Ysrrael Camero 04 de enero de 2017
La
bruma avanza tragándose los últimos rayos de luz que brillaron durante 2016,
los pocos datos disponibles anuncian para 2017 una profundización de la crisis
que se expresará en mayor miseria, así como en la destrucción de la moneda con
una inflación superior al dos mil por ciento.
Hemos leído múltiples balances del año 2016, cuando
se desvanecieron muchas expectativas de cambio. En medio de la crisis más
profunda de nuestra historia contemporánea la oposición dilapidó oportunidades
y el régimen autoritario se consolidó sobre los escombros de nuestras esperanzas.
Las acusaciones abundan, los moderados acusan a los
radicales de irresponsables, mientras estos últimos acusan de colaboracionistas
o cobardes a los primeros. Los dialogantes se montan sobre la idea de que “esto
es lo único que hay” para acusar de ineficaces a los movilizadores. Quienes
veían en la Asamblea Nacional un motor de cambio político están enfrentados a
quienes sostenían que el Parlamento venía a resolver los temas concretos del
venezolano. Lamentablemente, para todos quienes impulsamos un cambio político
que nos lleve a la democracia, ha sido un año de frustración y desengaño.
No deseo aburrirlos en este momento con más
balances. En esta lucha que prosigue hay debates postergados recurrentemente
que deberemos dar en el momento oportuno. Se suma el frustrante 2016 a las
crisis de 2002, al diálogo de 2003, a la abstención de 2005, a las
movilizaciones y el nuevo diálogo de 2014. Lo importante es comprender que,
entre hito e hito, el régimen fue cambiando, fue desplegando su propia naturaleza
hasta tornarse abiertamente autoritario. No se pueden evaluar las acciones de
2016 con los parámetros de 2002, al haber cambiado tanto el régimen como la
correlación social, política e institucional del poder. Hay que comprender la
dinámica política más que la estática, prestar atención a la película más que
la fotografía.
Vamos hoy a ensayar algo distinto. Ante la espesura
de la bruma es necesario extraer de nuestro maletín otras herramientas. Ante la
escasez de datos y el reino de la incertidumbre desempolvemos nuestra
imaginación, nuestra capacidad para crear. Donde no llega la ciencia llega la
literatura, donde nuestros concienzudos analistas y estadísticos no pueden
atisbar mucho, vamos a atrevernos a imaginar. La ficción se ha adelantado en
diversas ocasiones a la política, a la tecnología, a las ciencias duras de las
estadísticas. Vamos a imaginar un conjunto de escenarios para la Venezuela del
cercano futuro, acerquémonos con los ojos de la imaginación, ya que nuestros
instrumentos de navegación tradicionales están operando con dificultad. Hagamos
un ejercicio de política-ficción para despejar la bruma y acercarnos a varios
futuros posibles…
VENEZUELA, A PARTIR DE 2017…
Soft landing
Empecemos con una utopía de elites: un tránsito
democrático suave, con acuerdos entre elites para evitar cualquier desborde. La
Asamblea Nacional se instalaría sin problemas el 5 de enero de 2017. El país
empezaría a reinstitucionalizarse a pesar del agravamiento de la crisis
económica y social. El empobrecimiento generalizado y la pérdida de legitimidad
obligarían al gobierno a adelantar el cronograma electoral. A mediados de 2017
se realizarían elecciones regionales y la Mesa de Unidad Democrática gana más
de quince gobernaciones y obtiene mayoría en las Asambleas Legislativas de los
estados. El chavismo al saberse derrotado empieza a implosionar, mientras las
instituciones del Estado descubren de pronto las virtudes del tránsito
democrático. A finales de 2017 la oposición democrática gana ciento setenta
alcaldías y arrasa en los concejos municipales. El gobierno inicia reformas
económicas para superar la crisis, viene el FMI y todo se prepara para las
elecciones presidenciales.
A mediados de 2018 se realizan primarias en la MUD
de las que emerge un candidato legitimado para enfrentarse al candidato de un
PSUV en decadencia. Ante la presión internacional el CNE decide realzar unas
elecciones limpias. La oposición democrática gana y el 2 de febrero de 2019 el
chavismo entrega el gobierno y las fuerzas democráticas empiezan a despachar
desde Miraflores.
En el transcurso de este escenario la población
soporta estoicamente, protesta disciplinadamente sin amenazar el tránsito
progresivo a la democracia y las Fuerzas Armadas se quedan en una posición
institucional mientras las elites políticas se sustituyen pacíficamente en el
poder.
La cohabitación
Un gobierno de Unidad Nacional con moderados de
ambos lados. La Asamblea Nacional se instalaría el 5 de enero, las tensiones se
palpan en el ambiente, la crisis económica se profundiza durante el primer
trimestre del año, por la escasez de alimentos y medicinas. Luego del 10 de
enero se reconfigura el funcionamiento del poder y la correlación dentro del
bloque de poder. Al pasar la frontera que inicia el cuarto año del período de
Maduro se desatan los quiebres y fracturas dentro del chavismo. Se incrementan
las protestas sociales. Se hace imprescindible una nueva correlación
institucional del poder. Oposición y chavismo se dividen entre radicales y
moderados. Para hacer las reformas económicas operativas el gobierno requiere
recursos externos que no podrá adquirir sin la aprobación de la Asamblea
Nacional. Se ofrece un acuerdo entre los sectores moderados para llegar en paz
y con reformas a las elecciones presidenciales de 2018. En este escenario una
oposición moderada vota el paquete de reformas, un acuerdo negociado con el FMI
y el Presupuesto presentado a destiempo. Se crea un gabinete “de Unidad
Nacional” como expresión de una coalición moderada, con el compromiso de hacer
elecciones presidenciales en 2018.
Acá también la gente espera y soporta mientras las
elites políticas deciden su destino en paz, las Fuerzas Armadas se preservan
institucionales y leales al gobierno de coalición.
Pesadilla roja
El totalitarismo se afianza. El gobierno, haciendo
uso del TSJ, sigue bloqueando el funcionamiento de la Asamblea Nacional. Se
instala con grandes dificultades, quedando bajo un manto de confusión sus
capacidades para ejercer efectivamente sus funciones constitucionales. Dentro
del chavismo se imponen los más radicales. Al poco tiempo se declara la
ausencia definitiva del Parlamento y se convoca una elección particular en
segundo grado para crear una Asamblea Comunal, elegida entre las Asambleas
Legislativas regionales y los Consejos comunales. Se postergan todos los
eventos electorales tradicionales en medio de una emergencia económica que se
extiende en el tiempo.
Ante la crisis el gobierno acelera los controles
económicos, apropiándose de todos los medios de producción, comercialización y
distribución. El hambre se generaliza, así como la represión y el dominio del
Estado sobre la sociedad. El empobrecimiento con dependencia inhibe la
generalización de las protestas masivas. Se ilegalizan los partidos políticos
de oposición, son tomados los medios de comunicación por el Estado. El ingreso
petrolero, a pesar de la producción declinante, hace posible sostener el
control del gobierno sobre una sociedad empobrecida. El régimen se autocratiza
por completo con el apoyo de unas Fuerzas Armadas dominadas y sumisas. Contra
todo pronóstico, se consolidaría un régimen totalitario en pleno siglo XXI. La
comunidad internacional, conservadora, queda satisfecha con la imposición de un
orden, aunque jamás desearían vivir en él.
Pesadilla verde
Se consolida el tutelaje militar de la política venezolana.
Se instala la Asamblea Nacional el 5 de enero, pero la crisis se convierte en
el tema central en la cotidianidad del venezolano. A partir del 10 de enero
empieza el conteo regresivo para sustituir a Maduro en la Presidencia. El
enfrentamiento entre el núcleo radical, comunista, y el sector militarista del
chavismo deriva en una ruptura y un desplazamiento interno. Un Vicepresidente
es impuesto por los militares, impulsando luego la renuncia de Nicolás Maduro.
Con este gobierno post-Maduro se abre la posibilidad de una consolidación del
chavismo militarista en el poder. Sería un gobierno con dos grandes retos,
primero, su falta de legitimidad al ser un gobierno no votado, y la imperiosa
necesidad de reformas económicas para superar la crisis. Este gobierno militar
impondría una política de seguridad represiva y draconiana para reducir la
delincuencia y los múltiples grupos criminales que actúan en el territorio.
Asimismo su búsqueda de recursos para enfrentar la crisis podría derivar en una
solicitud de préstamo al FMI y/o China, que abriría la posibilidad de
establecer un modus vivendi con la Asamblea Nacional, que debería votar los
préstamos, propiciando la realización de unas elecciones generales en 2018 bajo
un manto de tutelaje militar y autoritarismo.
La disolución
¿Recuerdan la disolución del Imperio Romano? Pues,
así. La Asamblea Nacional se instala, pero tiene inmensas
dificultades para ejercer sus atribuciones y funcionar. El Estado se va
disolviendo. Las Fuerzas Armadas derivan progresivamente en fuerzas pretorianas
para sostener a una pequeña elite en el poder.
Desaparece
el orden público que va siendo sustituido por un vitral informe de seguridades
privadas, en los sectores más pobres de las ciudades el orden se sostiene por
medio de colectivos armados, pranes y diversas formas de organizaciones
criminales, mafias, grupos guerrilleros. Alrededor de los símbolos del poder se
agrupan los militares debilitados, desinstitucionalizados. Cual legionarios
romanos en los últimos años del Imperio recorren caminos peligrosos como otras
bandas armadas. Los rituales electorales podrían continuar realizándose pero
determinados por los poderes fácticos que controlarían cada territorio,
alcaldes y gobernadores sobrevivirían tutelados por los dueños de las armas y
por los que controlan los flujos de recursos vitales y de negocios privados.
El
país se divide de facto en territorios administrados por señores de la guerra,
que administran vida, muerte y alimentos. Los ricos podrían pagar seguridad
privada en urbanizaciones cerradas y calles cercadas, los que detentan los
restos del poder político estarían custodiados y “protegidos” por militares que
tutelan fragmentos del poder, ellos controlarían lo que quede de una menguante
renta.
Los
servicios públicos irían apagándose progresivamente, la industria petrolera,
así como otros generadores de renta, menguaría rápidamente mientras no sea
entregado a precios bajos a inversores aventureros que se arriesguen, sean
chinos, sudafricanos, etc. El Estado habría desaparecido mientras se
recrudecería el conflicto interno por la renta, los países vecinos cerrarían
las fronteras tratando de evitar el desborde de la crisis venezolana sobre sus
territorios. Estaríamos presenciando, quizás, el lado perverso de un mundo
post-estatal, que podría repetirse en otras latitudes en el resto del siglo
XXI.
La Revolución
democrática
La
Asamblea Nacional se instalaría, pero su importancia se reduciría a menos que
se convierta en caja de resonancia de lo que ocurre en la calle. La elite
política, del chavismo y de la oposición, perdería su capacidad de convocatoria
y su legitimidad. Emergen nuevos movimientos colectivos, formas de organización
social que superan a los previos detentadores del poder. Las movilizaciones
empiezan a cubrir las ciudades, poniendo en duda la capacidad del poder para
mantener su orden. La capacidad para reprimir por parte de las Fuerzas Armadas
se vería superada. Aparecería un nuevo movimiento social que impulsaría un
cambio democrático, dejando atrás la polarización entre chavismo y
antichavismo, pero generando otras polarizaciones entre los que se encuentran
dentro de las estructuras institucionales de poder y quienes sobreviven en la
periferia, arriba y abajo, dentro y fuera, superaría las dicotomías previas. El
orden se pierde pero otro orden empieza a emerger.
¿DE
QUÉ DEPENDE?
Cada
uno de estos escenarios deriva de procesos y fuerzas que se encuentran
presentes en la dinámica venezolana. Son las decisiones de los actores
concretos las que inclinan la balanza en una dirección o en la otra. La
decisión de autocratizarse por parte del poder ya está tomada. El ímpetu de
cambio es dominante en la sociedad. La vocación conservadora que teme al riesgo
también es fuerte entre las elites. La relación entre elites (políticas,
económicas y sociales) y una sociedad heterogénea, empobrecida y con débil
institucionalidad, parece estar marcada por la desconfianza.
La
capacidad de esta sociedad para organizarse y movilizarse, así como la de las
elites para vincularse orgánicamente con las expectativas de cambio dominantes
entre la sociedad, nos pueden acercar a escenarios democratizadores. El cálculo
menudo, la adicción al microjuego, la aversión al riesgo puede consolidar las
peores pesadillas.
Hay
cosas que no podemos elegir, que vienen en el mundo que nos tocó vivir, ¿de qué
depende entonces ese futuro posible? De nuestras decisiones, de lo que hagamos
con lo que tenemos. Esa es la apuesta de la modernidad, descubrirnos
conscientes de que somos responsables del futuro. Que el mundo y el país que heredemos
a las generaciones futuras se parezcan a nuestros sueños o a nuestras
pesadillas depende fundamentalmente de las decisiones que tomemos, de las
acciones que desarrollemos. Acá escoja su escenario, o dispóngase a crear uno
distinto.
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