Por Susana Morffe, 01/04/2017
La ósmosis entre fuerzas perversas acumula miedo
expansivo y es lo que ocurre en
Venezuela. Por un lado el régimen fractura el organismo, máxima expresión de la
voluntad popular para legislar sobre materias de desarrollo y bienestar del
país como la Asamblea Nacional, y más tarde la Fiscal General admite que se ha
producido una ruptura del orden constitucional, pero al mismo tiempo el
mandatario de turno exclama que en Venezuela se respetan los derechos humanos.
Conocemos hasta el cansancio que una de las tácticas
de la izquierda carcomida es culpar a otros para no admitir sus propios errores.
De esa vara loca estamos cansados, desde el más humilde de los venezolanos.
Si en este próximo trimestre del año, que apenas acaba
de iniciar, no sucede algo trascendental, vale decir, el mismísimo cambio que
todos esperamos para enderezar la torcida economía y toda la estructura social
de la nación, restableciendo el “orden
constitucional”, iremos al
precipicio sin chance de ser salvados.
La larga espera por la activación de la Carta
Democrática, la pasiva acción de los opositores en los momentos más álgidos del
conflicto con el régimen, no soporta una prueba más por parte de la ciudadanía.
Ya es el momento de respetar a todos los venezolanos, atribulados por tantas
carencias, humillaciones y falsedades, incluido el fallido diálogo que no dio
ni dará resultados.
¿Qué es lo que esperan de la sociedad civil? Si es una
reacción violenta, es posible que suceda como en efecto ha dado los primeros
efectos y defectos policiales contra los derechos humanos de los venezolanos.
La población está agotada del juego estúpido y sin sentido, propio de los
holgazanes al mando que no procuraron con esfuerzo lo que a duras penas
sostiene la carcomida economía y producción.
En menos de un mes se avecina un nuevo aumento de
salario que aniquilará lo que resta en los remendados bolsillos de la gente. Los
docentes exigen respuesta a sus demandas laborales y prerrogativas en el área
de salud, los jubilados y pensionados han pedido por todas las formas, la
cancelación del bono para alimentos y medicinas. El porcentaje que se va a establecer para el
próximo aumento es de un mediano porcentaje para un salario mínimo de 60 mil bolívares.
Es la misma conformación de la pobreza, aniquilando la calidad de vida de la
población.
Los derechos humanos continúan desbordados en la
oscuridad, dentro del espectro macabro que conforma el gobierno nacional. La
solución no está en un pronunciamiento de palabras efectistas o de un comunicado
que busca resonancia, tampoco acciones para medio mejorar, de lo que se trata
es de optimizar el país, un país que está a cargo de improvisados jueces en
claro desconocimiento de las leyes, los derechos humanos y la propia justicia,
aplicándola por conveniencia y no por justo valor.
La condenación que han hecho, una y otra vez los
países aliados a Venezuela por el brutal y calificado golpe de Estado del
gobierno, es un saludo que el pueblo venezolano agradece, pero más allá el país
necesita de soluciones o estaremos en el umbral del infierno cubano.
Somos un país, no una isla, somos productores no
pedigüeños y mucho menos nos negamos a depender de los atracos foráneos para alimentar a los ciudadanos.
Alguna diferencia nos queda para establecer la comparación con otros países
aventajados en posicionarse de lo que no les pertenece.
Es necesario un cerebro pensante entre tanta locura y
ósmosis social que se ha desencadenado por la fuerza y el mantenimiento del
poder. Venezolanos conscientes observan la complacencia que existe entre los
entes políticos, procurando negocios, regalías y bienestar propio por debajo de
la mesa.
Es incoherente exigir respeto a la Constitución, cuando
se piden elecciones antes de lo previsto en la carta magna, es una treta burda
¿Cuál es el respeto? Las lecciones que se deben pedir son las vencidas, no la
que está por vencer; en todo caso, lo más sensato sería una renuncia.
Lo visceral no puede seguir ganándole terreno a lo
razonable y a la sensatez. Es prudente y
eficaz poner orden para poder aceptar que vamos por el camino correcto. De lo
contrario el régimen continuará haciendo de las suyas, con o sin aliados civiles
y militares.
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