Miguel Méndez Rodulfo 09 de marzo de 2017
El
gasto en educación realizado para aumentar la matrícula escolar y ampliar la
escolaridad de los alumnos, es algo loable porque en muchos países del mundo
hay un alto número de niños y adolescentes fuera del sistema de enseñanza. En
tal sentido es urgente reducir esa brecha y destinar fondos públicos a ello;
sin embargo, no es suficiente ofrecer escolaridad sino que hay que proporcionar
una educación de calidad, tal como se hace en el primer mundo, formando al
alumnado en habilidades cognitivas, creativas y actitudes de emprendimiento, de
manera que el producto que arroje el sistema pueda desarrollar su potencial al
máximo en provecho del país, generando crecimiento económico. Pero la función
de la escuela llega hasta allí; de manera que la empresa debe asumir el costo y
la tarea de formar al nuevo trabajador o empleado, para el mejor desempeño de
las labores que debe realizar, actividades especializadas que no puede prever
la escuela. Así la educación para el trabajo forma el recurso humano para
satisfacer las necesidades corporativas de especialización, productividad y
competitividad.
La
educación dual, o educación para el trabajo alemana, diseñada en los temprano
años 70 del siglo XX, se gestó bajo el marco de la Economía Social de Mercado,
modelo de desarrollo teutón que se comenzó a aplicar bajo el mandato de Konrad
Adenauer en el año 1948. Aunque la educación para el trabajo germana se orientó
a la formación de técnicos medios, lo que permitió a bachilleres optar por una
formación más corta que la universitaria, pero muy completa ya que combinaba la
escuela con la práctica laboral, garantizaba una remuneración durante el
estudio y al graduarse un empleo. Pronto se vio que la calidad de la formación
permitía a los egresados continuar estudios universitarios, lo que combinó la
educación para el trabajo con la educación continua. Inicialmente fueron las
empresas Bosch, Daimler Benz y SEL quienes crearon la primera “Academia
Profesional” en la ciudad de Stuttgart, el año1973. Los objetivos de las
compañías eran: mayor integración entre la teoría y la práctica, participación
de las empresas en los currículos, menor tiempo de estudio, y formación
profesional para la demanda real. Algo similar, en cuanto a formación para el
trabajo, hizo Japón con la Teoría Z, con la diferencia que no se circunscribió
solamente a bachilleres, sino a todo su recurso humano contratado
Lo
cierto es que la educación para el trabajo capacita a la fuerza laboral y le da
conocimientos y experticias que permiten a las empresas y al país crecer
económicamente. No obstante, una cosa es el crecimiento económico per se y otra
el desarrollo. Los países de América Latina crecen durante las épocas de alza
en los precios de las materias primas, pero decrecen cuando el valor de éstas
cae. De igual manera que no basta con aumentar el gasto en educación, tampoco
es suficiente crecer económicamente, si éste no es sostenido, se produce a
altas tasas e interrumpidamente durante períodos largos. Para que el milagro
del desarrollo pueda producirse debe haber libertad, democracia e instituciones,
si no se produciría el efecto China de alto crecimiento durante décadas, pero a
un costo ambiental, político y social, muy alto.
El
desarrollo es una entidad difusa, elusiva y muy difícil de alcanzar; sin
embargo, cada vez es más claro que dentro de un régimen de libertades es donde
mejor puede fraguar la concatenación de un entramado de relaciones que cuesta
mucho establecer. Para que se desarrolle un vigoroso ecosistema de
emprendimiento, basado en el progreso y la innovación debe haber educación de
muy alta calidad que transforme la creatividad en innovación; empresas y
universidades que inviertan en investigación y creación de nuevos productos;
centros de estudios globalizados que atraigan talentos de otras partes;
constante interacción entre empresas y universidades; un ambiente económico que
propicie las inversiones de riesgo y una legislación que aliente la creación de
nuevas empresas, algo semejante a la “economía del conocimiento”.
Miguel
Méndez Rodulfo
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