Por Ramón Guillermo Aveledo
El pasado 3 de enero cumplió
ochenta y cinco años un venezolano acreedor a la admiración y el respeto de
todos, por encima de diferencias. Por el receso navideño no pude dedicarle
oportunamente el artículo que creo se merece. Hoy intentaré saldar la deuda.
No porque coincida la fecha
con uno de esos aniversarios redondos que suelen celebrarse. Entre sus obras
principales están Checoeslovaquia, el Socialismo como
problema, ¿Socialismo para Venezuela? o Proceso a la izquierda,
la que personalmente considero más importante, respectivamente de 1969, 1970 y
1976, no hay coincidencia que sirve de excusa.
De la fundación del MAS,
otrora un proyecto político de amplio horizonte en el que fue factor
fundamental, se cumplieron el mes pasado cuarenta y seis años. Así que estas
líneas no las escribo por algún motivo especial. Lo hago, simplemente, porque
me parece justo.
Teodoro conjuga el hombre de
acción con el hombre de ideas, eso ya vale, sobre todo en un medio como el
nuestro. Pero más importante es que en uno y otro campo, el de la actividad
política y el del pensamiento, ha estado dispuesto a jugársela hasta las
últimas consecuencias, y lo ha hecho. Porque la suya es esa clase de valor que
más falta hace.
Valor físico para arriesgar el
pellejo, cierto, aún en aras de una aventura que quien escribe considera una
equivocación de proporciones históricas como fue la lucha armada de comienzos de
los sesenta. Valor intelectual para plantear ideas y defenderlas con razón y
pasión. Y valor moral, ese me interesa más. Coraje para cambiar de opinión,
para reconocer que estaba equivocado y atreverse a no persistir tercamente en
el error, y asumir sin miedo las consecuencias. Oro puro en un tiempo en el que
frecuentemente se busca en las encuestas la seña del coach para saber
qué hacer.
Sólo los estúpidos no cambian
de opinión se titula el libro-entrevista que hizo con el talentoso Alonso
Moleiro. Es su versión personal, áspera, alguien dirá que característicamente
teodorista, de la frase churchilliana en aquel debate en el cual el político
inglés, respondió a un contendor que creía que lo dejaría sin palabras al
echarle en cara lo que había dicho antes: “Cuando me doy cuenta que estoy
equivocado, yo cambio de opinión ¿Qué hace usted?”
Militante político,
intelectual, profesor universitario, servidor público en el Congreso y el
gabinete ejecutivo, editor a lo largo de estos últimos lustros, Teodoro Petkoff
ha sido siempre un luchador. Sin tregua ha defendido las libertades que dan
sentido a la democracia, los caminos de la política para lograr el cambio que
el país reclama y, con una consecuencia tan leal como honesta en su
independencia de criterio, se ha significado como paladín de la Unidad, base de
la credibilidad nacional e internacional de la oposición venezolana, así como
de la esperanza popular.
Creo que los ciudadanos de
este país le debemos gratitud. Modestamente, dejo aquí constancia de la mía.
01-03-17
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