Por Piero Trepiccione
No hay duda que, de acuerdo a
todos los indicadores internos y externos que presenta Venezuela en la
actualidad, las políticas públicas aplicadas en el campo de la economía van
totalmente a contravía, es decir, en la dirección contraria a lo que debería ser
en relación a nuestro actual entorno de bajos precios petroleros. En este
sentido, el llamado rentismo aunado a una visión ideológica extremadamente
cerrada no han permitido variar las fórmulas que siguen siendo las mismas -con
algunos maquillajes nominales- de abordaje metodológico público. No podemos
aceptar como explicación-justificación el desbalance de los indicadores
sociales y económicos del presente con la consabida “guerra económica” y la
bajada abrupta de los precios internacionales del petróleo. En relación a la
primera explicación gubernamental tenemos dos aspectos que compartir. Uno tiene
que ver con la credibilidad del mismo, en enero de 2016, cerca del treinta por
ciento de la población (alrededor de un tercio) creía firmemente que una alianza
de factores externos vinculados y asociados al imperialismo norteamericano era
el causante directo de la problemática económica del país; otro tiene que ver
con la actualidad, menos del siete por ciento cree esta versión. Y en lo
que respecta a los bajos precios del crudo, países con características
similares al nuestro con un esquema básico o aproximado de monoproducción como
Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Bahrein, Nigeria, entre otros, para
nada están padeciendo un deterioro abrupto de sus indicadores. Por lo
contrario, apostaron a la diversificación y consolidación de sus fórmulas
públicas para el abordaje de la economía.
El gobierno venezolano, aún
con un cambio drástico de clima de opinión pública durante los últimos dos
años, se ha empeñado en mantener una visión que promueve en demasía el control
público sobre la economía privada del país con las consecuencias que esta
actitud ha generado en los procesos productivos internos. Ante la disminución
del ingreso de divisas, las importaciones se han reducido y el pueblo padece
las penurias de la escasez y el encarecimiento de la vida. Cómo, entonces
aplica esto en el campo de la política. La dialéctica, contraria al dogmatismo,
está asociada al movimiento, a los cambios, al constante devenir de nuevas
tesis que van teniendo sus antítesis en la dinámica de los tiempos históricos.
Este contraste a su vez da origen a las síntesis que se convierten en nuevos
patrones, nuevos esquemas que –cuando cumplen sus ciclos- hacen fluir sus
contradicciones para dar pasos a nuevos cuestionamientos que generan nuevas
alternativas.
El dogmatismo y la dialéctica
están asociados a todos los ámbitos de la vida humana; sin embargo, donde más
visibilidad tienen es justamente en el tema del liderazgo político y económico
de una nación en vista del impacto de sus resultados en toda la población.
En Venezuela lamentablemente
nos está tocando ver en este momento histórico la enorme contradicción entre
dogmatismo y dialéctica. Por una parte, el presidente de la República y su
equipo de gobierno aplicando y reforzando el mismo esquema ideológico en todo
el proceso de formulación de medidas económicas cuyo impacto o es mínimo o
prácticamente nulo en la consecución de resultados concretos. Por la otra, la
activación de la dialéctica con toda su fuerza social en la población exigiendo
cambios y restando apoyo y legitimidad al gobierno. Son dos conceptos vivos en
plena faena histórica.
La dialéctica obliga a
responder de manera diferente. Los mismos esquemas cambiarios. La acentuación
de la política de control estatal ahora reforzada y fundamentalmente soportada
por la institución castrense. Las políticas restrictivas para la inversión
privada nacional e internacional. El relanzamiento del discurso polarizador en
el campo político negando al otro. Son elementos, acciones cuyo anclaje
ideológico no permite su evolución y cambio.
La consecuencia inmediata de
este fenómeno de la acentuación del dogmatismo en la acción política y el
abordaje de la situación económica es la deslegitimación constante, abrupta y
sobrevenida del liderazgo actual del país. Las encuestas lo vienen reflejando
hace algunos meses. No hay ya conexión popular ni respaldo masivo al liderazgo
presidencial. Todo lo contrario. La gente cada día se alinea en torno a concentrar
las responsabilidades de la situación-país en Nicolás Maduro a quien asocian
con la parálisis económica que impacta el día a día de los venezolanos. Ya los
porcentajes de responsabilidad directa en la imagen del presidente superan el
setenta por ciento. Si alguien del gobierno no visualiza e interpreta
correctamente este esquema situacional, vamos directo a un choque de frente con
un tren a enorme velocidad.
07-03-17
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