Por Félix Seijas
Hasta hace poco más de un año,
quienes integran la Mesa de la Unidad Democrática no dudaban de que cualquier
aventura fuera del paraguas unitario aseguraba para sí el naufragio electoral.
Además, la joya de la corona, es decir, la presidencia del país, no se
consideraba aún al alcance de la mano. En aquel momento advertíamos que
llegaría el día en el que tal percepción cambiaría. Eso, precisamente, es lo
que ha venido ocurriendo en los últimos meses. Los números en los sondeos de
opinión electoral muestran a un partido de gobierno debilitado, y a su líder
sumido en el foso de la desconfianza popular. Esto ha llevado a algunos a hacer
una peligrosa lectura de la situación.
En la acera opositora hay
quienes han empezado a sentirse cercanos a una posición competitiva,
presidenciables, incluso si dejaran a un lado a la Unidad. Por ejemplo, si se
pregunta a la gente por quién votaría entre tres candidatos, dos opositores y
uno del PSUV, existen combinaciones en las que ambos opositores superan al
gobierno. Vaya tentación. El asunto es que el análisis de estos números de
manera aislada solo plantea un espejismo que aún se encuentra lejos de la
realidad. Son cantos de sirena.
Para empezar, tal pregunta
(intención de voto) se está realizando en un ambiente no electoral, y por ende
el entrevistado la responde sin que estén presentes factores que impactan el
esquema de decisión del votante. Por ejemplo, la postulación de dos candidatos
opositores supondría que se ha presentado un proceso de pugna a lo interno de
la coalición opositora, con el consiguiente efecto negativo que tal situación
produce en la imagen ante el electorado. También, estos escenarios suponen que
no aparece otro actor en escena, de esos que podrían “raspar” votos a la
oposición, más aún cuando su imagen ha sufrido un proceso de desgaste.
Otro
factor ajeno a estos números es la posibilidad de que el gobierno eche mano de
su probado buen timing y, ante unos eventuales comicios, genere la
sensación de que está en marcha una recuperación económica -sí, hay maneras en
las que puede intentarlo-. Aunque esto no genere un gran impacto en las urnas
de votación dado el bajísimo nivel de confianza que la población le otorga la
actual administración, no se puede descartar que algún efecto termine logrando.
Es decir, algo hace, algo suma; así como también hacen las condiciones
electorales en las que se realizarían unos hipotéticos comicios, las cuales
sabemos distan mucho de la equidad, favoreciendo siempre a quien ejerce el
poder. Por supuesto, ninguna de estas consideraciones sería de importancia si
no fuese porque la ventaja con la que dos candidatos opositores superaran al
PSUV en el papel, es estrecha -sí, el gobierno aún mantiene un porcentaje de
apoyo electoral respetable-; así como también porque, si bien a Venezuela la
une el deseo de cambio, el mercado electoral es muy diverso y complejo, y una
buena porción de él lleva una importante carga de escepticismo que lo mantiene
sensible ante cualquier señal que emite la clase política. La MUD es franca
mayoría electoral, pero aquellos fieles a ella no superan 30%.
Colocando los pies sobre la
tierra, debemos decir que unas elecciones presidenciales se visualizan lejos en
el panorama actual -al menos en el plano de las probabilidades, con las
variables que hoy se presentan-. En la situación en la que se encuentra
Venezuela, el camino que enfrenta la MUD para acceder al poder e instaurar una
democracia estable es complejísimo. Por un lado tiene que propiciar una
fractura en el bloque que hoy ostenta el poder, y por otro lado debe consolidar
el apoyo popular, es decir, asegurar el ser percibido como la alternativa
loable al gobierno. Para esto es necesario un trabajo arduo, continuo y
blindado con coherencia, que transmita confianza a una población de
características diversas, con visiones y expectativas variadas, y con un alto
nivel de recelo. Ahí debe estar el foco. Y estas cosas solo se logran actuando
en unidad.
Mientras que quienes se ven a
sí mismos como presidenciables actúen como aquellos que tras la línea de partida
de un maratón intercambian codazos para estar en la mejor posición para cuando
suene el disparo, seguirán los desaciertos, y la señal de partida se dilatará
cada vez más; o más peligroso aún, al arrancar pueden terminar en el piso, y
algún otro que no se vislumbraba en el panorama pasarles por encima. Y que Dios
nos guarde de otro “paracaidista”.
09-02-17
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