Trino Márquez 19 de octubre de 2017
@trinomarquezc
Los
inesperados resultados de las elecciones
pasadas dejaron en la peor posición a quienes están convencidos de que las
elecciones representan el camino menos tortuoso para salir del gobierno de
Maduro. Se sabe que es indispensable participar en los procesos comiciales,
pero no se sabe qué hacer para garantizar el triunfo ante condiciones tan adversas como las
impuestas por el madurismo, empezando por el árbitro, que en vez de ser el fiel
de la balanza, coloca todo su peso a favor del oficialismo.
El
15-O el régimen cometió toda clase de abusos, algunos inéditos, otros
reeditados. De las nuevas modalidades, el traslado en masa de votantes
opositores a última hora a lugares inhóspitos controlados por las bandas
maduristas, fue el más arbitrario y agresivo. La gobernación de Bolívar se
perdió de forma fraudulenta porque se le despojó del triunfo a Andrés Velásquez
adulterando actas que ya habían sido invalidadas, y porque el CNE, violando la
Ley de Procesos Electorales, no retiró de las máquinas de votación a los
candidatos perdedores en las primarias de la oposición.
El
Psuv se transformó en un poderoso aparato electoral que actúa valiéndose, sin
escrúpulos de ninguna clase, de los
recursos del Estado para intimidar, chantajear, extorsionar y cooptar
electores. La derrota en las elecciones
parlamentarias de diciembre de 2015 le enseñó al gobernó que si quería
preservar el poder, manteniendo el llamado a elecciones periódicas como fachada
democrática, estaba obligado a perfeccionar los mecanismos de control sobre sus
bases sociales de apoyo. Nada podía quedar al libre albedrío, a la
espontaneidad, a la expresión genuina de la gente. El elector madurista es un
siervo que debe ser comprado, observado y amenazado, simultáneamente. El carnet
de la patria, la misión vivienda, la inscripción en los puntos rojos para
recibir una mesada especial, el reparto de los clap, todos se convirtieron en
mecanismos de sometimiento y exigencia de lealtad electoral. Una lógica simple
y perversa: te doy, pero te someto; tu voto me pertenece porque dependes de mí.
Este es el modelo aplicado durante años por Vladimir Putin en Rusia, por
Alexander Lukashenko en Bielorrusia, y por otras satrapías. Estos regímenes
llaman a elecciones, pero con la oposición maniatada. Fareed Zacaria las llama
“democracias no liberales”. Aquí podemos ser más directos: son neodictaduras
obligadas a convocar elecciones para poder subsistir en un ambiente
internacional que ha construido una legalidad hemisférica.
Esta
circunstancia, y a la vez limitación, que el contexto internacional le impone a
la neodictadura madurista, hay que aprovecharla para exigir mejores condiciones
en los futuros procesos electorales. Esperar que los comicios venezolanos
transcurran como si estuviésemos en el Paraíso Celestial, resulta utópico, pero
sí es posible someter al CNE a algunos protocolos y restricciones universales.
Los testigos o acompañantes internacionales, la depuración del REP, la
aplicación de la Ley Electoral en sus principios básicos, pueden lograrse. Para
que estas metas se alcancen resulta indispensable que la dirigencia se unifique
en torno a esos propósitos. Obtenerlos es más importante que sustituir a Tibisay
Lucena y compañía. Podría ocurrir que esa señora sea suplantada por otro
personaje aún más fanatizado y plegado a los intereses del Psuv.
Sin
embargo, no existe ninguna norma que sustituya la organización de los partidos
opositores y la presencia de testigos comprometidos en todos los centros y
mesas electorales. Recordemos que Al Gore perdió la presidencia de los Estados
Unidos en 2000 porque no contó con testigos que defendieran sus votos en el
estado de Florida. Si trastadas como esa ocurren en Norteamérica, qué puede
esperarse de regímenes autoritarios y hamponiles como el actual. En los estados
en los cuales se triunfó, especialmente Táchira, donde Laidy Gómez ganó por
amplia mayoría, la organización de los comandos de campaña fue excelente. No dejó
ningún detalle importante al azar. Los centros de votación fueron asistidos por
miembros de los comandos de campaña, se contrarrestó la abstención con la
acción de los responsables de evitarla, quienes estaban encargados de la
transmisión de la data y del acopio de las actas cumplieron su responsabilidad.
Los comandos actuaron con una organización espartana. Esas tareas son
irreemplazables. Allí donde los representantes de los candidatos opositores no
estaban, el gobierno hizo de las suyas.
Queda
una certeza: estamos ante un adversario carente de limitaciones éticas y con
infinitos recursos financieros. Este es el punto de partida para encarar y
fortalecer la organización electoral.
Numerosas
dictaduras han caído y procesos de cambio se han iniciado, luego de que los
grupos dominantes han adulterado la voluntad popular expresada en las urnas de
votación, o no han podido contener el descontento y los deseos de renovación de
los electores cuando se realizan elecciones. Esta ha sido la historia de América
Latina. Los ejemplos abundan, desde Getulio Vargas en el Brasil de 1930, hasta
las salidas del poder de los sandinistas, Pinochet y Fujimori. Incluso, Hugo
Chávez aterrizó en Miraflores montado en una nave electoral. Este hecho poco se
recuerda. En Venezuela no será distinto, pero hay que exigir y mejorar.
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