Por Ángel Oropeza
En estos días de salvaje
represión y barbarie oficialista, que han causado dolor y luto en numerosos
hogares de nuestro país, mucha gente se pregunta a qué se debe tanta impiedad e
insensibilidad humanas, que ya se igualan con las prácticas más aberrantes del
gorilismo militarista suramericano. Pues bien, sirvan dos ejemplos, como
muestra, para ilustrar por qué de tanta saña.
Hoy en Venezuela estamos
siendo testigos de un extraño fenómeno macroeconómico, y es la coexistencia de
recesión con concentración del ingreso. Esta insólita presencia de aumento de
la desigualdad social a medida que la economía del país decrece se explica
solamente por el acceso diferencial y discriminatorio a los dólares baratos que
permite el control de cambio. En la actualidad, 10% más rico del país se queda
con el 32,2% del ingreso nacional, mientras el 10% más pobre tiene que
conformarse y subsistir con apenas 13%.
El estadístico italiano
Corrado Gini desarrolló un método para medir la desigualdad económica, y es lo
que se conoce como el “coeficiente de Gini”. Este índice es un número entre 0 y
1; 0 expresa la igualdad total y 1 la máxima desigualdad. Pues bien, para 2016
el índice de Gini venezolano se ubica en un altísimo 0.44, el más elevado
registrado en los últimos 20 años, y ha venido creciendo sostenidamente desde
2014.
En otras palabras, en
nuestro país hay un grupo que se está enriqueciendo –a paso de vencedores– a
costa del empobrecimiento de la mayoría de los venezolanos. Nuestra dictadura
no solo es masivamente empobrecedora sino estructuralmente injusta. Además de
cruel máquina de pobres, es un instrumento de generación acelerada de
injusticia y desigualdad. Y la base de esta diabólica dinámica está en que hay
un pequeño grupo que vive con dólares a los cuales puede acceder y negociar, y
un inmenso país que sobrevive con bolívares cada vez más devaluados e inútiles.
Este lucrativo negocio debe ser resguardado y protegido, y por ello hay que
reprimir con furia a quienes claman por un orden distinto.
Un segundo ejemplo tiene que
ver con el negocio de las llamadas “bolsas CLAP”. Las CLAP son un mecanismo de
entregar limosnas a la población a cambio del enriquecimiento grosero de
algunos privilegiados. Estas cajas, contentivas de productos importados, tienen
un costo de aproximadamente 14 dólares en los países donde se compra. Si le
agregamos costos de embalaje, transporte y otros, este costo pudiera llegar,
digamos, a 20 dólares. Los dólares para comprar estos productos se adquieren al
cambio preferencial de 10 bolívares por dólar. En otras palabras, el costo para
el gobierno de estas cajas de limosna es de aproximadamente 200 bolívares. Sin
embargo, se las vende a un pueblo necesitado y pobre al escandaloso precio de
14.000 bolívares. ¿Quiénes son los corruptos que tienen acceso a este
multimillonario negocio que consiste en enriquecerse obscenamente aprovechando
el hambre y la necesidad de los venezolanos? Esta criminal corrupción solamente
se explica por la existencia de mafias de poder en el alto gobierno, para
quienes todo el que aspire a un cambio de esta situación es una amenaza a su
lucrativo negocio, y debe ser sometido por la fuerza bruta.
En la historia de los países
hay ejemplos de represiones que, aunque siempre injustificables, se llevan a
cabo por razones políticas, ideológicas, religiosas o étnicas. Pero la brutal y
salvaje violencia de las fuerzas represivas de la dictadura madurocabellista se
hace por la más innoble de las razones: por salvaguardar un negocio.
En otras oportunidades hemos
afirmado que para la clase política gobernante, Venezuela no es un país sino un
botín. Por eso esta dictadura, en esencia, es un maloliente negocio. La
represión que ha teñido de sangre los hogares de nuestros hermanos es la
consecuencia de la crueldad y mal corazón de la putrefacta oligarquía roja. La
misma que no le importa causar sufrimiento o generar dolor, si esa es la forma
de mantener sus puestos, su corrupción y sus fortunas.
02-05-17
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