Por Luisa Pernalete
Sí, hay rabia y mucha.
Tenemos el derecho, pero también tenemos derecho a perseverar, a no dejarnos
llevar, a transformar esa rabia en cambio propositivo.
Difícil escribir con
serenidad por estos días en Venezuela. Hay un dolor profundo mezclado con
rabia. Las semanas se hacen largas. El cuerpo y el cerebro se cansan y hay que
buscar fuerzas, a veces escondidas, pero sabemos que existen.
Se siente rabia cuando uno
recuerda lo que dijo una compañera de trabajo: “Los del consejo comunal nos
dijeron que a los que caceroleábamos no nos vendería bolsas de los CLAP. Yo he
caceroleado y voy a seguir haciéndolo”. Ella vive en El Valle, tiene motivos
para protestar. Da rabia porque ella no es la única que cuenta historias
similares.
Se siente rabia y dolor
cuando te llama una amiga de Barquisimeto, muy tarde en la noche y te cuenta
que el asedio a una urbanización popular no cesa. “Los muchachos, muy jóvenes,
dicen que no se entregan, que prefieren tirarse de la azotea. Los disparos se
escuchan. Conozco gente que vive en esos edificios. Hay gente del trabajo,
alumnos”. Te cuesta dormir de la rabia. Mucha.
A los estudiantes les da
dolor y rabia enterrar a compañeros caídos por ejercer el derecho a la
protesta. También a los profesores. Lo entiendo, también he enterrado a alumnos
por causa de la violencia. “Quien tiene un alumno…”. Todos son mis alumnos. Da
rabia y una tristeza honda, que traspasa ojos y mirada, corazón…
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Rabia y dolor también me da
recordar la llamada de una comadre de Maracaibo: “Son las 2:00 de la
tarde y hoy no he podido darle nada de comer a mis hijas”. No es una indigente.
Ella trabaja y su esposo también, pero las cuentas no dan. Rabia y ya lloro.
Confieso que da rabia que en
este país cuando anuncian aumento de sueldo no nos alegramos, al revés, nos
preocupamos y nos da rabia, ya sabemos qué viene después: más inflación. Debe
ser el único del mundo en el cual esos anuncios generan rabia.
Da rabia no saber a veces
qué está pasando porque hay medios que no informan, por omisión también se
peca. Da rabia que haya gente armada en la calle que ataca a ciudadanos de a
pie, con la aparente y a veces explicita anuencia de autoridades… Da rabia cómo
se prostituye la palabra paz…
Tenemos razón para tener
rabia, pero hay que administrar esa rabia. Recuerdo lo que nos dijo el bisnieto
de Gandhi en su visita el pasado octubre: “La rabia es como la electricidad.
Esta te sirve para tener tu nevera, el teléfono… pero cuando está sin control,
cuando hay un cortocircuito, la electricidad genera tragedias”. Así es. La
rabia y el dolor hay que administrarlos para que sirvan de punto de apoyo para
la acción que construya, para la solidaridad y no para la destrucción.
La rabia se administra
cuando recordamos que ni los hijos, ni los alumnos son culpables de la
situación, en consecuencia no podemos pagarla con ellos. Ayuda administrar la
rabia cuando recordamos que si bien los
policías, los guardias, si bien son responsables de sus actos,
no son los autores intelectuales, alguien les da las órdenes.
También ayuda a administrar
la rabia cuando logras afinar los sentidos y descubres que hay gente admirable
a tu alrededor. Maestros que hacen malabarismos para llegar a las escuelas
aunque los niños no vayan, periodistas que se arriesgan para hacernos llegar
las noticias y a veces ellos se convierten en noticia, líderes que se ponen al
frente…
Hay que recordar, respirar
profundo, y escuchar a Gandhi: la humanidad sólo puede conseguir la paz
con no
violencia. Si usted sonríe a un niño que llora, lo más
seguro es que el pequeño termine sonriendo, pero si usted le grita, llorará
más. La violencia siempre trae más violencia y nosotros necesitamos parar la
guerra. Que la rabia sirva para perseverar, no para destruir y
envenenarnos.
28-04-17
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