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domingo, 19 de marzo de 2017

La ruta del pan por @miropopiceditor


Por Miro Popic


Imposible no escribir sobre el pan en estos días. Más que lamentos, este es mi homenaje a uno de mis panes preferidos: los panes andinos.

El pan es hijo del trigo y trigo no había en Venezuela a la llegada de los conquistadores, cosa que los sorprendió y ante la ausencia de materia prima para la misa y para la mesa, no tardaron en traer harina de Sevilla mientras prosperaban las primeras semillas que se fueron sembrando en Tierra Firme. Hay sobrada documentación sobre sembradíos de trigo incluso en el valle de Caracas y hasta de exportación de grano en la época colo-nial, pero en rigor su cultivo quedó constreñido a los valles y mesetas andinas donde el trópico fue más amable con el cereal europeo. Aun es posible ver laderas cubiertas de espigas que van de verde a amarillo y hasta algunos molinos de piedra de dos siglos atrás, pero el mayor porcentaje de la harina que se utiliza para el pan es importada, la producción nacional tiene un carácter marginal.

Solo en las provincias andinas prosperó el cultivo del trigo que se convirtió en uno de los principales rubros agrícolas durante el siglo XIX. "Para 1894 la región andina aportó el 100 por ciento del total producido en el país", afirma Cartay en La mesa de la meseta.

Leonor Peña, en Cocina tachirense, dice que "el trigo representó para la región andina un artículo de riqueza y se exportaba no sólo en harina sino en productos finales como galletas y bizcochos, proveyendo a las embarcaciones que venían al Lago de Maracaibo". Y luego, con esa pasión por lo tachirense que la caracteri-za, agrega que "el Táchira aroma al país entero con su amasado pan, que hace suspirar de nostalgias a nuestros paisanos, quienes se sienten en el peor de los exilios al pasar en tierra extraña frente a una panadería. El pan andino, el pan tachirense, es en Venezuela el pan de verdad".


Hace falta un manual para entender la variedad y diferenciación de los panes andinos cuya nomenclatura se asemeja a los intrincados caminos cordilleranos, siguiendo recetas donde convergen aromas indígenas junto a aportes italianos, españoles, colombianos, portugueses y alemanes. Por siglos el amasado y horneado fue asunto familiar donde se preparaba el pan para la casa y luego se vendían por encargo algunas piezas, donde la amasada y la hechura era motivo de encuentro, donde la mano femenina se encargaba de confeccionar, coser y lavar las telas necesarias para cubrir la masa, mientras los varones se ocupaban de buscar la leña y tallar las pie-zas de madera necesarias (paleta, rastrillo, escobas) para su elaboración. Toda una tradición que llevó al poeta tachirense Manuel Felipe Rugeles, a escribir: "Mi casa fue la casa de la harina y miel y leche y sal y levadura dábanle al pan sabor, olor y blancura de tibia hogaza en mano peregrina".

Su padre, don Manuel Rugeles, era panadero. Como también lo fue-ron Sebastián de Miranda Ravelo y Francisca Antonia Rodríguez, padres de Francisco de Miranda, el precursor de nuestra Independencia.

En su honor, no podemos permitir que lo malos nos quiten el buen pan que nos merecemos.

18-03-17




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