Por Roberto Patiño
El primer trimestre de 2017
culmina con el agravamiento de la situación del país, sobre todo en dos
aspectos: primero la profundización de la crisis alimentaria, cuyas
repercusiones en lo inmediato y largo plazo, evidenciándose de forma sostenida,
afectan a cada vez más sectores de la población. Segundo, la consolidación de
un régimen claramente dictatorial por parte el gobierno de Nicolás Maduro.
El alcance de la tragedia
alimentaria está modificando patrones nutricionales y condicionando
negativamente el desarrollo de las personas. El informe realizado por la
organización religiosa Caritas, publicado a principio del año, arrojó datos
alarmantes al respecto. Equipara nuestra situación al de territorios en
conflicto o zonas afectadas por desastres naturales. El informe, enfocado en la
población infantil, registra índices de desnutrición aguda en casi 25% de la
muestra de más de 800 niños, distribuidos en 25 parroquias de Vargas, Zulia,
Miranda y Distrito Capital. Por otro lado, la Encuesta Condiciones de Vida
de 2016, llevada a cabo por el Observatorio Venezolano de la Alimentación y
publicada igualmente en los primeros meses del año, registra un brutal
empobrecimiento de la dieta del venezolano: por razones económicas y de
accesibilidad, de 20 alimentos considerados básicos se están pudiendo adquirir
tan sólo cuatro, es decir, sólo una quinta parte de lo estrictamente necesario.
Los déficits alimenticios,
tanto por falta de comida como por malnutrición, han incrementado, además,
padecimientos como la hipertensión, la diabetes y la anemia, afectando, de
manera reciente, a la población joven. Así lo ha reseñado, por ejemplo, Daniel
Campos, presidente del Colegio de Nutricionistas del Estado Lara en un
reportaje publicado en días recientes en el diario barquisimetano El
Informador. El medio titulaba la nota con el preocupante dato sobre la
reducción, en 15 años, de la expectativa de vida del venezolano. Esta
tendencia, registrada en los últimos años, ha tenido en el problema alimentario
un factor determinante de agudización.
La crisis alimentaria ha sido
ampliada y explotada por el régimen madurista. Ya sea de manera sectaria,
condicionando de forma mezquina, manipuladora y deficiente la entrega de
alimentos por el programa de los CLAPs o con irresponsables fines
propagandísticos en maniobras como el envío de alimentos al Perú. Esta manera
de abordar los problemas por parte del régimen madurista responde sencillamente
a la ya frontal concepción dictatorial de su mandato. En la semana pasada, la
decisión del TSJ de suspender la inmunidad parlamentaria y anular a la Asamblea
Nacional, ha reforzado, sobre todo hacia la opinión internacional, lo que ya es
evidente para los venezolanos desde el año pasado: que nos enfrentamos a una
dictadura de carácter militar. Dictadura que ha convertido al Estado venezolano
en el principal factor generador de violencia, y de recrudecimiento de la
crisis, en el país.
Se ha intensificado la
represión política con la implementación del comando Anti-Golpe y la escalada
ilegal de acciones de cuerpos de seguridad como el SEBIN. El uso de fuerza
excesiva sin ningún monitoreo por parte organismos como la Fiscalía o el
Ministerio Público, sobre todo en planes como los de la OLP, que han generado
numerosas violaciones sistemáticas de los DDHH. También, un irresponsable
manejo de la economía nacional, con una inflación desbordada y la aplicación de
medidas nocivas, como el retiro de billetes de cien, que a finales del año
pasado generó situaciones de zozobra en distintos estados del país y ha añadido
más angustia, desconcierto y confusión a la ya dura vida de los venezolanos.
En este momento es innegable
que la crisis y la determinación dictatorial del régimen madurista afecta todos
los niveles de la sociedad. Ningún venezolano escapa a esta situación y lo
afecta en todos los espacios de su vida. Son momentos duros que nos llevan a
replantearnos, a veces de manera brusca y traumática, nuestros valores,
necesidades, problemas, aspiraciones y esperanzas.
Estamos viendo
manifestaciones, en distintos sectores del país, de nuevos actores y formas de
encuentro y participación. A partir del difícil proceso de concientización y reconocimiento
que se da en medio de este momento crucial, se asumen iniciativas para el
cambio y la transformación. Desde las comunidades, así como desde
organizaciones intermedias y grupos como los estudiantes, ONGs, la misma
iglesia y entes privados. Las personas, ante la ausencia del Estado y a veces
incluso de un proyecto político, están buscando resolver sus problemas de
manera efectiva, pero ya no desde la desconfianza, la falta de solidaridad o el
miedo, sino desde la articulación con el otro y la organización con los demás.
Debemos reconocer estas
manifestaciones en la labor de organizaciones como el Observatorios Venezolano
de la Violencia o Fe y Alegría, en iniciativas como Alimenta la Solidaridad y
Barriga Llena, Corazón Contento. En actos de resistencia democrática como las
participaciones de la gente en la validación de partidos, en contra las
imposiciones arbitrarias del CNE o incluso en la resistencia civil y decidida
que ante el cierre irresponsable de panaderías hicieron vecinos de la Baralt,
en Caracas. Son diversas maneras en la que se está revelando una nueva forma de
ver la realidad del país, los enormes retos que nos plantea y el papel que
tenemos, en los procesos para enfrentarla, de encuentro auténtico y
participación activa que ya se están dando.
Debemos reflexionar con
sinceridad y coraje sobre el grave momento de crisis en el que estamos todos
los venezolanos y, así, poder construir, también entre todos, las verdaderas
posibilidades para el cambio.
Coordinador de Movimiento Mi
Convive
Miembro de Primero Justicia
04-04-17
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