Por Johnny E. Mogollón E.
Quizá la depresión
postelectoral no nos deje pensar con claridad, quizá no es muy placentero
hacerlo ahora mismo, pero se equivocan, es tiempo de levantar el rostro y mirar
hacia el horizonte, en este momento lo más imperativo es analizar con
detenimiento qué fue lo que se consumó ayer, más allá de la retórica simple de
los eslóganes partidistas y de las pasiones desatadas en este infierno al que
seguimos llamando Venezuela.
Esta atípica elección de
gobernadores constituye el más descarado fraude electoral de la historia de
nuestro país, de eso no queda la menor duda, pues nadie con dos dedos de frente
puede creer que son ciertas las astronómicas cifras que anunciaron porque todos
fuimos testigos en primera fila de la altísima abstención que se presentó, amén
de los dispositivos de ralentización y sabotaje del proceso, llevados a cabo
por el CNE a través de la colocación de miles de máquinas dañadas y su negativa
a la sustitución de las mismas, y por parte de la FAN, que hizo hasta lo
imposible para hacer que los votantes desistieran de ejercer su derecho.
¿Fue una muerte anunciada?
Si en esta elección se hubiese
contado con la altísima participación que hubo en 2015, la posibilidad de
trampa hubiese sido remota pues el solo movimiento de la masa social hubiese
provocado pánico en las filas del partido del régimen y, por su puesto, en sus
estructuras, pero eso no ocurrió a pesar de que se supone que ya habíamos
aprendido que es necesario participar en las elecciones las veces que fuese
necesario y por esa razón los partidos inscribieron a sus candidatos, ¿entonces
qué fue lo que ocurrió? Sencillo: el conglomerado social, que en su amplia
mayoría está contra el régimen, decidió no participar y eso, amigos lectores
fue un acto realmente estúpido e infantil.
Haberse quedado en casa
esperando con ello castigar a la MUD por sus muchísimos errores, es equivalente
a convertirse en el imbécil que al descubrir la infidelidad se bebe un frasco
de veneno esperando infligir una herida a su pareja. Sí, así de párvulo es el
pensamiento político venezolano.
¿Ahora qué sucederá?
Lo notorio de la muy baja
participación de los venezolanos en estas truculentas elecciones y el anuncio
de esos resultados sacados, posiblemente, de las alucinaciones canábicas de
cúpula roja, cierra la posibilidad de que exista el reconocimiento de esos
resultados por parte de la MUD, de la sociedad venezolana y de la comunidad
internacional, lo cual repercutirá en el proceso de ruptura social y exigirá a
la coalición opositora un cambio profundo de la forma en que hacen política, al
tiempo en que el régimen, con poca o ninguna credibilidad, intentará seguir
haciendo de las suyas a través de único método que conocen los comunistas: el
uso de la fuerza.
¿Qué se debe hacer?
Indudablemente la oposición
debe, como he sugerido en anteriores artículos, reconstituirse, reordenarse,
replantearse y reorganizarse, como un cuerpo monolítico con estructuras
internas que le permitan reaccionar rápidamente a los retos que le tocará
enfrentar y comunicar con eficiencia y eficacia al conglomerado social la línea
de acción a seguir, los resultados y las estrategias. La historia futura
reclama que hoy los partidos arríen sus banderas y se enarbole el estandarte de
una sola organización política. Ya habrá tiempo para desempolvarlas y
recomenzar el debate cuando estemos en democracia.
En pocas semanas quizá, o
-dando largas al asunto- en unos meses, Venezuela se topará de frente con la
necesidad de retomar la lucha no electoral y ello fracturará para siempre la
posibilidad real de un diálogo entre el régimen y los factores democráticos, y
ese nuevo movimiento podría tener una posibilidad real de éxito pero para que
ello suceda tendremos que haber aprendido otros métodos de lucha distintos a la
ya dos veces fracasada guarimba y que tal movimiento no puede ser acéfalo pues
se hace necesario que, por lo menos un órgano colegiado, asuma la dirección
estratégica.
18-10-17
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