Por Faitha Nahmens
No tendría tomas en bar
alguno. Y si el guión registra la escena de una fiesta será para enfocarlo: la
luz sobre él mientras conversa en una esquina aparte sobre un tema enjundioso,
profundo, nacional o internacional, que maneja al dedillo. O tal vez leyéndose
un libro que encontró sobre la mesa en medio de la algarabía, aislado y con
absoluta concentración. Alguien podría pedirle que baile y él, afinado que es
(quiso estudiar piano cuando era sesentón), lo intentará con pies de plomo.
Otra escena bisagra podría ser
la de él conduciendo el Volkswagen desportillado que manejó durante años
por las calles caraqueñas, dándole chola a fondo. Para nadie es un engaño que
este intelectual, pensador sesudo y concentrado en el teclado para
producir textos que han desquiciado a platónicos del planeta, es también un
hombre de acción. Pero las mejores secuencias estarían por verse. ¿Quién sabe
cuánto duraría una película que narrara la enjundiosa trayectoria de Teodoro
Petkoff, con tantas vidas en una? Todas las imágenes se antojan absolutamente
cinematográficas.
Teodoro, quien hoy 3 de enero
arriba a sus ochenta y tres años, ha sido protagonista de un sinfín de
circunstancias fantásticas que al contarlas, de tan complejas y prolijas,
fotografían el país y el mundo. Una vez convertido en personaje por la
ocurrencia de José Ignacio Cabrujas, cuando un catirón y bigotón Yanis Chimaras
(en mala hora, de manera prematura y vil, sacado de la escena de este mundo) lo
interpretó en una teleserie de empaque histórico.
Una curiara lleva a su madre
embarazada y a punto de dar a luz, de El Batey a Maracaibo. Casi pare en medio
del Lago. Su madre es una médico polaca que ha venido a Venezuela para empezar
una vida sin guerras y dispuesta a colaborar con su sabiduría. Tendrá tres
hijos: Teodoro y los gemelos Mirko y Luben.
Teodoro (al centro) y los
gemelos Mirko y Luben.
La cámara, a continuación,
podría hacer un vuelo rasante por la infancia del único catire en ese
paisaje tropical, habitado por niños muy pobres, luego un paneo por la Escuela
Experimental Venezuela, frente a la Plaza Morelos de Caracas, donde un
chiquillo de sexto grado funge como presidente electo de la institución,
según las normas inusuales del colegio. [Pocas veces, por cierto, el líder será
visto sin bigotes]. Y luego podría enfocar a un mozalbete de 14 de espaldas,
pegando pancartas a favor de la revolución en un muro. En la siguiente toma es
llevado preso. Comienza temprano el jaleo. La política será su modo de vida y
él un pez en esas aguas poco dulces. Sus discursos comenzarán a ser
legendarios. Será presidente del Centro de Estudiantes en la Universidad
Central de Venezuela, donde cursará dos años de Medicina, pero la política lo
conmina con la fuerza de un imán y decidirá pasarse a Economía, donde se
graduará cum laude en 1960. ¡Ay, los sesenta!
Nadie se mueve de sus
asientos: la película entra en honduras. Teodoro Petkoff tiene la certeza de
que la lucha armada es la solución y se suma al movimiento guerrillero. No será
lo tanto sino lo seguido. Acusado injustamente del ataque sangriento al tren de
El Encanto (muchos años después, frente a los rieles de la muerte, Luis Correa
diría por fin que fue él), fue preso por sedicioso. Dos veces lo
arrestan y dos veces se escapa.
Toma equis: El increíble
escape del Hospital Militar. Mítico. No es leyenda urbana. Una escena de
suspenso que podría sumar varios minutos de un plano secuencia. Comienza
cuando bebe sangre de vaca que le consigue Rómulo Valero y (a buen resguardo)
le ha llevado Beatriz Rivera, la segunda pareja en su enjundiosa biografía romántica.
Su talente intenso, inquieto, pasional lo vinculará con las varias mujeres
maravillosas que amó y lo amaron. Volvamos a la toma: una vez que se provoca el
vómito, hace ver a sus cancerberos que está gravísimo. Finge dolor y está junto
a un charco de líquido rojo. Se le ha reventado una úlcera, dicen. De
emergencia y bien custodiado es llevado a la institución donde será auscultado
por los médicos. El plan está redondo y fraguado. Un vez acostado en la cama
donde reposa mientras comienza la serie de urgentes exámenes, con un par de
cómplices que han convenido en espantar a mirones indeseados y con más sábanas
en su habitación que cualquier otro paciente, hará un atado que amarrará a la
ventana de la que se descolgará no sin antes ser visto por un paciente en un
piso intermedio. Años después le dirá: Fui yo quien te vio descender.
Me pediste que no dijera nada y eso hice. Agarrado con fuerza pondría un dedo
en su boca para indicarle al posible soplón que hiciera chito. Tuvo éxito.
Descendió hasta planta baja y, sin levantar sospechas frente a los vigilantes,
franquearía la puerta vestido con ropas de calle. Por la puerta grande saldría
con su historia..
Toma
ye: La fuga del Cuartel San Carlos. Teodoro Petkoff escarba con los compañeros
de celda, Pompeyo Márquez entre ellos, hasta abrir un boquete por el cual
cabrán agachados. Desde ahí, como topos, irán cavando sigilosamente y sin cesar
un túnel subterráneo cuya salida está en la panadería de un cómplice vecino del
Cuartel San Carlos, quien los ha aguardado durante meses, mientras el
lector incansable que en la cárcel tenía La montaña mágica de Thomas
Mann seguía el plan de Antonio José “Caraquita” Urbina con mucho cuidado, sin
intenciones de levantar sospecha, poco a poco. Por fin se escapa y se va a
Bulgaria, no por mucho tiempo, claro. (Años después se someterá a una
laparoscopia por lesiones en sus rodillas. Lesiones eternas).
Luego
tomaría a pies juntillas la pacificación con la que hace migas en el primer
gobierno de Rafael Caldera (en el segundo será su ministro de Cordiplán).
Mantendrían una insospechada buena relación siempre, dispuestos a olvidarse de
“Roberto” y de “Teódulo Perdomo”, sus apodos de guerra. Salta del hombrillo de
la historia para ubicarse de una vez y para siempre del lado del debate
político franco, cuyo ejercicio hará con vigor como diputado, como líder
innegable, como fundador del Movimiento Al Socialismo, el MAS, partido de color
naranja que nace en 1971 con el objetivo de promover la justicia social en
libertad, sin exclusión ni dicotomías, y al que recalan los creadores, autores
e intelectuales más luminosos de la izquierda moderada y democrática, gente de
avanzada de entonces: Pedro León Zapata, Jacobo Borges, José Ignacio Cabrujas,
Luis Bayardo Sardi, Manuel Caballero. Esos serían algunos de los nombres de la
nómina de marquesina. Salía del doloroso pasado dando un portazo que resonaría
en medio planeta.
Teodoro Petkof y Gabriel
García Márquez
Su libro Checoslovaquia,
socialismo como problema no sólo le garantiza la expulsión del Partido
Comunista de Venezuela: todos los jerarcas del politburó soviético y
alrededores le hacen la cruz. Su pregunta sería más que incómoda “¿Cómo
criticar que Estados Unidos invada si la URSS hace lo mismo, controla, subyuga,
mata?”.
“Conversaba una vez sobre la
libertad en los regímenes totalitarios con Alejo Carpentier. Y sería una vez y
ya, porque él resumió su fe dogmática así: lo que propone Fidel Castro hay
que darle curso. Él no se equivoca. No había nada más que añadir”.
Vital, intenso, fajado,
democrático y accesible a niveles conmovedores, pese al vozarrón intimidante y
la gestualidad sin ternuras que tuercen con terquedad la imagen hacia el
extremo donde no está. Un close up debería registrar esta paradoja:
su discurso apasionado, inteligentemente perspicaz y sin ambages, sin
concesiones y sin perderle pista. En toma cerrada, aguarda cuando la ironía
derive en sonrisa. En ese momento se asomará una insospechada calidez. Casi
parecerá tímido. Si estalla en carcajadas (“homéricas”, según la periodista
Luisa Barroso, quien trabajó con él en Cordiplán y es su seguidora “desde que
tengo uso de razón”), el serio, el contumaz, el rotundo Teodoro Petkoff,
increíblemente sensato, parecerá entonces el hombre más divertido del mundo.
“Venezuela se perdió al mejor
presidente”, diría Dalita Navarro y con ella un gentío del país y del exterior
sobre quien fuera dos veces candidato presidencial y siempre fue un gurú a
consultar. Visionario hombre de ideas, considerado en 2012 por la
revista Foreign Policy como uno de los cien hombres más influyentes
del mundo, fundaría un periódico a su imagen y semejanza con un lema que
es suyo: Tal Cual, claro y raspao. Con editoriales de su puño y letra en
la portada (algo nunca visto) y todo el diario escrito con fundamento, con
apego a la ética, con audacia, con gracia y con humor, en tono francamente
crítico.
Ahora mismo no sale a la
calle. El periódico que nació cuando comenzó el chavismo está sin papel.
Volverá a ser impreso de nuevo a finales de enero, quizás, cuando se calcula
que el gobierno vuelva, discrecionalidad mediante, a permitir que el medio dé
los pasos que son ahora condena para conseguir los cupos para importar. En
tiempos de confiscación de libertades, la de expresión exhibe una espada de
Damocles grotesca, enorme, descarada, que suspenden los mandamases que también
lo enjuician.
Por un artículo suscrito por
un colaborador, Teodoro Petkoff ha tenido que ir cada semana a presentarse ante
los tribunales de un sistema judicial simbiótico y comparecer como
delincuente para dar fe de que “no ha huido de la justicia”. Esto lo ha puesto
enfermo. No es para menos: el imbatible acusa recibo al cabo de diez demandas y
toda la saña. Circunstancia que, por supuesto, ha tenido eco fuera de las
fronteras y en el patio ha convocado alianzas, apoyos y solidaridades. En
un país donde 34 emisoras de radio fueron compradas (la fagocitosis de la
llamada hegemonía comunicacional) y los canales de televisión están en la lupa,
la prensa tiene los colmillos de la voracidad totalitaria encima de la letra.
Padre de siete hijos, abuelo
de trece nietos y figura de culto. Políglota (habla seis idiomas),
conversador que asombra, informado y convenientemente conciliador. Profundo y
sencillo. Autor de una decena de libros de cabecera. Fanático de las rancheras,
profesor universitario, referencia para adoradores y adversarios, amigo leal,
capaz de realizar en persona la gestión más menuda a favor de un ser querido.
En su lista de teléfonos han estado poetas, presidentes, diplomáticos,
creadores, empresarios. Hombre de carácter, raciocinio y emocionalidad
mediante, requeriría de una cámara de amplio lente para rastrear en una sola
toma la cantidad de hombres dispuestos a certificar que lo admiran. Ni se diga
de mujeres: recibiría con profusión de rockstar infinidad de cartas de novias
que hasta hace nada le alentarían a ser y, por favor, a que no las olvide.
05-01-17
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