganar como los médicos. Eso
fue con este Gobierno. Deberían hacerlo realidad ahora. Aunque creo que ni los
médicos están comiendo bien”, dice mientras recoge las hojas y se empipa la
botella transparente de agua, que llenó del grifo de una jardinera.
Otro sorbo de agua. Otro
movimiento de escoba. Cualquier excusa es buena para espantar el hambre,
mientras se trabaja.
05-01-17
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