Por Claudio Nazoa
En busca de la democracia,
esto ha pasado:
Lo malo
Han muerto venezolanos en
ataques crueles e indiscriminados a manifestantes. Horrible ver una tanqueta
aplastando a un ser humano.
En ciudades de Venezuela,
vemos arremetidas despiadadas de la Guardia Nacional y de colectivos armados:
Táchira, San Antonio, Los Teques, Maracay, Valencia, Mérida, Maracaibo y la
Colonia Tovar.
Cerca de mi casa, en El
Paraíso, al oeste de Caracas, las residencias Los Verdes y Victoria han sido
atacadas con bombas, con escopetas y por grupos paramilitares armados.
Incendiaron los estacionamientos y varios apartamentos con gente adentro.
Mientras los bomberos apagaban el fuego, no pararon los gases lacrimógenos.
Lo insólito
Esto lo viví. Huía de las
lacrimógenas lanzadas en la autopista Francisco Fajardo. Corrí lo que me
permitió mi longeva edad. De pronto, vi una salida. Era un camino tramposo que
iba directo al contaminado río Guaire. Afortunadamente, mis amigos marchantes
impidieron que tomara esa ruta. Me devolví. Escapé hacia Las Mercedes. Al
voltear, las personas que tomaron ese sendero tuvieron que arrojarse al río de
aguas nauseabundas. La Guardia, inmisericorde, continuó atacándolos sin piedad.
Valientemente, los muchachos de la Cruz Verde de la UCV los auxiliaron,
evitando una tragedia mayor.
Más tarde, en medio de
barricadas incendiadas, de guardias nacionales reprimiendo, de colectivos
acechando, de humo de cauchos quemados y de lacrimógenas, emerge un muchacho,
no mayor de 20 años de edad. Tocaba el violín como un maestro (búsquenlo en las
redes). En aquel infierno, este joven músico daba un apasionado concierto.
Sentí admiración, ira, miedo, orgullo y desconcierto.
Lo ocurrido, de por vida, fue
y será demasiado.
Lo bueno
Iba en mi carro. Buscaba una
vía libre para regresar a casa. La ciudad convulsionaba por la represión.
Saliendo hacia la autopista, un grupo de seis guardias nacionales venían a toda
velocidad. Frené. Una moto de alta cilindrada los intercepta. Se baja una
mujer. A gritos los increpa ya que ellos le habían arrebatado el teléfono.
—¡Devuélveme mi celular…! —
Era María Corina Machado.
Intenté ayudarla pero ella
solita se abalanzó al guardia. Le arrebató el celular y arrancó de parrillera a
toda velocidad.
—¡Tú no eres ladrón!— le
gritó.
¡Qué mujer tan arrecha! Los
guardias no lo podían creer. Y yo… y qué ayudándola.
Amo a María Corina, pero
después de lo que vi, no me casaría con ella ni de vaina.
22-05-17
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