Por Arnaldo Esté
La participación como valor
ético, como gran referente de cohesión, de profunda democracia no se ha
establecido en Venezuela. La mayoría la percibe como una ocasión que alguien
otorga, pero no como un derecho establecido.
En la educación formal no se
cultiva la participación; por el contrario, en las aulas el docente, el
profesor monopoliza los turnos comunicativos sin dejar acción a sus alumnos y
se resume a informar y a preservar una disciplina convergente.
En las organizaciones
políticas, en los partidos, ha sido insistente la crítica a los cogollos, a
grupos de dirección que, al igual que los maestros, monopolizan los turnos.
En el resto de la sociedad no
es mejor el ambiente, si acaso se perciben los procesos electorales como
incidentes de participación ocasional que los gobiernos otorgan.
El rentismo petrolero, muy
cultivado ya desde la época del dictador Gómez, y que se incrementó en los últimos
años, es una forma de no participación. Se establece una relación clientelar
con el Estado, del que se esperan suministros, empleos y soluciones a costa de
la dignidad de la propia gente, corrupción y congelamiento del aparato
productivo.
La participación, que no puede
resumirse a la acción electoral, debe darse en todo el juego social: la
producción y creación, la educación, la cultura, la salud.
Hubo incluso un hecho
insólito, cuando la abstención en el proceso electoral de 2005. Con un
engreimiento suicida los partidos de oposición llamaron a la abstención
dejándole todos los poderes al gobierno.
La gente del gobierno, que en
el momento de redactar la Constitución estableció la participación como
condición prioritaria e identificadora, llamándola participación protagónica,
con sus acciones siguientes la violaron y se consagraron a cultivar a un jefe
absoluto al que se le ha transformado en el muy mencionado y adjetivado santón,
indiscutible objeto de culto, fidelidad y veneración religiosa que se mueve
entre el folclore y el ridículo.
Ahora se ha estado a punto de
repetir esa actitud a propósito de la actualización de la validación,
del registro de los partidos ante el CNE con un porcentaje de firmas y
compromisos. Después de tantas violaciones y postergaciones de los derechos
ciudadanos no era rara la malicia. Por fin se decidió participar y firmar.
Pero creo que la cosa no debe
quedarse allí, los partidos deben terminar de constituirse como instrumentos
democráticos yendo a la gente a barrios y poblados, promoviendo su
organización, llevándolos a participar no solo en la actividad política, sino
en la producción y colaboración en todos los campos del juego social. Es una
gran oportunidad.
18-03-17
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