Por Claudio Nazoa
Gracias a la pastillita azul,
tengo una hija menor a quien amo, pero he de confesar que estoy a punto de
tirar la toalla.
Soy un padre machista. Jamás
he cambiado un pañal, dado tetero y mucho menos sacado gases. Tampoco, de pepa
asomao, asistí a ningún parto. Nunca fui humillado en cursos prenatales donde
obligan a hombres pisados a ponerse una barriga y a cargar muñecos. ¡Eso ni de
vaina!
Hoy quiero compartir mi
experiencia como padre. Criar a un muchacho es horrible. Estoy seguro de que
las feministas me van a volver polvo, pero hay que reconocer que los niños
están hechos por y para las madres. Sí. Las madres son el sexo fuerte. Son
heroínas por parir y lidiar con los hijos, sobre todo cuando llegan a la
adolescencia. En esa etapa provoca devolverlos o congelarlos hasta que cumplan
la mayoría de edad. ¡Incluso de adultos echan vaina! Bueno, eso dice mi mamá de
mí, y yo lo digo del hijo de mi primer matrimonio quien, aunque ya me ha hecho
abuelo dos veces, en ocasiones me provoca darle una pela y mandarlo pa’l cuarto
sin Netflix ni celular.
Ahora que iniciaron las
clases, mi sufrimiento posparto me está volviendo loco. Mi hija todavía no
tiene transporte y tengo que llevarla al colegio todos los días a las 6:00 de
la mañana. Lo malo no es eso. Lo malo es que en la tarde me la devuelven otra
vez y no es que te la traen. No. Es que de nuevo tengo que salir a buscarla.
En el ínterin de este lleva y
trae, a las afueras de la escuela, me convertí en mamá. Me he hecho amigo de un
grupo de representantes estresadas, que me metieron en un chat de Whatsapp de
madres del colegio. ¡Qué espanto! Cada cinco minutos me llega un mensaje. Ahora
sé dónde comprar medias, sostencitos y batas de laboratorio. Incluso tengo un
ginecólogo, un estilista de confianza que hace unas mechitas cuchi y un
profesor de tenis que está bien bueno. A cada rato me dan consejos para
preparar las loncheras o me cuentan chismes de los profesores, que, en venganza
porque les llevamos a los muchachos para que los jodan a ellos, nos los
devuelven con unos tareones para jodernos a nosotros. La tortura termina a
media noche con una tarea a medio hacer, entre Google, Whatsapp, lágrimas,
amenazas y padres extenuados, quienes ya no tendrán fuerzas para hacer el amor
en la madrugada.
Los hijos son el castigo de
los orgasmos. La próxima vez que les dé por reproducirse, recuerden que están
dando el primer paso para pertenecer al chat de madres de segundo “D”.
09-10-17
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